23/05/2019, 15:31
Satisfecho con el efecto que su pequeño correctivo había tenido en el resto de marineros, Akame se permitió relajarse durante el desayuno; que no duró mucho, no obstante. Sentado en su lugar de honor, devoró con avidez el pan y el salmón, sin emitir ni la más mínima queja. Era consciente de que en ese momento todos le observaban y, si protestaba después de haber castigado a uno de los hombres por hacer lo mismo, su autoridad empezaría a resquebrajarse. Akame tenía claro que él no iba a dejar que nadie —nadie— volviera a subírsele a la parra nunca más, pero tampoco quería convertirse en el matón despiadado y sádico que había sido Shaneji. Eso no iba con el Fénix. Y aunque estaba más que dispuesto a arrancarle las pelotas a dentelladas a quien quisiera ponerle un pie en la cabeza, hacía grandes esfuerzos por dosificar el poder que era capaz de ejercer sobre la tripulación. Si el cántaro iba a la fuente demasiadas veces... Acababa por romperse.
Así pues, agradeció con una leve inclinación de cabeza a Shenfu Kano y a su mujer por el desayuno, y una vez terminado el suyo, se levantó. Tomó la botella de ron —ni la había abierto— y se la colocó bajo el brazo derecho. Luego cogió el plato y la botella de agua —que estaba por la mitad— y se fue, escaleras abajo, a su camarote.
Abrió la puerta y cerró tras de sí. Dejó la botella de ron sobre la cama, el plato en la mesa del escritorio y abrió la botella de agua. Luego miró a la mujer que yacía maniatada en la silla. Le quitó la mordaza y le acercó la boca de la botella a la de ella.
—¿Tienes sed, Shikari?
Así pues, agradeció con una leve inclinación de cabeza a Shenfu Kano y a su mujer por el desayuno, y una vez terminado el suyo, se levantó. Tomó la botella de ron —ni la había abierto— y se la colocó bajo el brazo derecho. Luego cogió el plato y la botella de agua —que estaba por la mitad— y se fue, escaleras abajo, a su camarote.
Abrió la puerta y cerró tras de sí. Dejó la botella de ron sobre la cama, el plato en la mesa del escritorio y abrió la botella de agua. Luego miró a la mujer que yacía maniatada en la silla. Le quitó la mordaza y le acercó la boca de la botella a la de ella.
—¿Tienes sed, Shikari?