20/05/2019, 00:29
«Ya lo creo que te gustaría, pequeño zorrillo», pensó Akame cuando Koshuru le contó sus futuras aspiraciones para con Baratie. «¿Así que aspiras a convertirte en el jefe supremo de este navío?» El Uchiha se aseguró de recordar aquella información, grabada a fuego en su mente. «Conoce lo que ansía una persona y será fácil de manipular.» Una de las enseñanzas de su antigua maestra. Aquel tipo parecía tener una ambición clara, y eso a Akame le gustaba. Le gustaba mucho. Así que se limitó a sonreír con suficiencia cuando el jefe de los marineros le alabó, obviando el halago pero realizando una réplica cargada de intención.
—Y tú pareces ser bastante más inteligente que tus hombres. Quizás nos llevemos bien en el futuro.
Así pues, el Uchiha abandonó la cubierta tras los pasos de Koshuru, en dirección al comedor. Cuando llegaron, el olor a tostadas de salmón, especias y jamón embargó al joven renegado. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no degustaba una comida en condiciones, tanto que parecía que aquellos olores eran algo imposible de experimentar. Akame creyó que se le había olvidado el sabor de un buen pescado, o un filete, como si no fuese posible que existiera algo tan delicioso en el mundo. Conforme los demonios del omoide retrocedían, un nuevo mundo lleno de olores, sabores y colores volvía a sus sentidos. Era como salir de un pozo hondo y maloliente.
Akame se sentó junto a Koshuru y, sin esperar a que el jefe empezara a comer, cogió un par de tostadas de salmón y las puso en su plato. Luego se llenó el vaso de zumo y pidió otro, en el que vertió agua hasta casi el borde. Finalmente tomó un par de bocadillos a los que les quitó el queso cuidadosamente; la muerte le había vuelto más atento, al parecer. Empezó con su festín particular sin mediar palabra, engullendo la comida tras masticarla frenéticamente. Unido a su aspecto, aquel comportamiento le hacía parecer un refugiado de guerra o un mendigo, como mínimo. Algo no demasiado alejado de la realidad.
Sin embargo, mientras comía, Akame se dio cuenta de algo. Algo que no le encajaba.
—¿Los tiburones no acuden al banquete? —apostilló, como el que no quiere la cosa—. ¿O es que no madrugan como nosotros?
—Y tú pareces ser bastante más inteligente que tus hombres. Quizás nos llevemos bien en el futuro.
Así pues, el Uchiha abandonó la cubierta tras los pasos de Koshuru, en dirección al comedor. Cuando llegaron, el olor a tostadas de salmón, especias y jamón embargó al joven renegado. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no degustaba una comida en condiciones, tanto que parecía que aquellos olores eran algo imposible de experimentar. Akame creyó que se le había olvidado el sabor de un buen pescado, o un filete, como si no fuese posible que existiera algo tan delicioso en el mundo. Conforme los demonios del omoide retrocedían, un nuevo mundo lleno de olores, sabores y colores volvía a sus sentidos. Era como salir de un pozo hondo y maloliente.
Akame se sentó junto a Koshuru y, sin esperar a que el jefe empezara a comer, cogió un par de tostadas de salmón y las puso en su plato. Luego se llenó el vaso de zumo y pidió otro, en el que vertió agua hasta casi el borde. Finalmente tomó un par de bocadillos a los que les quitó el queso cuidadosamente; la muerte le había vuelto más atento, al parecer. Empezó con su festín particular sin mediar palabra, engullendo la comida tras masticarla frenéticamente. Unido a su aspecto, aquel comportamiento le hacía parecer un refugiado de guerra o un mendigo, como mínimo. Algo no demasiado alejado de la realidad.
Sin embargo, mientras comía, Akame se dio cuenta de algo. Algo que no le encajaba.
—¿Los tiburones no acuden al banquete? —apostilló, como el que no quiere la cosa—. ¿O es que no madrugan como nosotros?