22/05/2019, 00:24
El gyojin, habiendo tomado las precauciones necesarias para que Nathifa no se le escapara en el descenso, salió propulsado al final del pasillo junto a ella. Se sintió más aliviado cuando supo que aún había suficiente agua acompañándole y que, en dado de necesitarla, le iba a ser de suma utilidad. De todas formas, una vez detectó las amenazas más cercanas —a la mujer de aspecto mundano, y a lo tres esclavos que aguardaban detrás de ella, a unos ocho metros—. elevó aún más su intensidad en la batalla, poco dispuesto a cometer ni un sólo error. Porque allí, frente a ellos, estaba su presa. Estaba...
—¡Z-zaide! —espetó Muñeca, y semejante revelación le obligó a fortalecer su mente de maneras insospechadas. Sin verle a los ojos, aún sorprendido de que ese hombre acabara siendo víctima de lo que fuera esa técnica que usaba la alcaldesa de la cárcel.
Algo olía mal. Y no podía confiarse... mucho menos de la mismísima Nathifa.
Cuando ésta intentó zafarse de su control con un nimio codazo, Kaido apretó el abdomen y calzó sus brazos con mayor fuerza sobre el menudo cuerpo de la mujer. No, ella era la llave. No se le podía escapar. Y como la poseedora del control de esos tres prisioneros, sabía que la voz suya era la clave para sacarlos del sopor y ensimismamiento que padecen cuando no tienen un objetivo concreto. Y una mierda que la iba a dejar hablar.
Le selló los labios con la mano derecha, y le susurró al oído.
—Cállate, hija de puta. Cállate la puta boca. Ésto es lo que harás —y le susurró...
... que ordenara a sus esclavos a cortarse la garganta, o a arrancarse el puto corazón. O dejar de respirar hasta que sus malditos corazones no latieran más. Cualquier cosa servía. Sólo tenía que dar la orden.
»Di otra cosa, y los mato yo mismo, no te preocupes. Pero no antes de perforarte la cabeza con mis balas de agua.
—¡Z-zaide! —espetó Muñeca, y semejante revelación le obligó a fortalecer su mente de maneras insospechadas. Sin verle a los ojos, aún sorprendido de que ese hombre acabara siendo víctima de lo que fuera esa técnica que usaba la alcaldesa de la cárcel.
Algo olía mal. Y no podía confiarse... mucho menos de la mismísima Nathifa.
Cuando ésta intentó zafarse de su control con un nimio codazo, Kaido apretó el abdomen y calzó sus brazos con mayor fuerza sobre el menudo cuerpo de la mujer. No, ella era la llave. No se le podía escapar. Y como la poseedora del control de esos tres prisioneros, sabía que la voz suya era la clave para sacarlos del sopor y ensimismamiento que padecen cuando no tienen un objetivo concreto. Y una mierda que la iba a dejar hablar.
Le selló los labios con la mano derecha, y le susurró al oído.
—Cállate, hija de puta. Cállate la puta boca. Ésto es lo que harás —y le susurró...
... que ordenara a sus esclavos a cortarse la garganta, o a arrancarse el puto corazón. O dejar de respirar hasta que sus malditos corazones no latieran más. Cualquier cosa servía. Sólo tenía que dar la orden.
»Di otra cosa, y los mato yo mismo, no te preocupes. Pero no antes de perforarte la cabeza con mis balas de agua.