23/05/2019, 12:38
No fueron pocas las veces en las que el joven Akame se sintió tentado de bajar a la bodega, abrir una de esas cajas, meterse cuatro dedos de omoide en la boca y terminar con todo. Irse al Más Allá arropado en los brazos de la magia azul, donde no habría más complicaciones, ni traiciones, ni enemigos ni sombras ni oscuridad. Sólo descanso, el eterno descanso que Akame se había encontrado anhelando tantas veces desde que Kunie le arrancase del sueño eterno. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no volver al plácido dormitar de los muertos, hasta el día del fin del mundo? Algo se lo impedía, algo le impulsaba a seguir adelante y, aunque ni él mismo supiera el qué, estaba allí. Y no se limitaba sólo al puro instinto más básico de todos los seres que viven, el de seguir haciéndolo, sino que había algo más. Algo más. ¿Pero, qué? ¿Qué imparable deseo alimentaba su corazón y su espíritu para seguir adelante?
Se daría cuenta, sí. Pero no todavía.
Lo que le devolvió a la realidad, esa vez, fue el molesto crujido de una silla contra el suelo. El Uchiha se incorporó rápidamente, todavía aturdido por haberse pasado la noche bordeando la frontera entre el sueño y la vigilia, antes de entender lo que probablemente sucedía. Se levantó de la cama, frotándose los ojos, mientras buscaba a Shikari con la mirada.
—Buenos días, princesa —la saludó, con la voz tomada todavía por el sueño—. Imagino que querrás ir al baño.
Claro, aquella mujer llevaba casi veinticuatro horas atada a esa silla. Su vejiga debía estar a punto de reventar y, desconsiderado como era tal gesto, Akame no había caído en la cuenta. No pretendía excusarse, pero había que tener en cuenta que el día anterior no había sido precisamente tranquilo para él. Así que, sin pensarlo dos veces, el Uchiha desató los hilos que mantenían los tobillos de Shikari unidos a las patas delanteras de la silla. Luego hizo lo mismo con las muñecas, aunque éstas las mantuvo atadas entre sí y a la espalda. Con el brazo zurdo tiró de ella para ayudarla a levantarse, pero antes de permitirle nada, Akame la registró concienzudamente; nunca iba a cometer el mismo error que con Amedama Daruu.
Si la chica estaba limpia, el renegado le indicaría que fuesen hacia el baño.
Se daría cuenta, sí. Pero no todavía.
Lo que le devolvió a la realidad, esa vez, fue el molesto crujido de una silla contra el suelo. El Uchiha se incorporó rápidamente, todavía aturdido por haberse pasado la noche bordeando la frontera entre el sueño y la vigilia, antes de entender lo que probablemente sucedía. Se levantó de la cama, frotándose los ojos, mientras buscaba a Shikari con la mirada.
—Buenos días, princesa —la saludó, con la voz tomada todavía por el sueño—. Imagino que querrás ir al baño.
Claro, aquella mujer llevaba casi veinticuatro horas atada a esa silla. Su vejiga debía estar a punto de reventar y, desconsiderado como era tal gesto, Akame no había caído en la cuenta. No pretendía excusarse, pero había que tener en cuenta que el día anterior no había sido precisamente tranquilo para él. Así que, sin pensarlo dos veces, el Uchiha desató los hilos que mantenían los tobillos de Shikari unidos a las patas delanteras de la silla. Luego hizo lo mismo con las muñecas, aunque éstas las mantuvo atadas entre sí y a la espalda. Con el brazo zurdo tiró de ella para ayudarla a levantarse, pero antes de permitirle nada, Akame la registró concienzudamente; nunca iba a cometer el mismo error que con Amedama Daruu.
Si la chica estaba limpia, el renegado le indicaría que fuesen hacia el baño.