11/09/2019, 15:58
(Última modificación: 11/09/2019, 15:59 por Uchiha Akame.)
«¿Y qué vas a hacer, ninja de Amegakure?»
Si Akame hubiese tenido que apostar, y recordando la fama que tenían los de la Lluvia, hubiese dado su mano buena a que aquel tipo estaba a un tris de liarse a ostias con medio bar. No en vano podía suponerse que había tenido de compañeros y maestros a gente de pronto fuerte y mano larga, que no dudaban un segundo a la hora de echarle sangre encima a cualquier afrenta. Sin embargo —para sorpresa del joven Uchiha—, aquel chico se limitó a ignorar los comentarios hirientes sobre su hombría y a reiterarse en su idea de tomar un tecito caliente. Kuma, que pese a que respetaba más a un hombre bebiendo cerveza negra que té, se limitó a encogerse de hombros, darse media vuelta y poner a hervir una tetera. De haberse tratado de una merienda de amigos, el tabernero habría preguntado si alguien más quería una taza, pero en La Mina aquello era una pregunta más bien retórica.
«¿Hum?»
El Uchiha no pudo evitar enarcar una ceja cuando aquel shinobi se le quedó mirando con poco disimulo, recorriendo su indumentaria. «¿Me ha reconocido? No, imposible. Parecía más bien que buscaba mi bandana.» Aquella deducción hizo que aflojase los puños, que discretamente había bajado a su regazo. No había de qué preocuparse... Más de lo normal.
—Aquí tiene. Son dos ryōs y medio —la voz, gravísima y profunda de Kuma, llamó la atención del ninja de la Lluvia. El enorme tabernero le colocó una taza humeante delante, en la barra, y se le quedó mirando mientras esperaba el pago requerido.
¡Pom! Con un golpe seco, Uchiha Akame tomó asiento junto al ninja de Amegakure, aun sin dirigirle la mirada. Llevaba su capa de viaje, chorreando, todavía puesta, pero se había dejado el kasa de paja en lo alto de su mesa. Quizá esperaba que sirviera para guardarle el sitio. Tal vez simplemente se le había olvidado.
—Otro tecito por aquí, tabernero —pidió, con voz ligeramente ronca que delataba una vida dura. Luego se giró hacia el de Amegakure—. No tomo alcohol. Es malo para la salud, dicen.
Una risa socarrona se le atragantó en los labios. La verdad era que Akame todavía vivía con tanto miedo al Demonio Azul, que estaba convencido de que si tomaba aunque fuese una cerveza, recaería en el omoide. Y eso era algo que no podía permitirse por nada del mundo.
—No les hagas caso —soltó de repente, haciendo clara alusión a los parroquianos que se habían reído del joven shinobi por pedir un té—. La gente aquí lo tiene difícil. El trabajo escasea, los impuestos suben... Y alguien tiene que mantener el orden. Soldados, guardias, shinobi... Para esta gente, todos sois lo mismo.
Kuma trajo el té, Akame le pagó con tres monedas de un ryō y luego le dio un discreto sorbo a su taza, sin dejar de mirar al otro ninja por el rabillo del ojo.
Si Akame hubiese tenido que apostar, y recordando la fama que tenían los de la Lluvia, hubiese dado su mano buena a que aquel tipo estaba a un tris de liarse a ostias con medio bar. No en vano podía suponerse que había tenido de compañeros y maestros a gente de pronto fuerte y mano larga, que no dudaban un segundo a la hora de echarle sangre encima a cualquier afrenta. Sin embargo —para sorpresa del joven Uchiha—, aquel chico se limitó a ignorar los comentarios hirientes sobre su hombría y a reiterarse en su idea de tomar un tecito caliente. Kuma, que pese a que respetaba más a un hombre bebiendo cerveza negra que té, se limitó a encogerse de hombros, darse media vuelta y poner a hervir una tetera. De haberse tratado de una merienda de amigos, el tabernero habría preguntado si alguien más quería una taza, pero en La Mina aquello era una pregunta más bien retórica.
«¿Hum?»
El Uchiha no pudo evitar enarcar una ceja cuando aquel shinobi se le quedó mirando con poco disimulo, recorriendo su indumentaria. «¿Me ha reconocido? No, imposible. Parecía más bien que buscaba mi bandana.» Aquella deducción hizo que aflojase los puños, que discretamente había bajado a su regazo. No había de qué preocuparse... Más de lo normal.
—Aquí tiene. Son dos ryōs y medio —la voz, gravísima y profunda de Kuma, llamó la atención del ninja de la Lluvia. El enorme tabernero le colocó una taza humeante delante, en la barra, y se le quedó mirando mientras esperaba el pago requerido.
¡Pom! Con un golpe seco, Uchiha Akame tomó asiento junto al ninja de Amegakure, aun sin dirigirle la mirada. Llevaba su capa de viaje, chorreando, todavía puesta, pero se había dejado el kasa de paja en lo alto de su mesa. Quizá esperaba que sirviera para guardarle el sitio. Tal vez simplemente se le había olvidado.
—Otro tecito por aquí, tabernero —pidió, con voz ligeramente ronca que delataba una vida dura. Luego se giró hacia el de Amegakure—. No tomo alcohol. Es malo para la salud, dicen.
Una risa socarrona se le atragantó en los labios. La verdad era que Akame todavía vivía con tanto miedo al Demonio Azul, que estaba convencido de que si tomaba aunque fuese una cerveza, recaería en el omoide. Y eso era algo que no podía permitirse por nada del mundo.
—No les hagas caso —soltó de repente, haciendo clara alusión a los parroquianos que se habían reído del joven shinobi por pedir un té—. La gente aquí lo tiene difícil. El trabajo escasea, los impuestos suben... Y alguien tiene que mantener el orden. Soldados, guardias, shinobi... Para esta gente, todos sois lo mismo.
Kuma trajo el té, Akame le pagó con tres monedas de un ryō y luego le dio un discreto sorbo a su taza, sin dejar de mirar al otro ninja por el rabillo del ojo.