10/09/2019, 13:23
Augurio, Otoño del año 219
Ya estaba atardeciendo, aunque los negros nubarrones que cubrían el cielo habrían impedido a cualquier notsubeño sin un reloj darse cuenta de ello. La lluvia batía incesantemente la capital del País de la Tierra ese día, desde por la mañana hasta por la tarde, y parecía que continuaría a lo largo de la noche.
Notsuba era una ciudad relativamente clásica —por no decir atrasada—, como el resto del país. Pese a su cercanía con Arashi no Kuni, proveedor de tecnología para todo Oonindo, no parecía que allí gozasen de los avances de su vecino. Uno podría pensar que la causa era, simple y llanamente, la pobreza generalizada de aquel territorio angosto. La inestabilidad política no contribuía a mejorar las cosas, claro; a pesar de que el señorío del País de la Tierra nunca había pasado del linaje de los Kurawa a otro, los recientes acontecimientos todavía tenían el avispero agitado. Y es que se rumoreaba que Kurawa Ivvatsumi, legítima heredera del antiguo señor y desterrada por éste, planeaba tomar por la fuerza lo que le había sido negado. Kurawa Jagaimo, su hermano menor y actual Daimyō, no parecía tener ninguna intención de cedérselo por las buenas... El conflicto estaba servido. Y como cualquier desplante entre grandes señores, los ecos de sus voces resonaban por cada rincón del país, convulsionando los destinos de sus sirvientes. Cualquiera podía verlo al pasear por las calles menos céntricas de la capital notsubeña; la pobreza no les era ajena a sus habitantes. No era de extrañar pues, que en una tarde tan desapacible como aquella, los oriundos buscaran refugio al calor de una buena lumbre y una jarra de cerveza espesa que acompañaban con conversaciones cuya tónica habitual era el disputado trono.
La tasca en la que nos situamos esta vez, no era ni más ni menos que la conocida como La Mina, una tabernita acogedora de la periferia de Notsuba y que gozaba de gran popularidad entre los más humildes. No en vano había por allí un popular soniquete, "-¿A dónde vas? -A trabajar a La Mina", que los parroquianos solían soltarle a sus señoras con gran retranca cuando ya se preparaban para darle al mollate a media tarde. El lugar, además, invitaba a ello; construída en piedra y madera, a la antigua usanza, la taberna podía albergar en su interior una docena de mesas dispuestas caóticamente por la estancia principal. Una buena chimenea, siempre encendida —incluso en las noches de Verano—, proveía de calidez al lugar. Tras la recia barra de madera, plagada de cicatrices que contaban la historia de la tasca, un hombre anormalmente grande y gordo tiraba cervezas muy espesas con la maestría que le daban los años de servicio. Los habituales le conocían y le respetaban, pues como todo buen tabernero, el viejo Kuma hablaba poco, servía bien, y escuchaba mejor.
—¡Eh, Kuma-san, ponte dos jarras de cerveza negra por aquí!
—¡Kuma-san, otras tres para los muchachos!
El ambiente ya empezaba a calentarse casi dadas las ocho de la tarde, pues la mayoría de los que atiborraban la tasca ya llevaban unas cuantas pintas encima. Por eso mismo, nadie advirtió a la figura delgada y discreta que hizo entrada en ese momento. Vestía una capa de viaje color marrón, llevaba un kasa en la cabeza —que goteaba sin parar— y un arrugado volante de papel en la mano. El susodicho se ubicó en una mesa alejada del bullicio principal —la única libre— y se quitó el sombrero, dejándolo sobre ésta. Sus facciones eran toscas y estaban maltratadas, y la mitad de su rostro estaba cubierta por una horrible quemadura. Llevaba el pelo negro y corto, algo alborotado, y sus ojos del mismo color oteaban la estancia con curiosidad.
Uchiha Akame volvió a mirar el papel que tenía en la mano, y una leve sonrisa se dibujó en su rostro.