10/09/2019, 01:32
Como un dragón, que emerge desde su nido infernal de llamas, cadáveres y huesos; Umikiba Kaido sorteó mareas de cadáveres, con las fosas inundadas a muerte. Nunca habría pensado antes de infiltrarse que la Prisión del Yermo acabaría de aquella forma: reducida a la absoluta nada, con cientos de muertos dentro y con quién sabe cuántos criminales fugados. No pudo evitar preguntarse, cuando ya estaba cerca de la salida que ahora era un fulgurante montón de escombros, qué habría sido de Tokore y el resto. O de qué diría a Comadreja una vez se encontrasen.
El viento liberador y el más puro oxigeno le recibió afuera, con apenas pequeños vestigios de viento y arena acariciándole el rostro. Kaido respiró hondo y profundo, y sus pulmones recobraron color. Frente a él, un vasto océano de arena se abría paso. Torció la mirada, miró de nuevo hacia la Prisión del Yermo y... pidió perdón a quién tenía qué.
Esperaba que Masumi, a donde fuera que haya ido a parar, pudiera perdonarle algún día por su error.
Porque de Ryu no lo iba a hacer.
Kaido se sumergió en el desierto con paso tambaleante. Su único objetivo, ahora mismo, era llegar lo más lejos posible de la prisión y acariciar los confines de la ciudad, para poder reencontrarse con Comadreja. Su única preocupación ahora mismo era que si los rumores volaban con los vientos de aquél país, seguramente ya sería noticia la fuga masiva de presos y por tanto, las fuerzas del Señor Feudal estarían tan alborotadas como un nido de hormigas.
Tras un momento de meditarlo, se detuvo, y renegó de continuar hacia Inaka. No. No tenía nada a lo que volver allí, y para qué engañarnos, Comadreja no era nadie. Que se las arreglara él con noble. A la mierda.
Puto desierto de los cojones. ¡Puto desierto de los cojones, macho! ¿pero cómo es que no se pierden en él siempre? ¡si Kaido no pegaba una, tío!
Podía estar volviendo a las peligrosas fronteras de su antiguo país y no tendría la más mínima idea.
Estaba perdido, otra vez. Y con un cadáver en la espalda. Vaya putada.
El viento liberador y el más puro oxigeno le recibió afuera, con apenas pequeños vestigios de viento y arena acariciándole el rostro. Kaido respiró hondo y profundo, y sus pulmones recobraron color. Frente a él, un vasto océano de arena se abría paso. Torció la mirada, miró de nuevo hacia la Prisión del Yermo y... pidió perdón a quién tenía qué.
Esperaba que Masumi, a donde fuera que haya ido a parar, pudiera perdonarle algún día por su error.
Porque de Ryu no lo iba a hacer.
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Kaido se sumergió en el desierto con paso tambaleante. Su único objetivo, ahora mismo, era llegar lo más lejos posible de la prisión y acariciar los confines de la ciudad, para poder reencontrarse con Comadreja. Su única preocupación ahora mismo era que si los rumores volaban con los vientos de aquél país, seguramente ya sería noticia la fuga masiva de presos y por tanto, las fuerzas del Señor Feudal estarían tan alborotadas como un nido de hormigas.
Tras un momento de meditarlo, se detuvo, y renegó de continuar hacia Inaka. No. No tenía nada a lo que volver allí, y para qué engañarnos, Comadreja no era nadie. Que se las arreglara él con noble. A la mierda.
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Puto desierto de los cojones. ¡Puto desierto de los cojones, macho! ¿pero cómo es que no se pierden en él siempre? ¡si Kaido no pegaba una, tío!
Podía estar volviendo a las peligrosas fronteras de su antiguo país y no tendría la más mínima idea.
Estaba perdido, otra vez. Y con un cadáver en la espalda. Vaya putada.