26/11/2015, 22:58
Pero la puerta no cedía. No se movía ni un solo milímetro. Como si no fuera más que una pintura en la pared en lugar de una puerta verdad.
Ayame vio un destello azulado por el rabillo del ojo. Y aunque en un principio se sobresaltó, cuando comprobó que se trataba de la kunoichi de Uzushiogakure, que se unía a la batalla por obtener la libertad; Ayame unió fuerzas con ella. Pero ni siquiera aquello fue suficiente. La puerta de salida seguía cerrada firmemente, y no parecía que aquella circunstancia fuera a cambiar por mucho que forcejearan con ella.
—¿Pero qué significa todo esto...? —Ayame lanzó la pregunta al aire, entre angustiados jadeos y alguna que otra gota de sudor frío deslizándose por su sien.
Se había metido en un buen lío. Y lo que era peor, no sabía cómo lo había hecho. Ahora estaba segura de que debía haber esperado a sus familiares junto a la hoguera, pero ya era tarde para lograr algo arrepintiéndose. Ahora tenían que salir de allí, y si no lo lograban con la fuerza bruta quizás...
«No. Si hago eso la dejaría aquí tirada.» Le dirigió una fugaz mirada de soslayo a su repentina compañera de apuros. No la conocía, pero se sentía incapaz de abandonar a alguien así como así a su suerte en una casa como aquella.
Y antes de que pudiera siquiera decidirse a actuar de alguna manera, Ayame oyó un leve susurro tras su espalda que la hizo voltear casi de inmediato. Nunca sabría de dónde podría haber venido, pero la bofetada de aire que sintió en el rostro le hizo cruzar ambos brazos por delante de su cuerpo en un acto reflejo. Se le puso el vello de punta. Y entonces, todo quedó súbitamente a oscuras. Una oscuridad tan densa que le cortó la respiración y la paralizó de los pies a la cabeza.
—SA-LID. DE-AQUÍ. VENID-AL-SÓTANO. OS-AYUDAR...É.
Aquella voz pareció sonar más allá de sus tímpanos. Aquella voz, la más tenebrosa que había tenido la desgracia de oír, pareció sonar dentro de su cabeza, dentro de su esqueleto. Dentro de su alma.
—¡NO! ¡DÉJAME EN PAZ!
Ayame se había agachado sobre sí misma, hecha un ovillo contra la puerta y sujetándose la cabeza con ambas manos. Muerta de miedo como estaba, su cuerpo tiritaba como una hoja de otoño.
—Quiero salir... Papá... Hermano...