16/10/2019, 01:48
—Ah, sí, un hijo de la gran puta —repitió, concediéndole aquél noble honor al difunto Katame. Aquél nombre traía consigo un recuerdo importante en la vida de Umikiba Kaido. Quizás, el momento, el instante, en el que su camino del ninja se había torcido del todo. Queriéndolo, o no. Porque si nos ponemos a pensar, y a rememorar todos los acontecimientos que se habían estado suscitando en la vida del gyojin, su misión en Taikarune, el Barco de Baratie, y el primer encuentro con Dragón Rojo a través de la figura de Katame, habían atado todos los hilos para que Kaido acabara allí, sentado, al lado de aquél hombre. Mirando el horizonte. O el acantilado. A su antiguo enemigo. Y a su futuro aliado. Así que de no haber sido por aquella coincidencia del destino, muchas cosas hubieran ocurrido de una manera también muy distinta. El escualo no pudo pensar por una milésima de segundo cómo sería su vida ahora, sin lo de entonces. Aún en Amegakure. Aún junto a Daruu, y Ayame.
Daruu y Ayame. Mogura. Sus amigos. ¿Qué sería de la vida de ellos? ¿Qué pensarían de él? ¿Acaso... vendrían a buscarlo algún día, para darle la muerte que todo traidor se merece?
—Y un traidor, claro. Como tú. Como yo. Como todos en algún momento de nuestras vidas. Algunos traicionan gente, otros sus propios principios. Pero da igual, somos y estamos hechos de la misma calaña.
Daruu y Ayame. Mogura. Sus amigos. ¿Qué sería de la vida de ellos? ¿Qué pensarían de él? ¿Acaso... vendrían a buscarlo algún día, para darle la muerte que todo traidor se merece?
—Y un traidor, claro. Como tú. Como yo. Como todos en algún momento de nuestras vidas. Algunos traicionan gente, otros sus propios principios. Pero da igual, somos y estamos hechos de la misma calaña.