23/05/2019, 13:30
El cálido recibimiento —bajo aquella máscara Akame sabía que en realidad sólo había miedo confundido con respeto— fue recibido por parte del Uchiha con una leve inclinación de cabeza y una mano alzada, saludando a la tripulación. Sin embargo, no todos estaban tan conformes con el tratamiento que Kano estaba dando al desayuno; incluso aunque Akame pensó que era un movimiento inteligente y que, tal y como le había avanzado ya Kushoro la noche anterior, necesitaban racionar. Ante la furibunda explosión del marinero, que incluso tiró una silla, el Uchiha avanzó un par de pasos con toda la calma del mundo hasta colocarse frente al iracundo.
—Shenfu Kano ha racionado el desayuno por orden mía.
Sus ojos se habían vuelto rojos como la sangre, con tres aspas negras rodeando cada pupila. Akame sabía que él no era especialmente imponente, ni grande, ni fuerte, pero aun así dejó que su chakra se expandiera por el comedor para provocar una ligera sensación de incomodidad en todos los presentes. Largó una mirada inquisitiva a todos, girando la cabeza lentamente, como si le sobrara el tiempo. Luego volvió a mirar al marinero problemático, esta vez directamente a los ojos.
—Veo que no ha quedado suficientemente claro quién manda aquí. Espero que esto os sirva de aviso... A todos —lanzó otra mirada a la periferia, luego volvió a clavar sus orbes en los del marino—. Y tú, cómete ya el puto desayuno... Antes de que él te coma a ti.
Y como si aquellas palabras fueran una orden pronunciada por un dios todopoderoso, capaz de cambiar la realidad a su antojo, el marinero vería de repente como las míseras raciones de su plato empezaban a... ¿Engordar? Sí, engordaban y crecían de forma desmesurada al tiempo que por todas partes en su superficie se abrían bocas llenas de afiladísimos dientes, babeantes, hambrientas. La amalgama de dientes y saliva en la que se había convertido aquel desayuno hipertrofiado se lanzó encima del marinero, tratando de arrancarle la piel con sus colmillos, de masticarle el rostro y comerle la cabeza como a una gamba.
Akame dejó que aquella imagen calara durante unos largos segundos en la mente del tipo antes de deshacer la ilusión y volver, tranquilamente, a su sitio. Al menos él si pensaba comerse hasta la última migaja del parco desayuno.
—Shenfu Kano ha racionado el desayuno por orden mía.
Sus ojos se habían vuelto rojos como la sangre, con tres aspas negras rodeando cada pupila. Akame sabía que él no era especialmente imponente, ni grande, ni fuerte, pero aun así dejó que su chakra se expandiera por el comedor para provocar una ligera sensación de incomodidad en todos los presentes. Largó una mirada inquisitiva a todos, girando la cabeza lentamente, como si le sobrara el tiempo. Luego volvió a mirar al marinero problemático, esta vez directamente a los ojos.
—Veo que no ha quedado suficientemente claro quién manda aquí. Espero que esto os sirva de aviso... A todos —lanzó otra mirada a la periferia, luego volvió a clavar sus orbes en los del marino—. Y tú, cómete ya el puto desayuno... Antes de que él te coma a ti.
Y como si aquellas palabras fueran una orden pronunciada por un dios todopoderoso, capaz de cambiar la realidad a su antojo, el marinero vería de repente como las míseras raciones de su plato empezaban a... ¿Engordar? Sí, engordaban y crecían de forma desmesurada al tiempo que por todas partes en su superficie se abrían bocas llenas de afiladísimos dientes, babeantes, hambrientas. La amalgama de dientes y saliva en la que se había convertido aquel desayuno hipertrofiado se lanzó encima del marinero, tratando de arrancarle la piel con sus colmillos, de masticarle el rostro y comerle la cabeza como a una gamba.
Akame dejó que aquella imagen calara durante unos largos segundos en la mente del tipo antes de deshacer la ilusión y volver, tranquilamente, a su sitio. Al menos él si pensaba comerse hasta la última migaja del parco desayuno.