9/09/2019, 23:53
Y así, en su remota e inequívoca realidad; el gran Umikiba Kaido quedó reducido a la nada.
A la más absoluta nada. Vencido, aparentemente, por una roca cualquiera. Por un pedazo de techo circunstancial que cedió en el momento más preciso y a una velocidad que ni en su mejor forma hubiera podido evitar. Bastó un golpe seco y mortífero que le tumbó al suelo y le nubló la vista. Por los dedos se le escabullía la conciencia y, sin poder aferrarse a aquél plano terrenal, su alma de luchador acabó perdiéndose en los profundos confines de su turbulento subconsciente donde por fin podría descansar.
Porque sin saberlo, el Gran Tiburón de Amegakure quedó, dormido y derrotado, a merced de la mismísima parca. Porque sin saberlo, había pecado de ingenuo. Porque sin saberlo, la suerte no había estado de su lado esa noche, tal y como creyó antes. Todo, absolutamente todo; había sido una ilusión. Y es que su corazón trató de advertírselo, ¿pero cómo ser racional en momentos como aquellos? ¿acaso existió en algún momento siquiera la mas mínima posibilidad? ¿o Kaido empezó aquella partida ya en jaque mate?
De cualquier manera, ya era una ficha caída. Un rey solitario, acorralado en su propi tablero.
Patético. Indudablemente patético.
¿De qué le había servido tanto sacrificio? ¿Yarou? ¿traicionar a sus amigos? ¿abandonar la aldea de su vida? todas esas preguntas azotaron su mente dormitada. Oh, aquél maldito bautizo no tenía vida allí adentro, al menos.
Qué bueno que, en víspera de muerte, podía ser él mismo. Y no lo que un jodido dragón quería que fuese.
Daba igual. Quizás le vendría bien. Descansar. Descansar eternamente, allá en el infierno, junto a los suyos.
A la más absoluta nada. Vencido, aparentemente, por una roca cualquiera. Por un pedazo de techo circunstancial que cedió en el momento más preciso y a una velocidad que ni en su mejor forma hubiera podido evitar. Bastó un golpe seco y mortífero que le tumbó al suelo y le nubló la vista. Por los dedos se le escabullía la conciencia y, sin poder aferrarse a aquél plano terrenal, su alma de luchador acabó perdiéndose en los profundos confines de su turbulento subconsciente donde por fin podría descansar.
Porque sin saberlo, el Gran Tiburón de Amegakure quedó, dormido y derrotado, a merced de la mismísima parca. Porque sin saberlo, había pecado de ingenuo. Porque sin saberlo, la suerte no había estado de su lado esa noche, tal y como creyó antes. Todo, absolutamente todo; había sido una ilusión. Y es que su corazón trató de advertírselo, ¿pero cómo ser racional en momentos como aquellos? ¿acaso existió en algún momento siquiera la mas mínima posibilidad? ¿o Kaido empezó aquella partida ya en jaque mate?
De cualquier manera, ya era una ficha caída. Un rey solitario, acorralado en su propi tablero.
Patético. Indudablemente patético.
¿De qué le había servido tanto sacrificio? ¿Yarou? ¿traicionar a sus amigos? ¿abandonar la aldea de su vida? todas esas preguntas azotaron su mente dormitada. Oh, aquél maldito bautizo no tenía vida allí adentro, al menos.
Qué bueno que, en víspera de muerte, podía ser él mismo. Y no lo que un jodido dragón quería que fuese.
Daba igual. Quizás le vendría bien. Descansar. Descansar eternamente, allá en el infierno, junto a los suyos.