8/10/2019, 17:15
El Uchiha rió mientras se crujía los dedos de las manos, entumecidas, ante el comentario de Kisame.
—No todas, al menos. No más que algunos hombres —admitió, encogiéndose de hombros—. Pero una persona me dijo una vez que el amor es el aliado de la oscuridad... Y creo que tenía razón, lo cual no me ha evitado caer en sus garras en el pasado.
La historia de los dos amores frustrados de Akame era demasiado triste como para que le apeteciese compartirla con nadie, mucho menos un amejin, de modo que el renegado simplemente pasó por encima del tema.
—A mí me pasaba lo mismo, Kisame-san —le contestó el Uchiha—. Así que te diré: todos necesitamos amigos, compañero. Morimos solos, pero vivimos entre personas.
Los ninjas siguieron caminando hasta que sus pasos les llevaron a dejar atrás definitivamente las escarpadas montañas del País de la Tierra para adentrarse en un prado de verde hierba y riachuelos que fluían aquí y allá. El paisaje había cambiado tan notoriamente como podía esperarse al entrar en Mori no Kuni, el País de los Bosques, y hasta el Sol parecía más caluroso, dándoles la bienvenida. Más allá de la llanura se podían ver las copas de los árboles que se extendían hacia el horizonte.
—Allí es a donde vamos —señaló Akame mientras alzaba la vista hacia el cielo, buscando orientarse por la posición del astro rey—. Al Norte... ¡A la Ribera del Norte!
El Uchiha se ciñó la mochila y siguió caminando, mientras bordeaban un riachuelo de agua clara. El ambiente era sumamente relajante, pues los sonidos típicos del campo lo impregnaban todo. Akame se tomó un momento para detenerse y respirar aquel aire puro, que tanta tranquilidad le transmitía, deleitándose con el paisaje. Luego, retomó la caminata.
Pasado el mediodía los muchachos ya divisaban un conjunto de casitas junto a la ribera de un río muy caudaloso, con un gran árbol —más grande que cualquier otro que hubieran visto— al fondo. Akame señaló aquel pueblecito lejano y se dirigió hacia su compañero de travesía.
—Aquella es la Ribera del Sur —explicó—. Pararemos allí para descansar y comer en una buena posada, tal vez un asado o un guiso típico de la tierra —sólo con pensarlo ya se le hacía la boca agua—. Pero ten cuidado cuando hables con los lugareños, y no reveles nuestro verdadero destino. Entre las dos Riberas hay cierta... Enemistad, por así decirlo. Trifulcas de pueblerinos, viejas riñas y rencores que se remontan generaciones atrás.
—No todas, al menos. No más que algunos hombres —admitió, encogiéndose de hombros—. Pero una persona me dijo una vez que el amor es el aliado de la oscuridad... Y creo que tenía razón, lo cual no me ha evitado caer en sus garras en el pasado.
La historia de los dos amores frustrados de Akame era demasiado triste como para que le apeteciese compartirla con nadie, mucho menos un amejin, de modo que el renegado simplemente pasó por encima del tema.
—A mí me pasaba lo mismo, Kisame-san —le contestó el Uchiha—. Así que te diré: todos necesitamos amigos, compañero. Morimos solos, pero vivimos entre personas.
Los ninjas siguieron caminando hasta que sus pasos les llevaron a dejar atrás definitivamente las escarpadas montañas del País de la Tierra para adentrarse en un prado de verde hierba y riachuelos que fluían aquí y allá. El paisaje había cambiado tan notoriamente como podía esperarse al entrar en Mori no Kuni, el País de los Bosques, y hasta el Sol parecía más caluroso, dándoles la bienvenida. Más allá de la llanura se podían ver las copas de los árboles que se extendían hacia el horizonte.
—Allí es a donde vamos —señaló Akame mientras alzaba la vista hacia el cielo, buscando orientarse por la posición del astro rey—. Al Norte... ¡A la Ribera del Norte!
El Uchiha se ciñó la mochila y siguió caminando, mientras bordeaban un riachuelo de agua clara. El ambiente era sumamente relajante, pues los sonidos típicos del campo lo impregnaban todo. Akame se tomó un momento para detenerse y respirar aquel aire puro, que tanta tranquilidad le transmitía, deleitándose con el paisaje. Luego, retomó la caminata.
Pasado el mediodía los muchachos ya divisaban un conjunto de casitas junto a la ribera de un río muy caudaloso, con un gran árbol —más grande que cualquier otro que hubieran visto— al fondo. Akame señaló aquel pueblecito lejano y se dirigió hacia su compañero de travesía.
—Aquella es la Ribera del Sur —explicó—. Pararemos allí para descansar y comer en una buena posada, tal vez un asado o un guiso típico de la tierra —sólo con pensarlo ya se le hacía la boca agua—. Pero ten cuidado cuando hables con los lugareños, y no reveles nuestro verdadero destino. Entre las dos Riberas hay cierta... Enemistad, por así decirlo. Trifulcas de pueblerinos, viejas riñas y rencores que se remontan generaciones atrás.