20/05/2019, 16:26
«"Las Trillizas de la Tormenta". Bueno, al menos no es la jodida Amegakure», pensó Akame con cierto alivio. En su época como shinobi se las había visto contra muchos tipos de criminales, y a juzgar por las palabras de Shikari, aquellas mujeres debían ser una banda más. Unos jugadores del tablero del submundo, más allá de los márgenes de la ley, como Sekiryuu. Unas de tantos. El Uchiha chasqueó la lengua; «qué molestia...»
—Lo has hecho bien, Shikari. Muy bien. Ahora puedes descansar.
Con aquella orden, como si de un botón de apagado se tratase, el Saimingan se rompería en mil pedazos y la prostituta caería inconsciente, profundamente dormida. Akame se abalanzó hacia ella en el momento justo para impedirle que su cuerpo tocara el suelo, probablemente golpeándose la cabeza y lesionándose gravemente. Ya habría tiempo para eso; pero primero, había algo mucho más acuciante. El Uchiha arrastró a Shikari hasta una de las sillas del camarote, la recostó sobre ella y sacó su bobina del hilo ninja. Con movimientos cada vez más fluidos, conforme sus dedos recordaban el tacto del sedal, Akame ató a aquella mujer al asiento. Los tobillos a las patas delanteras, y las muñecas —juntas— en la espalda, a las patas traseras. Luego la amordazó con la funda de la almohada, asegurándose que tendría la nariz despejada para poder respirar. Si sus cálculos eran correctos, la mujer despertaría en unos minutos.
«Ya me ocuparé de esta zorra después.»
Sus manos se entrelazaron en un sello, y una media sonrisa se dibujó en sus labios. Era hora de cazar.
Como un querido lector sabrá, los tiburones gustan de pensarse los mayores depredadores del mar. No hay bestia alguna que se les pueda igualar en cuanto a fiereza, potencia física y sed de sangre. Sin embargo, hasta el rey del Océano debe cuidarse de sus enemigos, como pronto Kaido averiguaría. En un mundo tan cruel y salvaje como Oonindo, siempre hay un pez más grande. Más rápido. Más listo. Siempre.
Ñieeeck.
La puerta del camarote de Shaneji se abrió con un ligero crujido, y desde el pasillo, la figura delgada pero menuda de Shikari —o como Shaneji la conocería, probablemente, Hana— ingresó en la estancia. Caminaba con paso dubitativo, llevando una enorme bandeja de las que había en el comedor, repleta hasta arriba de tostaditas, bocadillos y demás manjares que se habían estado sirviendo en el desayuno. La comida formaba una verdadera montaña, hasta tal punto que Hana parecía tener dificultades cargándola. Así, la dejó en el suelo, junto a la puerta, y luego cerró la misma. Sus ojos escudriñaron la estancia, buscando al Cabeza de Dragón; de hallarlo, la prostituta se aproximaría con paso extraño. Cuando habló, su voz sonó a ella, pero había en efecto algo distinto.
—¿S... Shaneji-sama?
Si Shaneji estaba en su lecho, Hana trataría de meterse entre sus sábanas para hacer lo que tenía que hacer.
—Shaneji-sama... Os he traído... El desayuno...
x2 Acciones Ocultas
—Lo has hecho bien, Shikari. Muy bien. Ahora puedes descansar.
Con aquella orden, como si de un botón de apagado se tratase, el Saimingan se rompería en mil pedazos y la prostituta caería inconsciente, profundamente dormida. Akame se abalanzó hacia ella en el momento justo para impedirle que su cuerpo tocara el suelo, probablemente golpeándose la cabeza y lesionándose gravemente. Ya habría tiempo para eso; pero primero, había algo mucho más acuciante. El Uchiha arrastró a Shikari hasta una de las sillas del camarote, la recostó sobre ella y sacó su bobina del hilo ninja. Con movimientos cada vez más fluidos, conforme sus dedos recordaban el tacto del sedal, Akame ató a aquella mujer al asiento. Los tobillos a las patas delanteras, y las muñecas —juntas— en la espalda, a las patas traseras. Luego la amordazó con la funda de la almohada, asegurándose que tendría la nariz despejada para poder respirar. Si sus cálculos eran correctos, la mujer despertaría en unos minutos.
«Ya me ocuparé de esta zorra después.»
Sus manos se entrelazaron en un sello, y una media sonrisa se dibujó en sus labios. Era hora de cazar.
Como un querido lector sabrá, los tiburones gustan de pensarse los mayores depredadores del mar. No hay bestia alguna que se les pueda igualar en cuanto a fiereza, potencia física y sed de sangre. Sin embargo, hasta el rey del Océano debe cuidarse de sus enemigos, como pronto Kaido averiguaría. En un mundo tan cruel y salvaje como Oonindo, siempre hay un pez más grande. Más rápido. Más listo. Siempre.
—
Ñieeeck.
La puerta del camarote de Shaneji se abrió con un ligero crujido, y desde el pasillo, la figura delgada pero menuda de Shikari —o como Shaneji la conocería, probablemente, Hana— ingresó en la estancia. Caminaba con paso dubitativo, llevando una enorme bandeja de las que había en el comedor, repleta hasta arriba de tostaditas, bocadillos y demás manjares que se habían estado sirviendo en el desayuno. La comida formaba una verdadera montaña, hasta tal punto que Hana parecía tener dificultades cargándola. Así, la dejó en el suelo, junto a la puerta, y luego cerró la misma. Sus ojos escudriñaron la estancia, buscando al Cabeza de Dragón; de hallarlo, la prostituta se aproximaría con paso extraño. Cuando habló, su voz sonó a ella, pero había en efecto algo distinto.
—¿S... Shaneji-sama?
Si Shaneji estaba en su lecho, Hana trataría de meterse entre sus sábanas para hacer lo que tenía que hacer.
—Shaneji-sama... Os he traído... El desayuno...
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