3/10/2019, 14:09
Asesinato, suplantación. Control del país. Sí, buena forma de resumirlo. Esos eran a minúsculo detalle lo que esperaba cumplir Dragón rojo con la caída del Señor Feudal. No obstante, la mujer de los mil rostros no dejó de hacer énfasis en que cualquier opción de acercarse más a al objetivo pondría en rotundo peligro a la operación, pues ya había ahondado e investigado a profundidad de distintas maneras sus círculos cercanos más terrenales, incluso, desempeñando el papel de una dama de compañía en la cama de aquel gordo opulento, circunstancia donde los hombres suelen ser más… abiertos y sinceros. Sino, que se lo preguntasen a Katame. De todas formas, el Señor Feudal parecía ser del tipo de noble que separaba muy bien sus funciones de los asuntos más turbios del feudalismo. A Kyutsuki le había sido imposible acceder a menesteres de índoles secretas, y desconocer lo que sucedía en esos círculos tiraba para abajo las probabilidades de éxito a un cincuenta por ciento. Tan lista como eso no iba a poder estar sin correr más riesgos de los que un golpe como aquel consideraba necesario.
Pero toda historia, señores, siempre tiene alternativas. Y esa fue la que trajo Kyutsuki a la mesa de los Dragones. Una vía que, lejos de congeniar con las maquinaciones de asesinato y suplantación, sugestionaban una… ¿alianza?
Alianza. Una palabra habitual en los últimos tiempos. Oonindo había estado padeciendo, contra todo pronóstico, una epidemia de uniones que pocos creían posibles dos años atrás. La Alianza de las Tres Grandes era una prueba viviente de ello, por ejemplo. O incluso la de Akame y Kaido, también. ¿Pero era tan así para Dragón Rojo? Quizás sí. O quizás no.
El gyojin sintió una curiosa ráfaga de energía en cuanto oyó el nombre de ese hombre. Umigarasu. Y Umigarasu, como no podía ser de otra forma cuando se habla de un tipo con tanto poder, no era estúpido. Conocía de Dragón Rojo. Conocía probablemente de las últimas adiciones a sus filas. Sabía que el cuerpo del dragón se iba haciendo cada vez más y más largo y su fuego también mas rojo e intenso. En vista de que el hombre llevaba moviendo los hilos —según testimonio de Kyutsuki—. para aislar el continente y asentar las bases de su reinado, con movimientos pocos éticos, creando enmarañadas redes de criminales, mafiosos y bandidos que trabajasen a su favor, no resultaba extraño que quisiera también comprar a una de las mafias mas fuertes y en ciernes de todo el País del Agua. Segun la mujer de los mil rostros, Umigarasu les quería a ellos para que fueran su Guardia de Élite. Sus perros de guerra. Todo a cambio, desde luego, de módicas sumas de pasta, influencia y libertad.
Ésta última seguramente la más seductora para algunos. La libertad para los forajidos a veces era incluso tan vital como un pan en la mesa para los hambrientos.
Umikiba Kaido se mantuvo en silencio, meditabundo, mientras Zaide y Money discutían los pormenores de esta repentina... posibilidad. Desde luego que no iba a ser el primero en contestar, pues internamente, aun tenía ciertos resquemores que resolver consigo mismo. La pregunta estaba en qué tan conveniente sería trabajar para Umigarasu si existía la posibilidad —claro que ínfima—. De ocupar su lugar en subterfugio.
El Escualo miró a Zaide y luego al resto, tratando de discernir que era lo que pasaba por sus cabezas.
Pero toda historia, señores, siempre tiene alternativas. Y esa fue la que trajo Kyutsuki a la mesa de los Dragones. Una vía que, lejos de congeniar con las maquinaciones de asesinato y suplantación, sugestionaban una… ¿alianza?
Alianza. Una palabra habitual en los últimos tiempos. Oonindo había estado padeciendo, contra todo pronóstico, una epidemia de uniones que pocos creían posibles dos años atrás. La Alianza de las Tres Grandes era una prueba viviente de ello, por ejemplo. O incluso la de Akame y Kaido, también. ¿Pero era tan así para Dragón Rojo? Quizás sí. O quizás no.
El gyojin sintió una curiosa ráfaga de energía en cuanto oyó el nombre de ese hombre. Umigarasu. Y Umigarasu, como no podía ser de otra forma cuando se habla de un tipo con tanto poder, no era estúpido. Conocía de Dragón Rojo. Conocía probablemente de las últimas adiciones a sus filas. Sabía que el cuerpo del dragón se iba haciendo cada vez más y más largo y su fuego también mas rojo e intenso. En vista de que el hombre llevaba moviendo los hilos —según testimonio de Kyutsuki—. para aislar el continente y asentar las bases de su reinado, con movimientos pocos éticos, creando enmarañadas redes de criminales, mafiosos y bandidos que trabajasen a su favor, no resultaba extraño que quisiera también comprar a una de las mafias mas fuertes y en ciernes de todo el País del Agua. Segun la mujer de los mil rostros, Umigarasu les quería a ellos para que fueran su Guardia de Élite. Sus perros de guerra. Todo a cambio, desde luego, de módicas sumas de pasta, influencia y libertad.
Ésta última seguramente la más seductora para algunos. La libertad para los forajidos a veces era incluso tan vital como un pan en la mesa para los hambrientos.
Umikiba Kaido se mantuvo en silencio, meditabundo, mientras Zaide y Money discutían los pormenores de esta repentina... posibilidad. Desde luego que no iba a ser el primero en contestar, pues internamente, aun tenía ciertos resquemores que resolver consigo mismo. La pregunta estaba en qué tan conveniente sería trabajar para Umigarasu si existía la posibilidad —claro que ínfima—. De ocupar su lugar en subterfugio.
El Escualo miró a Zaide y luego al resto, tratando de discernir que era lo que pasaba por sus cabezas.