4/10/2019, 16:28
(Última modificación: 4/10/2019, 16:30 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Si la réplica de Kaido casi le quitó el sentido, por su certeza y sus argumentos cargados de razón —un tipo inteligente como Akame sabía verlo, el escualo estaba dando en el clavo—, el Uchiha fue capaz de no manifestarlo. Se había metido de lleno en la conversación y sabía bien que en negociaciones como aquella era mejor no mostrar acuerdo o desacuerdo más que cuando uno quería; para causar algún efecto en los demás y llevarles de la mano. Claro, Akame nunca había sido del tipo de persona que levantaba a las masas con sus palabras, ni se expresaba con fervor requerido para enardecer a las multitudes. Pese a que sí que hablaba de forma argumentada y muy eficiente cuando se lo proponía, sus palabras solían caer en saco roto. Tal era su maldición.
Sin embargo, cuando Uchiha Zaide retomó el turno de palabra... Oh, dioses, todo se fue al diablo. O mejoró, según se viera. Las primeras palabras del calvo le arrancaron cierta mueca de desacuerdo, pues seguía pensando que el punto de vista de Kaido era el correcto para continuar con su verdadero plan, pero luego... Luego Akame no tuvo más remedio que dejarse llevar por las ideas absolutamente revolucionarias de Zaide y su arrollador carisma. Como un dique que revienta, incapaz de contener la presión de un río desbordado, Akame estuvo apunto de ponerse en pie justo después de que su primo lo hiciera. Estaba enardecido. Estaba en éxtasis. ¡Aquel loco quería cambiar el mundo y, lo más inverosímil de todo, es que Akame también! ¡También! Se hallaba extático ante el discurso del otro Uchiha.
«¡Que les jodan! ¡Que les jodan a todos!»
Sin saberlo, Uchiha Zaide había contribuído aquel día a una causa mucho más grande que cualquiera de ellos. A un plan que otra persona había estado fraguando durante años, del que Akame era pieza clave e indispensable. Estaba contribuyendo a plantar en el joven renegado la semilla de la inquietud social y política. En un tipo que había sido conocido como El Profesional por su forma de actuar y ver el mundo. ¡Acababa de sacudir los cimientos de su ideosincrasia!
Akame trató de relajarse, de contener la euforia que le invadía y a la que no sabía dar, todavía, mucha explicación razonada. Fumó. Cerró los ojos. Se recostó en su asiento. Su cabeza era un auténtico avispero, un torbellino de sentimientos, emociones e ideas que amenazaba con desbordarse de forma que le saliera humo por las orejas. Cuando habló, supo que debía hacerse notar. No supo cómo, pero sí que tenía que hacerlo. Envidió a Zaide en ese momento.
—Ambos tenéis razón, Kaido, Zaide —replicó, salomónico—. Hoy una Revolución, en el País del Agua, sería aplastada por el resto de los señores y sus Aldeas. Son demasiado poderosos, ¡lo tienen todo! Tienen el dinero, el ejército, la influencia, los contactos... Y más importante: tienen al pueblo. ¿Todo por el pueblo, pero sin el pueblo? —negó con la cabeza—. Eso no va a funcionar.
El Uchiha se colocó el cigarrillo en la boca, levantándose como antes lo había hecho Zaide; aunque su presencia fuera apenas la de una boñiga de vaca al lado de un Rey.
—Sin embargo, eso podemos cambiarlo. Si queremos que nuestra voz se oiga en todo Oonindo, necesitamos un altavoz más grande; una Villa Oculta. ¿En qué cambiaría las cosas que en vez de tres Grandes Aldeas hubiera cuatro? —miró a su primo lejano—. Yo te lo voy a decir, Zaide. Lo cambiará todo, porque esa nueva Villa la gobernaremos nosotros.
Entonces los ojos de Akame fueron a parar a Kaido. «Estoy contigo en esto», decían.
—Así que, ¡yo propongo! Yo propongo, que aceptemos el trato. Que Kirigakure no Sato resurga de sus cenizas cual Ave Fénix. De vuelta al lugar que le corresponde por derecho histórico.
Ladeó la cabeza. Ahora buscaba a Zaide.
—Y luego, desangramos a las otras Aldeas. Les chupamos hasta la última gota, las dejamos apenas hechas un jirón de piel seca, una sombra de sí mismas. Les arrebatamos su poder y su influencia, y dejarán de ser potencias en Oonindo.
Entonces miró a su otro lado, pues a quien iban dirigidas sus siguientes palabras no era otro que el mismísimo Money. El contable. El hombre con un gusto desmedido por el oro y el verde.
—¿Cómo? Sencillo. Reventamos el mercado. El sistema tradicional de las Grandes Aldeas depende fundamentalmente en su financiación de los grandes contratos por misiones que tienen con sus clientes, entre los cuáles se encuentran, ilustres, los señores de feudo —explicó. Akame era ahora un criminal, pero había sido en su momento un orgulloso jōnin, conocedor de esos tejemanejes internos—. ¡Pero nosotros no! Nosotros ingresamos dinero a espuertas de formas que las Aldeas no pueden ni pensar en tocar. Jugamos con ventaja, no respetamos sus putas reglas. Y es hora de sacarle provecho para colocarnos en el lado bueno de la balanza.
Ahora Akame paseaba la vista por la sala, mientras rezaba para sí por haber sido capaz de mantener la atención de los Ryutō durante su monólogo.
