15/09/2019, 06:31
Para el espectador, o incluso nuestros lectores, habría resultado hilarante ver cómo un tipo de un intenso color azul corría a rastras por la arena detrás de una jodida águila, que casualmente volaba al ras de las dunas sin coger demasiada altura, motivando de alguna forma a que el tiburón no se rindiese y acabase perdiendo su mejor baza: el cadáver de Zaide. Pero la realidad es que de no haberse rendido la carroñera de picotear el manojo de vendas del cuerpo sellado, Kaido habría desfallecido, muy probablemente, y habría acabado muriendo de sed, tan sólo como la una y entre un montón de tierra y arena.
Pero como ya he dicho infinidades de veces a lo largo de esta aventura, la suerte, en sus diversas formas, le seguía sonriendo a Kaido. Ésta vez, cuando sus ojos vidriosos hicieron contacto con lo que parecían ser un montón de casas que apenas podía distinguir entre el polvo y el sol incandescentes que le tenía toda la cara quemada. Kaido sonrió. Luego carcajeó. No se lo podía creer. No se lo podía creer.
¿Realmente estaba a salvo, de nuevo?
Realmente... alguien tenía que estar cuidándole allí arriba. ¿Yarou, quizás?
No, a ese le había matado a traición. Era mejor no hacerse ilusiones respecto a alcanzar algún día la absolución por su más grande pecado.
Pero como ya he dicho infinidades de veces a lo largo de esta aventura, la suerte, en sus diversas formas, le seguía sonriendo a Kaido. Ésta vez, cuando sus ojos vidriosos hicieron contacto con lo que parecían ser un montón de casas que apenas podía distinguir entre el polvo y el sol incandescentes que le tenía toda la cara quemada. Kaido sonrió. Luego carcajeó. No se lo podía creer. No se lo podía creer.
¿Realmente estaba a salvo, de nuevo?
Realmente... alguien tenía que estar cuidándole allí arriba. ¿Yarou, quizás?
No, a ese le había matado a traición. Era mejor no hacerse ilusiones respecto a alcanzar algún día la absolución por su más grande pecado.