11/05/2019, 15:29
El sol besaba el horizonte y emitía los últimos rayos del día, bañando el cielo y el mar con un cálido tono anaranjado. Era un atardecer tranquilo, de suaves temperaturas y en el que soplaba una refrescante brisa marina. Se oían las olas muriendo en la orilla, a las golondrinas cantando sobre las ramas, y una música, a lo lejos, que iba eclipsando cualquier otro sonido a medida que te acercabas a ella.
Qué decir. Datsue estaba en esa etapa en la que necesitaba algo de alegría en el cuerpo. ¿Y qué mejor que un poco de música electrónica para transmitirle buenas vibraciones?
Cuando Reiji llegó hasta su casa, situada en una pequeña colina junto a la playa, se topó con un muro de piedra de dos metros de altura, de un gris claro, y un gran portón —Mon— de madera con un techo ornamental de color rojo. Era, en muchos aspectos, como la versión pequeña de la entrada a un castillo.
Llamó a la puerta, pero supo en seguida que la música que se oía al otro lado engulliría por completo los golpes de sus nudillos. Al menos, para el oído común, pero no para…
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
Un perro ladraba desde el otro lado, arañando, frenético, el portalón.
—¿Matakanes? ¿Hay alguien ahí?
Segundos más tarde, el portalón se abrió, dejando que la música inundase los oídos de Reiji de forma todavía más atronadora, así como un olor a brasa y carne hecha que le empapó el olfato.
—¡Reiji! ¡Qué bueno verte!
Datsue estaba en sandalias, vestía un pantalón corto y una camisa de tirantes negras, con un zorro anaranjado estampado en el pecho. Sin bandana, ni portaobjetos, ni ningún distintivo shinobi.
A su lado, un perro de raza Shiba Inu, que no dejaba de menear la cola y olfatear al nuevo invitado.
—Te presento a Datsuse, más conocido entre los suyos como el Matakanes.
Qué decir. Datsue estaba en esa etapa en la que necesitaba algo de alegría en el cuerpo. ¿Y qué mejor que un poco de música electrónica para transmitirle buenas vibraciones?
Cuando Reiji llegó hasta su casa, situada en una pequeña colina junto a la playa, se topó con un muro de piedra de dos metros de altura, de un gris claro, y un gran portón —Mon— de madera con un techo ornamental de color rojo. Era, en muchos aspectos, como la versión pequeña de la entrada a un castillo.
Llamó a la puerta, pero supo en seguida que la música que se oía al otro lado engulliría por completo los golpes de sus nudillos. Al menos, para el oído común, pero no para…
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
Un perro ladraba desde el otro lado, arañando, frenético, el portalón.
—¿Matakanes? ¿Hay alguien ahí?
Segundos más tarde, el portalón se abrió, dejando que la música inundase los oídos de Reiji de forma todavía más atronadora, así como un olor a brasa y carne hecha que le empapó el olfato.
—¡Reiji! ¡Qué bueno verte!
Datsue estaba en sandalias, vestía un pantalón corto y una camisa de tirantes negras, con un zorro anaranjado estampado en el pecho. Sin bandana, ni portaobjetos, ni ningún distintivo shinobi.
A su lado, un perro de raza Shiba Inu, que no dejaba de menear la cola y olfatear al nuevo invitado.
—Te presento a Datsuse, más conocido entre los suyos como el Matakanes.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado