16/09/2019, 16:53
«Ah sí, eso también» pensó el Uchiha cuando su acompañante le relató de forma bastante técnica y concisa los efectos perjudiciales del alcohol para cualquier shinobi. La razón por la que muchos, aun así, lo tomaban, era que también producía un efecto muy positivo —o necesario, según el caso—; ayudaba a olvidar. Pero esa réplica se la guardó Akame para sí mismo, primero porque no quería ahondar en el tema, y segundo porque necesitaba concentrar toda su fuerza de voluntad en la taza de té que tenía frente a sí. Le dio otro sorbo mientras el amejin le explicaba su postura frente al asunto, una que hizo en primera instancia enarcar una ceja al joven Akame.
—Ah, puedes apostar a que sí. Esta gente es más pobre que las ratas, y ellos aun así son afortunados. Viven en la capital, de modo que cuando el Daimyo se sacude su kimono, ellos pueden recoger las migajas que caen al suelo —dijo el Uchiha, tomando otro sorbo de té—. Los de las pequeñas aldeas perdidas entre las montañas, uh, esos sí que están jodidos. Asaltadores de caminos, ninjas exiliados y otros personajes de semejante ralea aprovechan la geografía del país y su paupérrima situación para ocultarse de la justicia... Depredando a los débiles y arrebatándole lo poco que tienen.
En ese momento, Akame pareció reparar en algo. Se metió la mano dentro de su capa de viaje y sacó un volante de papel algo arrugado, en el que se podía leer un edicto feudal y, bajo éste, figuraba un retrato.
Luego sus ojos escudriñaron al de Amegakure.
—Lo que faltaba, ¿eh? Disputas políticas, terroristas... Parece que aquí no se aburren.
—Ah, puedes apostar a que sí. Esta gente es más pobre que las ratas, y ellos aun así son afortunados. Viven en la capital, de modo que cuando el Daimyo se sacude su kimono, ellos pueden recoger las migajas que caen al suelo —dijo el Uchiha, tomando otro sorbo de té—. Los de las pequeñas aldeas perdidas entre las montañas, uh, esos sí que están jodidos. Asaltadores de caminos, ninjas exiliados y otros personajes de semejante ralea aprovechan la geografía del país y su paupérrima situación para ocultarse de la justicia... Depredando a los débiles y arrebatándole lo poco que tienen.
En ese momento, Akame pareció reparar en algo. Se metió la mano dentro de su capa de viaje y sacó un volante de papel algo arrugado, en el que se podía leer un edicto feudal y, bajo éste, figuraba un retrato.
Luego sus ojos escudriñaron al de Amegakure.
—Lo que faltaba, ¿eh? Disputas políticas, terroristas... Parece que aquí no se aburren.