—Las Grandes Villas tienen un sistema de precios pactado. Todas cobran lo mismo por sus misiones. Pero nosotros, gracias a nuestras vías de financiación alternativas, podemos bajar los precios, subir los sueldos de nuestros shinobi... Y quitarles todo —alzó su puño derecho y apretó con vehemencia, como si se estuviera imaginando que entre los dedos estaba estrujando los huevos de Sarutobi Hanabi—. ¿Qué señor querrá contratar el mismo servicio por un precio más caro? ¿Qué ninja querrá trabajar igual de duro por la mitad de paga?
Sin embargo, cuando Uchiha Zaide retomó el turno de palabra... Oh, dioses, todo se fue al diablo. O mejoró, según se viera. Las primeras palabras del calvo le arrancaron cierta mueca de desacuerdo, pues seguía pensando que el punto de vista de Kaido era el correcto para continuar con su verdadero plan, pero luego... Luego Akame no tuvo más remedio que dejarse llevar por las ideas absolutamente revolucionarias de Zaide y su arrollador carisma. Como un dique que revienta, incapaz de contener la presión de un río desbordado, Akame estuvo apunto de ponerse en pie justo después de que su primo lo hiciera. Estaba enardecido. Estaba en éxtasis. ¡Aquel loco quería cambiar el mundo y, lo más inverosímil de todo, es que Akame también! ¡También! Se hallaba extático ante el discurso del otro Uchiha.
«¡Que les jodan! ¡Que les jodan a todos!»
Sin saberlo, Uchiha Zaide había contribuído aquel día a una causa mucho más grande que cualquiera de ellos. A un plan que otra persona había estado fraguando durante años, del que Akame era pieza clave e indispensable. Estaba contribuyendo a plantar en el joven renegado la semilla de la inquietud social y política. En un tipo que había sido conocido como El Profesional por su forma de actuar y ver el mundo. ¡Acababa de sacudir los cimientos de su ideosincrasia!
Akame trató de relajarse, de contener la euforia que le invadía y a la que no sabía dar, todavía, mucha explicación razonada. Fumó. Cerró los ojos. Se recostó en su asiento. Su cabeza era un auténtico avispero, un torbellino de sentimientos, emociones e ideas que amenazaba con desbordarse de forma que le saliera humo por las orejas. Cuando habló, supo que debía hacerse notar. No supo cómo, pero sí que tenía que hacerlo. Envidió a Zaide en ese momento.
—Ambos tenéis razón, Kaido, Zaide —replicó, salomónico—. Hoy una Revolución, en el País del Agua, sería aplastada por el resto de los señores y sus Aldeas. Son demasiado poderosos, ¡lo tienen todo! Tienen el dinero, el ejército, la influencia, los contactos... Y más importante: tienen al pueblo. ¿Todo por el pueblo, pero sin el pueblo? —negó con la cabeza—. Eso no va a funcionar.
El Uchiha se colocó el cigarrillo en la boca, levantándose como antes lo había hecho Zaide; aunque su presencia fuera apenas la de una boñiga de vaca al lado de un Rey.
—Sin embargo, eso podemos cambiarlo. Si queremos que nuestra voz se oiga en todo Oonindo, necesitamos un altavoz más grande; una Villa Oculta. ¿En qué cambiaría las cosas que en vez de tres Grandes Aldeas hubiera cuatro? —miró a su primo lejano—. Yo te lo voy a decir, Zaide. Lo cambiará todo, porque esa nueva Villa la gobernaremos nosotros.
Entonces los ojos de Akame fueron a parar a Kaido. «Estoy contigo en esto», decían.
—Así que, ¡yo propongo! Yo propongo, que aceptemos el trato. Que Kirigakure no Sato resurga de sus cenizas cual Ave Fénix. De vuelta al lugar que le corresponde por derecho histórico.
Ladeó la cabeza. Ahora buscaba a Zaide.
—Y luego, desangramos a las otras Aldeas. Les chupamos hasta la última gota, las dejamos apenas hechas un jirón de piel seca, una sombra de sí mismas. Les arrebatamos su poder y su influencia, y dejarán de ser potencias en Oonindo.
Entonces miró a su otro lado, pues a quien iban dirigidas sus siguientes palabras no era otro que el mismísimo Money. El contable. El hombre con un gusto desmedido por el oro y el verde.
—¿Cómo? Sencillo. Reventamos el mercado. El sistema tradicional de las Grandes Aldeas depende fundamentalmente en su financiación de los grandes contratos por misiones que tienen con sus clientes, entre los cuáles se encuentran, ilustres, los señores de feudo —explicó. Akame era ahora un criminal, pero había sido en su momento un orgulloso jōnin, conocedor de esos tejemanejes internos—. ¡Pero nosotros no! Nosotros ingresamos dinero a espuertas de formas que las Aldeas no pueden ni pensar en tocar. Jugamos con ventaja, no respetamos sus putas reglas. Y es hora de sacarle provecho para colocarnos en el lado bueno de la balanza.
Ahora Akame paseaba la vista por la sala, mientras rezaba para sí por haber sido capaz de mantener la atención de los Ryutō durante su monólogo.
—Las Grandes Villas tienen un sistema de precios pactado. Todas cobran lo mismo por sus misiones. Pero nosotros, gracias a nuestras vías de financiación alternativas, podemos bajar los precios, subir los sueldos de nuestros shinobi... Y quitarles todo —alzó su puño derecho y apretó con vehemencia, como si se estuviera imaginando que entre los dedos estaba estrujando los huevos de Sarutobi Hanabi—. ¿Qué señor querrá contratar el mismo servicio por un precio más caro? ¿Qué ninja querrá trabajar igual de duro por la mitad de paga?