19/05/2019, 21:14
«Puta mierda.»
El Uchiha se revolvió en su precario lecho, como si acabara de despertar de una pesadilla para verse inmerso en otra peor. Pese a que ya llevaba cuatro días limpio, sin haber tomado una sola gota de alcohol o un gramo de omoide, aquella mañana temprana no se encontraba mejor. Más bien le dolía todo el cuerpo, tenía la cabeza embotada y no había podido pegar ojo durante toda la noche. Cada vez que daba una cabezada, los aguzados instintos del superviviente nato en el que se había convertido le recordaban que había hecho enfadar al capo del barco; al jodido Hōzuki Shaneji. ¿Qué iba a impedirle a semejante inestable tipo el mandar a un par de los suyos a que le degollaran mientras dormía? No, el lujo de un descanso reparador fue algo que Akame no pudo permitirse aquella noche, a bordo del Baratie.
Entre los gritos, el olor a madera y a sal, y al sudor de los marineros, el joven renegado se incorporó dificultosamente, mirando a su alrededor. Estaba rodeado de curtidos lobos de mar, tipos que le sacaban como mínimo una cabeza y quince kilos de peso cada uno, y aunque no se sintió intimidado por ello —la certeza de que él era mucho más peligroso que todos aquellos hombres juntos le reconfortaba en cierto modo— si que se halló buscando con la mirada a Kaido. A su único aliado en el mundo. ¿Quizás eso estaba a punto de cambiar?
Akame tenía planes para que así fuese, eso seguro. Sabía que su supervivencia dependía de ello.
De repente una voz se dirigió a él, una voz que reconoció. El Uchiha alzó la vista, todavía con parte de su rostro —especialmente la carbonizada— cubierta por aquellas sucias vendas, los ojos duros como la pizarra y su yukata índigo arrugado aquí y allá. Le dedicó un largo silencio al tipo antes de contestar.
—Me dicen Suzaku —respondió, para luego agregar, lacónico—. ¿Tú?
El Uchiha se revolvió en su precario lecho, como si acabara de despertar de una pesadilla para verse inmerso en otra peor. Pese a que ya llevaba cuatro días limpio, sin haber tomado una sola gota de alcohol o un gramo de omoide, aquella mañana temprana no se encontraba mejor. Más bien le dolía todo el cuerpo, tenía la cabeza embotada y no había podido pegar ojo durante toda la noche. Cada vez que daba una cabezada, los aguzados instintos del superviviente nato en el que se había convertido le recordaban que había hecho enfadar al capo del barco; al jodido Hōzuki Shaneji. ¿Qué iba a impedirle a semejante inestable tipo el mandar a un par de los suyos a que le degollaran mientras dormía? No, el lujo de un descanso reparador fue algo que Akame no pudo permitirse aquella noche, a bordo del Baratie.
Entre los gritos, el olor a madera y a sal, y al sudor de los marineros, el joven renegado se incorporó dificultosamente, mirando a su alrededor. Estaba rodeado de curtidos lobos de mar, tipos que le sacaban como mínimo una cabeza y quince kilos de peso cada uno, y aunque no se sintió intimidado por ello —la certeza de que él era mucho más peligroso que todos aquellos hombres juntos le reconfortaba en cierto modo— si que se halló buscando con la mirada a Kaido. A su único aliado en el mundo. ¿Quizás eso estaba a punto de cambiar?
Akame tenía planes para que así fuese, eso seguro. Sabía que su supervivencia dependía de ello.
De repente una voz se dirigió a él, una voz que reconoció. El Uchiha alzó la vista, todavía con parte de su rostro —especialmente la carbonizada— cubierta por aquellas sucias vendas, los ojos duros como la pizarra y su yukata índigo arrugado aquí y allá. Le dedicó un largo silencio al tipo antes de contestar.
—Me dicen Suzaku —respondió, para luego agregar, lacónico—. ¿Tú?