22/05/2019, 20:26
El Fénix negó ligeramente con la cabeza, y su voz se volvió afilada como el acero. Aun sin volver la vista hacia Kushoro, sus palabras llegarían certeras al jefe de marineros.
—Ella no va a sufrir daño alguno hasta que lleguemos a Hibakari. Como ya dije, si alguien se siente tentado de entrar en mi camarote y mirarla siquiera, dormirá en el fondo del mar.
«"Debería llegar"... Bueno, es mejor de lo que esperaba, y definitivamente mucho mejor de lo que podría haber sido. Meh, ese ataque con el sello explosivo fue imprudente», se lamentó Akame. Aunque, claro está, más imprudente habría sido dejarse apuñalar en mitad de la noche por orden de Shaneji. Poco más había podido hacer el joven renegado.
—Está bien, Kushoro, está bien —añadió, al cabo—. Dobla los turnos de vigilancia por la noche. No podemos confiar nuestra suerte a que Juuten y Sannan tengan éxito.
Fumó otra calada y se ajustó el kasa, que una brisa marina acababa de descolocarle. Las dudas le atenazaban, pero haciendo gala de su buena habilidad para mantener la calma en toda situación, Akame no lo dejaba traslucir. Allí, junto a la barandilla y con su sombrero puesto, parecía una estatua de algún joven capitán pirata de antaño. Se volvió entonces hacia el jefe de marineros y le despidió con una simple consigna.
—Si hay cualquier novedad, infórmame de inmediato.
—Ella no va a sufrir daño alguno hasta que lleguemos a Hibakari. Como ya dije, si alguien se siente tentado de entrar en mi camarote y mirarla siquiera, dormirá en el fondo del mar.
«"Debería llegar"... Bueno, es mejor de lo que esperaba, y definitivamente mucho mejor de lo que podría haber sido. Meh, ese ataque con el sello explosivo fue imprudente», se lamentó Akame. Aunque, claro está, más imprudente habría sido dejarse apuñalar en mitad de la noche por orden de Shaneji. Poco más había podido hacer el joven renegado.
—Está bien, Kushoro, está bien —añadió, al cabo—. Dobla los turnos de vigilancia por la noche. No podemos confiar nuestra suerte a que Juuten y Sannan tengan éxito.
Fumó otra calada y se ajustó el kasa, que una brisa marina acababa de descolocarle. Las dudas le atenazaban, pero haciendo gala de su buena habilidad para mantener la calma en toda situación, Akame no lo dejaba traslucir. Allí, junto a la barandilla y con su sombrero puesto, parecía una estatua de algún joven capitán pirata de antaño. Se volvió entonces hacia el jefe de marineros y le despidió con una simple consigna.
—Si hay cualquier novedad, infórmame de inmediato.