16/10/2019, 16:33
Ante la respuesta de Kaido, Zaide sonrió, le rodeó los hombros con un brazo como si fuese su colega de toda la vida y dijo:
—Antes te dije que me recordabas a Shaneji. —Hubo una pausa—. Pero tú aprendes de tus errores.
El viaje fue de lo más taciturno. Ryū encabezaba la marcha, y él, ya callado de por sí, se había sumido en un sepulcro silencio del que apenas se le podía arrancar un gruñido ante cualquier pregunta. Zaide, a la cola del grupo, y pese a que le gustaba hablar hasta debajo del agua, apenas hizo un par de comentarios en todo el trayecto. Su momento de relajación lo había pasado con Kaido, y ahora volvía a sumirse en un semblante serio y concentrado. Otohime, influenciada por el ambiente, no tuvo ganas de sacar ningún tema de conversación.
Atravesaron valles, pasos entre montañas y auténticas nubes de niebla, donde las temperaturas bajaban bastante pese a ser verano. Quizá por eso, o porque de algún modo quería pasar más desapercibido, Ryū se había puesto un abrigo de oso por encima. Otohime les había asegurado a los jóvenes que lo había cazado con sus propias manos, sin ninjutsu de por medio.
A media tarde, pararon a descansar junto a un riachuelo en medio del bosque. Encendieron un fuego, y Otohime sacó de un pergamino varias sardinas y chuletones que cocinaron con las brasas.
No paso nada remarcable, salvo, quizá, el hecho de que Uchiha Zaide se acercó al río a repasarse el afeitado de su cabeza. Con su jodida hacha. Sin crema ni tonterías. Luego, fue agarrando mechones sueltos de su barba y cortándolos con el filo de su Nage Ono. El resultado fue una barba mucho más recortada, de la que no era tan fácil agarrar y tirar de ella. Muy desigual, eso sí. Siendo francos, en el rostro de cualquier otro era una chapuza. Pero Zaide era de esos tipos a los que todo parecía quedarles bien y hasta creaban tendencia.
Cuando la noche se acercaba, abandonaron los caminos para meterse de lleno en un bosque situado en el nacimiento de una montaña. Ascendieron por ella entre los arbustos y la maleza, hasta llegar a una cabaña perdida y abandonada. Los cristales de los ventanales estaban rotos, la puerta reventada, y el musgo y la maleza se había adueñado de ella.
El interior no era mucho mejor: una mesa rota y reducida a tablones carcomidos; una cocina de leña oxidada y llena de telarañas; y un colchón tirado en una esquina que olía fatal. Ryū se acercó hasta el colchón, lo apartó hacia un lado y quitó varios tablones sueltos revelando unas escaleras que bajaban al subterráneo.
—Otohime —dijo con su voz gutural—. Mechero.
Poco a poco, a medida que fue encendiendo los candiles anclados a las paredes, se fue adivinando una segunda estancia mucho más cuidada. Había camas bien hechas —ocho en total—, e incluso un pequeño cuarto con ropa y armas colgando de armarios.
La noche acababa de cerrarse cuando Otohime salió, con el estómago lleno por la cena, a fumarse un pitillo al aire libre. Se apoyó contra una pared de la cabaña y saboreó el cigarro con una honda calada.
—Antes te dije que me recordabas a Shaneji. —Hubo una pausa—. Pero tú aprendes de tus errores.
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El viaje fue de lo más taciturno. Ryū encabezaba la marcha, y él, ya callado de por sí, se había sumido en un sepulcro silencio del que apenas se le podía arrancar un gruñido ante cualquier pregunta. Zaide, a la cola del grupo, y pese a que le gustaba hablar hasta debajo del agua, apenas hizo un par de comentarios en todo el trayecto. Su momento de relajación lo había pasado con Kaido, y ahora volvía a sumirse en un semblante serio y concentrado. Otohime, influenciada por el ambiente, no tuvo ganas de sacar ningún tema de conversación.
Atravesaron valles, pasos entre montañas y auténticas nubes de niebla, donde las temperaturas bajaban bastante pese a ser verano. Quizá por eso, o porque de algún modo quería pasar más desapercibido, Ryū se había puesto un abrigo de oso por encima. Otohime les había asegurado a los jóvenes que lo había cazado con sus propias manos, sin ninjutsu de por medio.
A media tarde, pararon a descansar junto a un riachuelo en medio del bosque. Encendieron un fuego, y Otohime sacó de un pergamino varias sardinas y chuletones que cocinaron con las brasas.
No paso nada remarcable, salvo, quizá, el hecho de que Uchiha Zaide se acercó al río a repasarse el afeitado de su cabeza. Con su jodida hacha. Sin crema ni tonterías. Luego, fue agarrando mechones sueltos de su barba y cortándolos con el filo de su Nage Ono. El resultado fue una barba mucho más recortada, de la que no era tan fácil agarrar y tirar de ella. Muy desigual, eso sí. Siendo francos, en el rostro de cualquier otro era una chapuza. Pero Zaide era de esos tipos a los que todo parecía quedarles bien y hasta creaban tendencia.
Cuando la noche se acercaba, abandonaron los caminos para meterse de lleno en un bosque situado en el nacimiento de una montaña. Ascendieron por ella entre los arbustos y la maleza, hasta llegar a una cabaña perdida y abandonada. Los cristales de los ventanales estaban rotos, la puerta reventada, y el musgo y la maleza se había adueñado de ella.
El interior no era mucho mejor: una mesa rota y reducida a tablones carcomidos; una cocina de leña oxidada y llena de telarañas; y un colchón tirado en una esquina que olía fatal. Ryū se acercó hasta el colchón, lo apartó hacia un lado y quitó varios tablones sueltos revelando unas escaleras que bajaban al subterráneo.
—Otohime —dijo con su voz gutural—. Mechero.
Poco a poco, a medida que fue encendiendo los candiles anclados a las paredes, se fue adivinando una segunda estancia mucho más cuidada. Había camas bien hechas —ocho en total—, e incluso un pequeño cuarto con ropa y armas colgando de armarios.
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La noche acababa de cerrarse cuando Otohime salió, con el estómago lleno por la cena, a fumarse un pitillo al aire libre. Se apoyó contra una pared de la cabaña y saboreó el cigarro con una honda calada.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado