24/09/2019, 14:05
Akame dejó escapar el humo de la última calada por la nariz mientras observaba al muchacho. Sus ojos, insondables, eran dos trozos de obsidiana que escrutaban la expresión de Kisame; tal vez buscando alguna fisura, alguna grieta que le dijera que en realidad el amejin se estaba guardando algo. Que pensaba traicionarle. Akame era bueno viendo aquella clase de segundas intenciones... Pero en aquel chico no advirtió ninguna. Así pues, asintió y apuró su cigarro para luego arrojar la colilla al suelo. Con total indiferencia por la pulcritud del lugar —o ausencia de la misma, más bien— aplastó la cabeza encendida del tabaco y salió de la habitación tras Kisame.
—Nos vemos dentro de una hora, en el callejón junto a La Mina —le dijo en susurros, aludiendo a la tasca donde se habían conocido—. Nos espera una larga noche, así que aprovisiónate bien. Luego será un día de camino hasta la Ribera del Norte.
Con aquellas palabras, el llamado Karasu abandonó aquel local de mala muerte tras Kisame. Luego desaparecería entre la tormenta y las sombras de la noche, que ya habían engullido Notsuba por completo. ¿Acudiría el amejin a su cita?
—Nos vemos dentro de una hora, en el callejón junto a La Mina —le dijo en susurros, aludiendo a la tasca donde se habían conocido—. Nos espera una larga noche, así que aprovisiónate bien. Luego será un día de camino hasta la Ribera del Norte.
Con aquellas palabras, el llamado Karasu abandonó aquel local de mala muerte tras Kisame. Luego desaparecería entre la tormenta y las sombras de la noche, que ya habían engullido Notsuba por completo. ¿Acudiría el amejin a su cita?