5/11/2015, 10:34
—No me cabe duda... —respondió Ayame, y aunque fue consciente de que su afirmación parecía estar contestando al hecho de alcanzar a sus padres, lo cierto era que estaba respondiendo a sus anteriores palabras.
Sacudió ligeramente la cabeza, tratando de apartar aquellos molestos pensamientos de su mente.
—Y... ¿qué harás a partir de ahora? Quiero decir, nos acabamos de graduar. ¿Tienes algún tipo de meta en mente? —preguntó, y se agradeció para sus adentros que se le hubiese ocurrido un nuevo tema de conversación para salir al paso antes de que sus palabras se hubiesen visto ahogadas en un nuevo y denso silencio.
Giraron la tercera calle en la avenida, cruzando por pleno Distrito Comercial, donde Daruu tuvo que postergar su respuesta a la pregunta de Ayame para esquivar carromatos de comida, niños corriendo y jugando y carteristas, todos a una en el mismo minuto. Afortunadamente, eso le dio tiempo para que, cuando giraron de nuevo a la izquierda en dirección ya a casa, hubiera meditado una contestación más o menos coherente.
—No lo he pensado... Ser shinobi me parece un trabajo interesante. Ayudar a la gente y a tu aldea, y todo eso, pero... —Se paró a observar un cartel de la pizzería de su rival, Mashimo.
Sacudió la cabeza.
—No tengo una meta en concreto —explicó—. Esto es un trabajo. Lo que me gusta a mí es el Ninjutsu, así que en realidad mi meta sería mejorar, o innovar. No sé, me gusta crear. Tiene que ver mucho con lo que pensaba que iba a ser mi trabajo. Pero eso te lo cuento luego.
Echó a andar de nuevo y esbozó una ligera sonrisa en el rostro.
—Aunque conozco a un viejo amigo que me prometió que si conseguía llegar a chunin me enseñaría un par de cosas. Supongo que esa es mi meta, entonces.
»¿Y la tuya?
Paró debajo del toldo de un establecimiento que a ambos les resultaría mucho más que familiar. Tras el vidrio del escaparate, se anunciaban multitud de pastelillos de diferente índole: unos de chocolate, otros con nata y merengue adornados con cerezas de un color intenso que contrastaba con el tinte gris y azulado de la aldea. El toldo era también de un tono de rojo, pero más bien granate, y cubría una alfombra del mismo color. Las paredes de color rosa claro hacían juego con el interior, aunque los cristales estaban empañados, y no se podía ver más allá de un metro, o dos.
Aún así, el suelo de parqué clarito y el techo blanco podían distinguirse perfectamente, también las mesas redondas y las sillas de madera, de aspecto artesanal. También la barra del mismo material, pulida y brillante, detrás de ella una decoración en paredes y suelo de baldosas negras y blancas, como las que tendría un tablero de ajedrez hecho cocina. Pero la cocina estaba más allá, y no se veía con tanto vaho, aunque el local era de su madre y Daruu la conocía: detrás de una puerta negra con un cristal traslúcido, con los bancos, los fogones, el horno de piedra y los cuatro hornos debajo, donde se hacían los dulces y los salados, y todo lo rico que cocinaba mamá.
De la entrada colgaba un cartel, rezaba ABIERTO, cómo no. Daruu posó la mano sobre el pomo y abrió la puerta, echándose a un lado y extendiendo un brazo en horizontal para que la muchacha se adentrase.
—Venga, pasa. Hace un calorcito dentro...
Sacudió ligeramente la cabeza, tratando de apartar aquellos molestos pensamientos de su mente.
—Y... ¿qué harás a partir de ahora? Quiero decir, nos acabamos de graduar. ¿Tienes algún tipo de meta en mente? —preguntó, y se agradeció para sus adentros que se le hubiese ocurrido un nuevo tema de conversación para salir al paso antes de que sus palabras se hubiesen visto ahogadas en un nuevo y denso silencio.
Giraron la tercera calle en la avenida, cruzando por pleno Distrito Comercial, donde Daruu tuvo que postergar su respuesta a la pregunta de Ayame para esquivar carromatos de comida, niños corriendo y jugando y carteristas, todos a una en el mismo minuto. Afortunadamente, eso le dio tiempo para que, cuando giraron de nuevo a la izquierda en dirección ya a casa, hubiera meditado una contestación más o menos coherente.
—No lo he pensado... Ser shinobi me parece un trabajo interesante. Ayudar a la gente y a tu aldea, y todo eso, pero... —Se paró a observar un cartel de la pizzería de su rival, Mashimo.
Sacudió la cabeza.
—No tengo una meta en concreto —explicó—. Esto es un trabajo. Lo que me gusta a mí es el Ninjutsu, así que en realidad mi meta sería mejorar, o innovar. No sé, me gusta crear. Tiene que ver mucho con lo que pensaba que iba a ser mi trabajo. Pero eso te lo cuento luego.
Echó a andar de nuevo y esbozó una ligera sonrisa en el rostro.
—Aunque conozco a un viejo amigo que me prometió que si conseguía llegar a chunin me enseñaría un par de cosas. Supongo que esa es mi meta, entonces.
»¿Y la tuya?
Paró debajo del toldo de un establecimiento que a ambos les resultaría mucho más que familiar. Tras el vidrio del escaparate, se anunciaban multitud de pastelillos de diferente índole: unos de chocolate, otros con nata y merengue adornados con cerezas de un color intenso que contrastaba con el tinte gris y azulado de la aldea. El toldo era también de un tono de rojo, pero más bien granate, y cubría una alfombra del mismo color. Las paredes de color rosa claro hacían juego con el interior, aunque los cristales estaban empañados, y no se podía ver más allá de un metro, o dos.
Aún así, el suelo de parqué clarito y el techo blanco podían distinguirse perfectamente, también las mesas redondas y las sillas de madera, de aspecto artesanal. También la barra del mismo material, pulida y brillante, detrás de ella una decoración en paredes y suelo de baldosas negras y blancas, como las que tendría un tablero de ajedrez hecho cocina. Pero la cocina estaba más allá, y no se veía con tanto vaho, aunque el local era de su madre y Daruu la conocía: detrás de una puerta negra con un cristal traslúcido, con los bancos, los fogones, el horno de piedra y los cuatro hornos debajo, donde se hacían los dulces y los salados, y todo lo rico que cocinaba mamá.
De la entrada colgaba un cartel, rezaba ABIERTO, cómo no. Daruu posó la mano sobre el pomo y abrió la puerta, echándose a un lado y extendiendo un brazo en horizontal para que la muchacha se adentrase.
—Venga, pasa. Hace un calorcito dentro...
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)