25/09/2019, 20:31
(Última modificación: 25/09/2019, 20:32 por Uchiha Akame.)
—Vaya, has venido. Eso sí que es una buena noticia.
Kisame escucharía la voz del joven Uchiha a su espalda, alzándose audible por encima del tronar de la tormenta y el sonido de la lluvia. Si se daba la vuelta, vería que Akame estaba ahora embozado en su vieja capa de viaje marrón, con aquel kasa de paja firmemente sobre su cabeza y atado con un cordel por debajo de la barbilla. A su espalda, un bulto de tamaño medio; probablemente su petate, a resguardo bajo la capa.
—¿Tienes todo lo que necesitas? Entonces vamos. Va a ser una noche larga, y con esta tormenta... Tendremos suerte si encontramos algún lugar seguro en el que resguardarnos.
Ni corto ni perezoso, y sin esperar confirmación por parte del amejin —Akame se tomaba su presencia en el lugar y hora acordados como prueba más que suficiente de que quería acompañarle en su aventura—, el renegado echó a andar calle abajo hacia el sendero que salía de Notsuba dirección Noreste, a la Ribera del Norte. El Uchiha caminaba a paso ni muy rápido ni muy lento, pero con seguridad y firmeza. Si Kisame se colocaba a su par en la andadura, Akame le iría adelantando más detalles sobre la ruta que iban a tomar. Los justos y necesarios.
—Seguiremos por el sendero que atraviesa las montañas hacia la frontera con Mori no Kuni, y pararemos cuando quede poco para el amanecer. Más nos vale que esta tormenta haya escampado para entonces, o que encontremos algún refugio seguro. De lo contrario... —calló—. Vamos, aligeremos el paso ahora que todavía estamos frescos.
La pareja saldría de Notsuba al amparo de la noche, tal y como estaba planeado. Kisame no tardaría en comprobar que el sendero en cuestión era bastante transitable y seguro en los tramos más cercanos a la capital del País de la Tierra, pero conforme uno se iba adentrando en las cordilleras montañosas que abrigaban la ciudad, el paso se volvía más escabroso y tracionero. No pocas veces los muchachos resbalarían con alguna roca suelta, o se quejarían por el barro acumulado en el camino. Tampoco parecía que la tormenta fuese a escampar, sino que, para mayor desgracia de los viajeros, arreció con todavía más fuerza. Como auspiciando mala fortuna en su travesía. En un momento dado, mientras atravesaban un escarpado desfiladero, azotados por la lluvia y el viento, Akame se daría la vuelta para dirigirse a su compañero.
—¡La tormenta es demasiado fuerte! —gritaría para tratar de hacerse oír por encima del viento ensordecedor—. ¡Tenemos que buscar un refugio, ya! ¡Alguna cueva o gruta tendrá que servir!
El paisaje alrededor de los dos muchachos era el típico de un lugar montañoso; escarpadas paredes de roca y una senda pobremente trazada a través del desfiladero. Sin embargo, entre las grietas de las montañas que les flanqueaban, tal vez podrían encontrar algún hueco en el que refugiarse.
Kisame escucharía la voz del joven Uchiha a su espalda, alzándose audible por encima del tronar de la tormenta y el sonido de la lluvia. Si se daba la vuelta, vería que Akame estaba ahora embozado en su vieja capa de viaje marrón, con aquel kasa de paja firmemente sobre su cabeza y atado con un cordel por debajo de la barbilla. A su espalda, un bulto de tamaño medio; probablemente su petate, a resguardo bajo la capa.
—¿Tienes todo lo que necesitas? Entonces vamos. Va a ser una noche larga, y con esta tormenta... Tendremos suerte si encontramos algún lugar seguro en el que resguardarnos.
Ni corto ni perezoso, y sin esperar confirmación por parte del amejin —Akame se tomaba su presencia en el lugar y hora acordados como prueba más que suficiente de que quería acompañarle en su aventura—, el renegado echó a andar calle abajo hacia el sendero que salía de Notsuba dirección Noreste, a la Ribera del Norte. El Uchiha caminaba a paso ni muy rápido ni muy lento, pero con seguridad y firmeza. Si Kisame se colocaba a su par en la andadura, Akame le iría adelantando más detalles sobre la ruta que iban a tomar. Los justos y necesarios.
—Seguiremos por el sendero que atraviesa las montañas hacia la frontera con Mori no Kuni, y pararemos cuando quede poco para el amanecer. Más nos vale que esta tormenta haya escampado para entonces, o que encontremos algún refugio seguro. De lo contrario... —calló—. Vamos, aligeremos el paso ahora que todavía estamos frescos.
La pareja saldría de Notsuba al amparo de la noche, tal y como estaba planeado. Kisame no tardaría en comprobar que el sendero en cuestión era bastante transitable y seguro en los tramos más cercanos a la capital del País de la Tierra, pero conforme uno se iba adentrando en las cordilleras montañosas que abrigaban la ciudad, el paso se volvía más escabroso y tracionero. No pocas veces los muchachos resbalarían con alguna roca suelta, o se quejarían por el barro acumulado en el camino. Tampoco parecía que la tormenta fuese a escampar, sino que, para mayor desgracia de los viajeros, arreció con todavía más fuerza. Como auspiciando mala fortuna en su travesía. En un momento dado, mientras atravesaban un escarpado desfiladero, azotados por la lluvia y el viento, Akame se daría la vuelta para dirigirse a su compañero.
—¡La tormenta es demasiado fuerte! —gritaría para tratar de hacerse oír por encima del viento ensordecedor—. ¡Tenemos que buscar un refugio, ya! ¡Alguna cueva o gruta tendrá que servir!
El paisaje alrededor de los dos muchachos era el típico de un lugar montañoso; escarpadas paredes de roca y una senda pobremente trazada a través del desfiladero. Sin embargo, entre las grietas de las montañas que les flanqueaban, tal vez podrían encontrar algún hueco en el que refugiarse.