15/10/2019, 02:47
Un alboroto indigno de Dragón Rojo —desde su llegada a la organización, nunca les había visto tan animados como ahora—. le obligó a abandonar su habitación, coincidiendo casi al unísono con un alarmado Akame que comprobó, para su pesar, que la euforia proveniente de Otohime era a causa de un pequeño regalo que Money le había conseguido, finalmente, después de mucho tiempo. Se trataba de un disco que Otohime se había apresurado a poner en un aparato que hizo sonar la melodía, una rítmica y apasionada melodía que recorrió en un incesante eco toda Ryūgū-jō. Aquella pequeña reunión cambió de pronto a otros derroteros, con la cháchara de Money —otra cosa en la que era bueno además de manejar los libros contables—. que trajo consigo una inevitable revelación, esa de que Zaide llevaba toda la noche fuera, en lo más alto de la montaña, meditando. O preparándose. O pensando en saltar al vacío. Todo, junto a un... ¿águila?
Si bien le habría causado gracia ver los movimientos poco gráciles de Akame, que habrían de estar al mismo nivel que su personalidad de mierda; aquello que relató el bueno de Money le causó mucha más intriga que la de esperar que el renegado de Uzu pisara los pies de Otohime a mitad del vals.
La figura escueta de Umikiba Kaido se alejó paulatinamente de la juerga y desapareció de los profundos rincones de la caverna.
El gyojin tomó asiento, allí a su lado, sin pedir perdón ni permiso. Plantó sus ojos cristalinos en el horizonte y vislumbró la maravillosa vista que tenían frente a ellos.
—¿No estarás pensando en saltar, no? —dijo, ponzoñoso—. si piensas acabar así, habría sido mejor que te hubieras dejado matar allá en el Yermo.
Si bien le habría causado gracia ver los movimientos poco gráciles de Akame, que habrían de estar al mismo nivel que su personalidad de mierda; aquello que relató el bueno de Money le causó mucha más intriga que la de esperar que el renegado de Uzu pisara los pies de Otohime a mitad del vals.
La figura escueta de Umikiba Kaido se alejó paulatinamente de la juerga y desapareció de los profundos rincones de la caverna.
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El gyojin tomó asiento, allí a su lado, sin pedir perdón ni permiso. Plantó sus ojos cristalinos en el horizonte y vislumbró la maravillosa vista que tenían frente a ellos.
—¿No estarás pensando en saltar, no? —dijo, ponzoñoso—. si piensas acabar así, habría sido mejor que te hubieras dejado matar allá en el Yermo.