3/10/2019, 19:16
—¡¡¡YAAAAAAAAAAAAAAAAARGH!!!
Los gritos de Akame resonaron en la gruta por encima del rugido de la tormenta y el viento, cuando Kisame —haciendo caso a sus indicaciones—, le tomó el dedo encendido y empezó a cerrar la primera herida. El olor de la carne quemada inundó aquella estancia, nauseabundo, conforme el joven amejin cauterizaba aquel feo desgarro. La piel iba quemándose de forma perfecta al paso de aquella suerte de punta de soldadura mientras su dueño se revolvía y profería alaridos que hubieran podido helarle la sangre a un shinigami. Pese al dolor, Akame sabía que aquella era la única posibilidad que tenía para que no se le infectara la herida, y llegar hasta la Ribera del Norte: no tenía equipamiento médico y tampoco sabía utilizarlo con demasiada pericia, más allá de remendarse burdamente los cortes con aguja e hilo.
Con gesto ahogado pidió una pausa a su improvisado matasanos, mientras la yema de su dedo seguía emitiendo aquella luz anaranjada y calorífica. Akame sudaba profusamente fruto del dolor y el estrés que la situación le estaba causando, pero todavía tenía dos garrazos más por cauterizarse, que le cruzaban ambos pectorales. «Tengo que seguir... Venga... Venga joder...» Con un asentimiento, indicó a Kisame que prosiguiera.
—¡¡¡YAAAAAAAAAAAAAAAAAIIIIIIIIIAAAARGH!!!
Unos angustiosos minutos después Akame yacía recostado contra la pared, tratando de acompasar su acelerada respiración, empapado en sudor y con la cicatriz de tres garras de animal en el pecho. «Otra para la colección», se dijo con resignación ácida. Su mano había vuelto a la normalidad y ahora trataba de beber agua de su cantimplora para aliviar el dolor que aun sentía.
—Gracias, joder —bufó finalmente, tratando de no moverse demasiado—. Échate un rato si quieres, yo hago el resto de la guardia. Tienes cara de muerto, camarada.
Los gritos de Akame resonaron en la gruta por encima del rugido de la tormenta y el viento, cuando Kisame —haciendo caso a sus indicaciones—, le tomó el dedo encendido y empezó a cerrar la primera herida. El olor de la carne quemada inundó aquella estancia, nauseabundo, conforme el joven amejin cauterizaba aquel feo desgarro. La piel iba quemándose de forma perfecta al paso de aquella suerte de punta de soldadura mientras su dueño se revolvía y profería alaridos que hubieran podido helarle la sangre a un shinigami. Pese al dolor, Akame sabía que aquella era la única posibilidad que tenía para que no se le infectara la herida, y llegar hasta la Ribera del Norte: no tenía equipamiento médico y tampoco sabía utilizarlo con demasiada pericia, más allá de remendarse burdamente los cortes con aguja e hilo.
Con gesto ahogado pidió una pausa a su improvisado matasanos, mientras la yema de su dedo seguía emitiendo aquella luz anaranjada y calorífica. Akame sudaba profusamente fruto del dolor y el estrés que la situación le estaba causando, pero todavía tenía dos garrazos más por cauterizarse, que le cruzaban ambos pectorales. «Tengo que seguir... Venga... Venga joder...» Con un asentimiento, indicó a Kisame que prosiguiera.
—¡¡¡YAAAAAAAAAAAAAAAAAIIIIIIIIIAAAARGH!!!
Unos angustiosos minutos después Akame yacía recostado contra la pared, tratando de acompasar su acelerada respiración, empapado en sudor y con la cicatriz de tres garras de animal en el pecho. «Otra para la colección», se dijo con resignación ácida. Su mano había vuelto a la normalidad y ahora trataba de beber agua de su cantimplora para aliviar el dolor que aun sentía.
—Gracias, joder —bufó finalmente, tratando de no moverse demasiado—. Échate un rato si quieres, yo hago el resto de la guardia. Tienes cara de muerto, camarada.