22/05/2019, 19:12
El renegado caminó hasta situarse junto al jefe de los marineros, que en ese momento estaba despidiendo a los dos desgraciados que debían servir de señuelo para que las Trillizas de la Tormenta no encontrasen el verdadero rumbo de Baratie. Akame los miró durante un rato, mientras el bote se alejaba y ellos iban empequeñeciendo en la lejanía. Aunque Kushoro pudiera pensar lo contrario, no había sido fácil enviar a aquellos dos marineros a una muerte casi segura. Lo habría sido para Akame El Profesional, siempre apático, siempre dispuesto a poner las normas por encima de cualquier cosa. Suzaku había heredado aquel carácter implacable que le empujaba a correr hacia la línea de meta pisando a quien tuviera que pisar, pero al menos era consciente de que lo hacía. El joven Uchiha se estaba dando cuenta, poco a poco, de que era eso lo que le diferenciaba de su anterior yo. Del jōnin. De cualquier ninja. Ellos debían hacer prevalecer el objetivo de su misión a toda costa, y tenían a mano unos estrictos códigos que les ayudaban a no flaquear. A no dudar. Pero, ¿se habían planteado alguna vez si lo que hacían era justo? Él, desde luego, no. Siempre lo dió por sentado.
«Hice mi elección. Sentenciar a muerte a dos personas con casi toda probabilidad, o tomar el riesgo de que las Trillizas nos alcanzaran y muriesen muchos más.»
No era fácil gobernar. Y Akame estaba empezando a entenderlo. Se volvió hacia Kushoro y le preguntó algo, con gesto inalterable. Como si todo no fuera con él.
—¿Cuáles son sus nombres, Kushoro? —quiso saber—. ¿Tienen familia?
«Hice mi elección. Sentenciar a muerte a dos personas con casi toda probabilidad, o tomar el riesgo de que las Trillizas nos alcanzaran y muriesen muchos más.»
No era fácil gobernar. Y Akame estaba empezando a entenderlo. Se volvió hacia Kushoro y le preguntó algo, con gesto inalterable. Como si todo no fuera con él.
—¿Cuáles son sus nombres, Kushoro? —quiso saber—. ¿Tienen familia?