22/09/2019, 22:26
Y con aquél leve tinte de humor, Reiji se desvaneció a causa de la pérdida de sangre. Pese a que el muchacho se lo estaba tomando con una increíble normalidad, Yuuna y Katsudon se miraron preocupados, y éste último se afanó en encontrar un botiquín con los recursos necesarios. No, él no sabía coser heridas como lo haría un ninja médico, pero sí había visto muchas cosas como jounin, y había tenido que hacer otras. No era la primera vez que veía una herida tan fea. Lo malo es que si Reiji moría, no sería la primera vez tampoco que veía a un subordinado morir tras desangrarse. Yuuna tendría más maña que Katsudon, pero peor estómago. Era joven y no tenía tanta experiencia en los horrores del campo de batalla. Pero había tratado algunas heridas, y esperaba ser capaz de ayudar.
Ambos lo hicieron lo mejor que pudieron. Katsudon limpió, curó, y más tarde asistió a Yuuna en su tarea de sellar como bien pudieron aquella fea cicatriz. Una vez se hubieron ocupado de Reiji, lo trasladaron a su camarote y lo dejaron reposar en la cama. Tenían que deshacerse de los cuerpos, o probablemente dentro de poco tendrían un grave problema higiénico. No podían quemarlos, porque el barco tenía muchas estructuras de madera, de modo que los echaron al mar, apartando todos sus reparos. Arrojaron los cadáveres de los marineros. Arrojaron los cadáveres de los extraños. Katsudon se quedó un par de placas identificativas, pero no había nada más. Nada más que les dijera de dónde venían.
Yuuna se quedó vigilando a Reiji y le llevó agua un par de veces. El muchacho recuperó la consciencia lo suficiente como para aceptar un par de tragos, pero permaneció allí durante media hora, momento en el que volvió a abrir los ojos... porque a él llegó un rico olor a carne.
—¡Reiji-kun! ¡Reiji-kun, estás bien! —le sonrió Yuuna.
—Muchacho, sé que sigues una dieta estricta, pero no te vendría mal darle un tiento a esto.
La despensa del barco tenía comida para una docena de marineros, para el capitán y para ellos cuatro. Ahora que el número de viajeros había... descendido drácticamente, había rancho de sobra para todos. Katsudon había cocinado una carne en salsa con patatas que sería la envidia de muchos restaurantes, y había cuatro platazos hasta los camarotes. ¿El cuarto plato? Es que Katsudon, además de ocupar el tamaño de dos hombres, comía también por dos.
Ambos lo hicieron lo mejor que pudieron. Katsudon limpió, curó, y más tarde asistió a Yuuna en su tarea de sellar como bien pudieron aquella fea cicatriz. Una vez se hubieron ocupado de Reiji, lo trasladaron a su camarote y lo dejaron reposar en la cama. Tenían que deshacerse de los cuerpos, o probablemente dentro de poco tendrían un grave problema higiénico. No podían quemarlos, porque el barco tenía muchas estructuras de madera, de modo que los echaron al mar, apartando todos sus reparos. Arrojaron los cadáveres de los marineros. Arrojaron los cadáveres de los extraños. Katsudon se quedó un par de placas identificativas, pero no había nada más. Nada más que les dijera de dónde venían.
Yuuna se quedó vigilando a Reiji y le llevó agua un par de veces. El muchacho recuperó la consciencia lo suficiente como para aceptar un par de tragos, pero permaneció allí durante media hora, momento en el que volvió a abrir los ojos... porque a él llegó un rico olor a carne.
—¡Reiji-kun! ¡Reiji-kun, estás bien! —le sonrió Yuuna.
—Muchacho, sé que sigues una dieta estricta, pero no te vendría mal darle un tiento a esto.
La despensa del barco tenía comida para una docena de marineros, para el capitán y para ellos cuatro. Ahora que el número de viajeros había... descendido drácticamente, había rancho de sobra para todos. Katsudon había cocinado una carne en salsa con patatas que sería la envidia de muchos restaurantes, y había cuatro platazos hasta los camarotes. ¿El cuarto plato? Es que Katsudon, además de ocupar el tamaño de dos hombres, comía también por dos.
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