2/10/2019, 12:13
(Última modificación: 3/10/2019, 19:07 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
—Gracias —masculló el Uchiha, entre dientes, mientras alargaba la mano para coger el petate que Kisame le tendía.
Una vez con la mochila en las manos, Akame la abrió y rebuscó con movimientos apurados hasta hallar lo que necesitaba, en orden de prioridad: una botella de sake muy fuerte, de altísima graduación, un rollo de vendas y un paquete de tabaco. Dejó la cajetilla a un lado y las vendas sobre ésta, abrió la botella de sake quitándole el tapón con los dientes y echó un buen chorreón sobre la herida. El alcohol le escoció de mil demonios, arrancándole varios gruñidos que no eran sino gritos de dolor ahogados.
—Vale, escúchame. Ahora tienes que coger mi índice derecho, y pasarlo por estas heridas —pidió a Kisame, al tiempo que concentraba una pequeña cantidad de chakra en el mentado y la yema de su dedo se volvía anaranjada, como un hierro candente—. Da igual si grito, si me revuelvo o si me desmayo. Tienes que cauterizarme las heridas, o se me infectarán y no llegaremos a la Ribera del Norte. ¿Lo entiendes?
»Venga, joder. Échale dos huevos.
Akame había ignorado completamente la pregunta del amejin sobre sus ojos —que habían vuelto ahora a su color azabache habitual—; ya habría tiempo para esa clase de banalidades más tarde.
Una vez con la mochila en las manos, Akame la abrió y rebuscó con movimientos apurados hasta hallar lo que necesitaba, en orden de prioridad: una botella de sake muy fuerte, de altísima graduación, un rollo de vendas y un paquete de tabaco. Dejó la cajetilla a un lado y las vendas sobre ésta, abrió la botella de sake quitándole el tapón con los dientes y echó un buen chorreón sobre la herida. El alcohol le escoció de mil demonios, arrancándole varios gruñidos que no eran sino gritos de dolor ahogados.
—Vale, escúchame. Ahora tienes que coger mi índice derecho, y pasarlo por estas heridas —pidió a Kisame, al tiempo que concentraba una pequeña cantidad de chakra en el mentado y la yema de su dedo se volvía anaranjada, como un hierro candente—. Da igual si grito, si me revuelvo o si me desmayo. Tienes que cauterizarme las heridas, o se me infectarán y no llegaremos a la Ribera del Norte. ¿Lo entiendes?
»Venga, joder. Échale dos huevos.
Akame había ignorado completamente la pregunta del amejin sobre sus ojos —que habían vuelto ahora a su color azabache habitual—; ya habría tiempo para esa clase de banalidades más tarde.