15/10/2019, 18:12
(Última modificación: 15/10/2019, 18:12 por Uchiha Akame.)
La Anciana, ah sí. El relato que sobrevino a su pregunta, por parte de Otohime, le complació muchísimo más que las historias de antiguos cultos y deidades de Money. Akame atendió con la mirada de un niño ante sus primeras lecciones, deseoso de conocer a fondo la historia de la organización de la que formaba parte. Alguna vez había leído, en novelas, de grupos similares; los que se forman a partir del puro instinto de supervivencia, que no puede tolerar las desigualdades innatas del ser humano. Luego, como todo lo que crece, Sekiryu fue envejeciendo y corrompiéndose, muriendo al final para transformarse... En otra cosa. O, al menos, así lo veía Akame. Una junta de criminales sanguinarios y narcotraficantes tenía poco que ver con el ideal revolucionario del que había germinado el grupo. «Probablemente, y de hecho, esta gente sean los causantes de que en unos años surga otra banda de justicieros con ganas de sacudir la pirámide de poder. Sobretodo ahora, que vamos a aliarnos con el orgulloso Señor y sus gentes...»
Cuando llegó a la parte de la droga, y de la posición que Shaneji había manifestado a favor de esta, Akame no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa. ¿Aquel sanguinario y despiadado tiburón, velando por el bienestar de sus ciudadanos?
—Bueno, en eso tiene razón —terció el Uchiha, cruzándose de brazos—. Y manda cojones que lo diga yo... Igual, a mí se me hace que Zaide y la Anciana tienen los mismos objetivos; solo que ella ve las cosas con la sabiduría de los años.
Sobre la opinión de Ryu, no quiso manifestar su ídem. Akame desde el primer momento había pensado que aquella idea era sumamente ingenua y estúpida: por mucho que un pez se infle para aparentar ser más grande, siempre llegará otro que lo devore. Así era la ley de Oonindo: no en vano todos los poderosos regímenes de la historia habían acabado cayendo por su propio peso... Empezando por las Cinco Grandes Aldeas.
Entonces Money le lanzó una pregunta, una que había esperado, pero para la que no tenía respuesta. Ni siquiera lo que le había dicho a la Anciana en su momento, días antes, le parecía que ahora hiciese justicia a su mundo interior. ¿Qué quería Uchiha Akame? Ni el propio Uchiha Akame lo sabía.
—Yo... —dudó un momento. Se le encogió el corazón—. Lo que yo quiero es imposible. Inalcanzable... Pero los dioses me han traído de vuelta, ¿para qué? ¿Con qué fin? —él sabía muy bien que no había sido la mano de un dios, sino de una mujer, la artífice de su regreso del Yomi. Pero eso no despejaba aquella duda—. Me he pasado la vida desafiándola, pero mi propia muerte sigue evadiéndome. El Yomi me ha escupido con sus fauces tenebrosas, ni allí soy bienvenido.
Akame se revolvió, incómodo. Lanzó una mirada feroz a ambos Ryutō.
—¿Y vosotros?
Cuando llegó a la parte de la droga, y de la posición que Shaneji había manifestado a favor de esta, Akame no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa. ¿Aquel sanguinario y despiadado tiburón, velando por el bienestar de sus ciudadanos?
—Bueno, en eso tiene razón —terció el Uchiha, cruzándose de brazos—. Y manda cojones que lo diga yo... Igual, a mí se me hace que Zaide y la Anciana tienen los mismos objetivos; solo que ella ve las cosas con la sabiduría de los años.
Sobre la opinión de Ryu, no quiso manifestar su ídem. Akame desde el primer momento había pensado que aquella idea era sumamente ingenua y estúpida: por mucho que un pez se infle para aparentar ser más grande, siempre llegará otro que lo devore. Así era la ley de Oonindo: no en vano todos los poderosos regímenes de la historia habían acabado cayendo por su propio peso... Empezando por las Cinco Grandes Aldeas.
Entonces Money le lanzó una pregunta, una que había esperado, pero para la que no tenía respuesta. Ni siquiera lo que le había dicho a la Anciana en su momento, días antes, le parecía que ahora hiciese justicia a su mundo interior. ¿Qué quería Uchiha Akame? Ni el propio Uchiha Akame lo sabía.
—Yo... —dudó un momento. Se le encogió el corazón—. Lo que yo quiero es imposible. Inalcanzable... Pero los dioses me han traído de vuelta, ¿para qué? ¿Con qué fin? —él sabía muy bien que no había sido la mano de un dios, sino de una mujer, la artífice de su regreso del Yomi. Pero eso no despejaba aquella duda—. Me he pasado la vida desafiándola, pero mi propia muerte sigue evadiéndome. El Yomi me ha escupido con sus fauces tenebrosas, ni allí soy bienvenido.
Akame se revolvió, incómodo. Lanzó una mirada feroz a ambos Ryutō.
—¿Y vosotros?