16/09/2019, 13:37
—No estaba entre mis planes, aunque habría que avisar a Katsudon, y asegurarse de que está bien.
—Estoy de acuerdo y a la vez no. Ahora mismo no pienso apartarme de ti —dijo Yuuna—. Aunque estoy preocupado por él. Ya sabemos por qué no habíamos visto a la tripulación y por qué no le contestaban. Los han asesinado a todos.
—Mejor que apretar hasta que deje de sangrar. —Comenté. —Intenta, de alguna forma, calentar el filo de algún arma y ponerlo sobre la herida. Dejará una quemadura muy fea, pero cerrará la herida.
—Oh, Reiji, soy menos ninja que tú —rio, triste—. No sé hacer ninguna de esas técnicas de fuego que tanto os gustan, y con este suelo humedecido ni se me ocurre hacer fuego para calentar la hoja. De momento apretaré y... y... ¿¡QUÉ COÑO ES ESO!? —Alarmada, Yuuna había apretado más de la cuenta y ahora a Reiji le dolía como mil demonios. Pero la reacción era comprensible.
Había habido un estruendo, el ruido de la madera partiéndose. Y allá por la cristalera de la cabina podía verse un puño gigantesco, enorme, desproporcionado, de al menos cuatro metros de longitud, y un brazo en corcordancia, que apresaba a tres de esos ninjas blancos. Apretándolos. Rompiéndoles los huesos. La mano se abrió y dejó caer sobre la cubierta los cadáveres con tres golpes secos. Luego, redujo su tamaño a medida que descendía y volvía bajo cubierta.
—Estoy de acuerdo y a la vez no. Ahora mismo no pienso apartarme de ti —dijo Yuuna—. Aunque estoy preocupado por él. Ya sabemos por qué no habíamos visto a la tripulación y por qué no le contestaban. Los han asesinado a todos.
—Mejor que apretar hasta que deje de sangrar. —Comenté. —Intenta, de alguna forma, calentar el filo de algún arma y ponerlo sobre la herida. Dejará una quemadura muy fea, pero cerrará la herida.
—Oh, Reiji, soy menos ninja que tú —rio, triste—. No sé hacer ninguna de esas técnicas de fuego que tanto os gustan, y con este suelo humedecido ni se me ocurre hacer fuego para calentar la hoja. De momento apretaré y... y... ¿¡QUÉ COÑO ES ESO!? —Alarmada, Yuuna había apretado más de la cuenta y ahora a Reiji le dolía como mil demonios. Pero la reacción era comprensible.
Había habido un estruendo, el ruido de la madera partiéndose. Y allá por la cristalera de la cabina podía verse un puño gigantesco, enorme, desproporcionado, de al menos cuatro metros de longitud, y un brazo en corcordancia, que apresaba a tres de esos ninjas blancos. Apretándolos. Rompiéndoles los huesos. La mano se abrió y dejó caer sobre la cubierta los cadáveres con tres golpes secos. Luego, redujo su tamaño a medida que descendía y volvía bajo cubierta.
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