23/05/2019, 22:43
No fue difícil de ver. Tal y como había pronosticado Reiji, a aquellas horas la entrada de la Villa estaba prácticamente vacía. Ni siquiera los guardias de la puerta parecían estar allí. Sólo eran dos figuras en penumbra y con rostro cansado, que le hicieron un ademán con la mano cuando pasó, a modo de tranquilo, tranquilo, ya se nos ha informado de todo.
Más allá del umbral de la muralla, con la larga y extensa Planicie del Silencio a sus espaldas, se erigía un hombre del tamaño de tres, gordo, alto y fornido. Las tres al mismo tiempo. Akimichi Katsudon tenía el pelo corto y alborotado. Los ojos eran tan rasgados que duras penas se podría haber visto el dorado de sus ojos, que hacía juego con los dos enormes óvalos horizontales tatuados en las mejillas. Sonreía con el rostro más amable que Reiji había visto jamás de un tipo que madruga tanto.
—Oh, jo, jo, jo. —El hombretón se acercó dando pisotones no intencionados y le dio una palmada en la espalda a Reiji, que casi cae al suelo—. Tú debes ser Sasaki Reiji, ¿no, chico? Venga, pongámonos en camino.
Sin más, Katsudon echó a andar. El hombre cargaba una mochila verde que medía al menos medio Katsudon, lo cual era decir mucho. Aún así, no parecía que el peso aminorase el paso de sus grandes zancadas de gigante.
Más allá del umbral de la muralla, con la larga y extensa Planicie del Silencio a sus espaldas, se erigía un hombre del tamaño de tres, gordo, alto y fornido. Las tres al mismo tiempo. Akimichi Katsudon tenía el pelo corto y alborotado. Los ojos eran tan rasgados que duras penas se podría haber visto el dorado de sus ojos, que hacía juego con los dos enormes óvalos horizontales tatuados en las mejillas. Sonreía con el rostro más amable que Reiji había visto jamás de un tipo que madruga tanto.
—Oh, jo, jo, jo. —El hombretón se acercó dando pisotones no intencionados y le dio una palmada en la espalda a Reiji, que casi cae al suelo—. Tú debes ser Sasaki Reiji, ¿no, chico? Venga, pongámonos en camino.
Sin más, Katsudon echó a andar. El hombre cargaba una mochila verde que medía al menos medio Katsudon, lo cual era decir mucho. Aún así, no parecía que el peso aminorase el paso de sus grandes zancadas de gigante.
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