8/10/2019, 13:32
(Última modificación: 8/10/2019, 13:33 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame apretó los puños ante la réplica de Ryu, y no le pasó inadvertida la mirada reprobatoria de Zaide que venía a ser un "te lo dije". Pero lo cierto era que el Uchiha podía entender los motivos del Gran Dragón para exigir un sacrificio de sangre, pues las leyes no escritas del submundo criminal de Oonindo no le eran ajenas. Bien sabía que entre los criminales aquella forma de primitivo respeto —que no era sino miedo maquillado— oficiaba como lo más próximo que pudiera haber a una suerte de código. De salvaje honor cimentado sobre la sangre y el terror de los enemigos. Por eso apretaba sus puños, y por eso le jodía saber que, en el fondo, Ryu tenía razón en una cosa: tenían que hacer del atrevimiento de Shikari, un ejemplo. Eso si querían seguir manteniendo su posición dentro del hampa de Mizu no Kuni, y no ser vistos como unos peleles que se habían ablandado ante la oferta de Umigarasu.
Sin embargo, lo que le evocó la intervención de Kaido fue otra cosa. «Hijo de puta, rencoroso», maldijo para sus adentros. El Tiburón, sonrisa afilada en ristre, se estaba cobrando la que él creía que Akame le debía por el asesinato de Shaneji. «¡Que te jodan!», quiso gritarle el Uchiha. Mas no dijo palabra; se limitó a fumar otra calada mientras le sostenía la mirada a Kaido y a mascullar unas palabras tajantes.
—Si ha de morir, será por mi propia mano —aseguró—. Un hombre no rehuye de sus responsabilidades.
Luego oteó los rostros del resto de Ryutos, aunque sospechaba que con toda probabilidad la vida de una simple muchacha no les fuera más digna de atención que la de una puta mosca.
Sin embargo, lo que le evocó la intervención de Kaido fue otra cosa. «Hijo de puta, rencoroso», maldijo para sus adentros. El Tiburón, sonrisa afilada en ristre, se estaba cobrando la que él creía que Akame le debía por el asesinato de Shaneji. «¡Que te jodan!», quiso gritarle el Uchiha. Mas no dijo palabra; se limitó a fumar otra calada mientras le sostenía la mirada a Kaido y a mascullar unas palabras tajantes.
—Si ha de morir, será por mi propia mano —aseguró—. Un hombre no rehuye de sus responsabilidades.
Luego oteó los rostros del resto de Ryutos, aunque sospechaba que con toda probabilidad la vida de una simple muchacha no les fuera más digna de atención que la de una puta mosca.