16/10/2019, 18:53
Akame sacudió la cabeza, resignado al ver cómo sus vanas esperanzas se convertían en poco más que la ceniza que caía del tabaco de Otohime. Y a pesar de eso, o precisamente por eso, al final se veía sólo con la ineludible certeza que había estado intentando guardar en algún baúl olvidado de su cabeza. Que todo el mal que le había sucedido, fue tan sólo culpa suya. Apretó los puños.
—Entiendo —mintió, mientras chasqueaba los dedos y una canica ígnea encendía su propio cigarrillo para luego esfumarse entre el humo gris de la primera calada. Luego contestó a la pregunta de la especialista en Fuuinjutsu—. Por desgracia, así es. Gracias por la información, de todos modos.
Akame le pegó dos buenos calentones al pitillo, suficientes para amenazar con desatar un ataque de tos incluso en un fumador avezado como él, con la garganta destrozada por el alcohol que se había comprometido a no volver a probar. Cuando habló, su voz sonaba más áspera que de costumbre.
—Tenía que asegurarme, joder —acabó escupiendo—. Tenía que asegurarme. Me hubiera jugado la mano derecha a que esto era cosa de esos cabrones del Remolino, una de sus putas tretas, pero no... Claro que no. Tenía que ser ella.
Con gesto claramente molesto, el Uchiha le pegó otra calada muy honda al tabaco y echó el humo por la nariz. Probablemente sin el efecto del cigarro, ya habría perdido los estribos. De repente alzó la vista y la clavó en Otohime; parecía contrariado.
—¿Qué haces tú aquí, Otohime? —disparó a quemarropa—. No tienes madera de criminal. No eres cruel, no eres violenta, no sabes pelear. Sólo tuviste mala suerte, ¿eh? —inquirió el exjōnin, con una sonrisa torcida—. ¿Te lo inventaste tú? Lo del Bautizo y todo eso, digo.
—Entiendo —mintió, mientras chasqueaba los dedos y una canica ígnea encendía su propio cigarrillo para luego esfumarse entre el humo gris de la primera calada. Luego contestó a la pregunta de la especialista en Fuuinjutsu—. Por desgracia, así es. Gracias por la información, de todos modos.
Akame le pegó dos buenos calentones al pitillo, suficientes para amenazar con desatar un ataque de tos incluso en un fumador avezado como él, con la garganta destrozada por el alcohol que se había comprometido a no volver a probar. Cuando habló, su voz sonaba más áspera que de costumbre.
—Tenía que asegurarme, joder —acabó escupiendo—. Tenía que asegurarme. Me hubiera jugado la mano derecha a que esto era cosa de esos cabrones del Remolino, una de sus putas tretas, pero no... Claro que no. Tenía que ser ella.
Con gesto claramente molesto, el Uchiha le pegó otra calada muy honda al tabaco y echó el humo por la nariz. Probablemente sin el efecto del cigarro, ya habría perdido los estribos. De repente alzó la vista y la clavó en Otohime; parecía contrariado.
—¿Qué haces tú aquí, Otohime? —disparó a quemarropa—. No tienes madera de criminal. No eres cruel, no eres violenta, no sabes pelear. Sólo tuviste mala suerte, ¿eh? —inquirió el exjōnin, con una sonrisa torcida—. ¿Te lo inventaste tú? Lo del Bautizo y todo eso, digo.