4/10/2019, 18:42
Akame se limitó a asentir, sin energías o paciencia para poner una buena cara: estaba demasiado cansado. «Este tío es más raro que un perro verde, parece que sea incapaz de pensar algo sin decirlo al segundo siguiente», se dijo el Uchiha con cierta molestia. Kisame no parecía querer cejar en su empeño de zamparse aquella guardia, así que Akame simplemente se arrebujó en su manta y planchó la oreja contra el petate.
Durante la noche no ocurrió nada, los muchachos no fueron sorprendidos de nuevo por el oso ni ninguna otra amenaza que pudiera ir a visitarles. A la mañana siguiente, la tormenta había escampado y aunque el aire seguía siendo frío, al menos las ropas de los muchachos estaban secas. Akame se levantó con cuidado, comprobando con alivio que sus heridas parecían haberse curado satisfactoriamente gracias a la cauterización, que previno hemorragias. Se levantó y caminó hasta la salida de la gruta para echar la vista al cielo; en el horizonte podían intuirse los colores del alba, pues el Sol todavía no era visible tras las montañas. Debían ser las seis o siete de la mañana. «Excelente hora para proseguir.»
—¡Kisame-san! —llamó la atención de su compañero de viaje, que yacía dormido—. Arriba, camarada. Es hora de comer algo y proseguir nuestro viaje.
Predicando con el ejemplo, el Uchiha se sentó en cuclillas sobre su manta y luego sacó del petate su fiel cantimplora, acompañada de otro bocadillo. Sin esperar a Kisame retiró el papel de traza que envolvía aquel suculento tentempié y empezó a comer mientras daba pequeños sorbos a la cantimplora.
Durante la noche no ocurrió nada, los muchachos no fueron sorprendidos de nuevo por el oso ni ninguna otra amenaza que pudiera ir a visitarles. A la mañana siguiente, la tormenta había escampado y aunque el aire seguía siendo frío, al menos las ropas de los muchachos estaban secas. Akame se levantó con cuidado, comprobando con alivio que sus heridas parecían haberse curado satisfactoriamente gracias a la cauterización, que previno hemorragias. Se levantó y caminó hasta la salida de la gruta para echar la vista al cielo; en el horizonte podían intuirse los colores del alba, pues el Sol todavía no era visible tras las montañas. Debían ser las seis o siete de la mañana. «Excelente hora para proseguir.»
—¡Kisame-san! —llamó la atención de su compañero de viaje, que yacía dormido—. Arriba, camarada. Es hora de comer algo y proseguir nuestro viaje.
Predicando con el ejemplo, el Uchiha se sentó en cuclillas sobre su manta y luego sacó del petate su fiel cantimplora, acompañada de otro bocadillo. Sin esperar a Kisame retiró el papel de traza que envolvía aquel suculento tentempié y empezó a comer mientras daba pequeños sorbos a la cantimplora.