23/05/2019, 13:10
Aunque no era otro chiste, al joven Uchiha le pareció como tal. Y de forma idéntica a como había reaccionado al primero, en sus labios cortados se dibujó otra sonrisa cansada. Sea como fuere, Shikari tenía razón; le iba a resultar realmente difícil dormir sentada en una silla y atada de manos y pies. Por eso mismo, Akame le concedió aquella petición.
—Está bien, Shikari, está bien —dijo, llevándola a la silla que había sido su prisión desde hacía un día—. Pero después del desayuno. ¿No querrás comer tumbada?
Accediera ella o no, Akame la obligaría a sentarse de nuevo y la ataría de idéntica forma. Incluso le colocó la mordaza, igualmente firme. No iba a confiarse. No podía confiarse. Una vez terminó, se arregló sus propias ropas, se colgó el kasa del fino hilo al cuello, y salió del camarote sin despedirse siquiera de la mujer. Subió las escaleras y buscó el comedor, donde esperaba ya todos los platos estuviesen dispuestos para el desayuno. «La cocinera del Capitán Coca tiene unas manos que ni los mismísimos dioses, ¡me cago en todo! Si el desayuno está la mitad de bueno que el de ayer, me voy a asegurar de que les devuelvan a la sobrina con un lacito en el culo.»
Había una maniobra que había estado pensando durante toda la noche —entre otras cosas—, a raíz de la facilidad con la que aquellos marineros habían aceptado su nuevo liderato tras el asesinato de Shaneji. Pero todavía no había decidido nada al respecto, de modo que buscó algún sitio apartado del resto de los hombres —intuyó que habría un lugar reservado así para el antiguo Cabeza— y se sentó, esperando que le trajesen los manjares para su degustación.
—Está bien, Shikari, está bien —dijo, llevándola a la silla que había sido su prisión desde hacía un día—. Pero después del desayuno. ¿No querrás comer tumbada?
Accediera ella o no, Akame la obligaría a sentarse de nuevo y la ataría de idéntica forma. Incluso le colocó la mordaza, igualmente firme. No iba a confiarse. No podía confiarse. Una vez terminó, se arregló sus propias ropas, se colgó el kasa del fino hilo al cuello, y salió del camarote sin despedirse siquiera de la mujer. Subió las escaleras y buscó el comedor, donde esperaba ya todos los platos estuviesen dispuestos para el desayuno. «La cocinera del Capitán Coca tiene unas manos que ni los mismísimos dioses, ¡me cago en todo! Si el desayuno está la mitad de bueno que el de ayer, me voy a asegurar de que les devuelvan a la sobrina con un lacito en el culo.»
Había una maniobra que había estado pensando durante toda la noche —entre otras cosas—, a raíz de la facilidad con la que aquellos marineros habían aceptado su nuevo liderato tras el asesinato de Shaneji. Pero todavía no había decidido nada al respecto, de modo que buscó algún sitio apartado del resto de los hombres —intuyó que habría un lugar reservado así para el antiguo Cabeza— y se sentó, esperando que le trajesen los manjares para su degustación.