17/10/2019, 00:21
(Última modificación: 17/10/2019, 00:53 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
El viaje hasta la Llanura de Halita fue largo, muy largo. Demasiado, diría él. Acostumbrado a la soledad de tiempos antaños, donde venía encargándose él sólo de las cosas —sin ánimo de ofender a la memoria de Muñeca, pero la chiquilla no le había sido de mucha ayuda allá en el Yermo—. seguro que le habría resultado extraño compartir el trayecto con sus otros cuatro camaradas. Pero de camaradas poco, puesto que ninguno soltó lengua a lo largo de la travesía salvo para puntualizar algo en concreto, o dar indicaciones hacia qué o cuál dirección tomar entre los grandes valles que componían aquella majestuosa isla, rodeada de agua. Semejante mutismo le hizo extrañar una vez más aquellos momentos de camaradería con a quienes llamó amigos alguna vez. Shaneji fue el primero, el más acorde a su nostalgia, pues el sentido de hermandad que habían desarrollado en tan poco tiempo era digno de estudio. Quizás era el clan, la sangre, o su visión compartida del mundo, de su aprecio por la fuerza y la fortaleza o el predominio de aquellos que se ganan su pan como es debido; pero ambos habían conectado muy fácil, y muy bien. Todo, desde luego, después de haberse tratado de matarse mutuamente. Y es que así, queridos lectores, se han forjado en Oonindo muchas de las más grandes hermandades.
Luego pensó en la misma Masumi. A pesar de ser una niña, había estado llena de anécdotas y momentos divertidos con los que hizo el viaje hasta Inaka más ameno. Compartieron risas en más de una ocasión y también se probaron en combate más de una vez, para estar ambos a punto para lo que se les venía en la Capital del Desierto. Por un momento sintió pena y remordimiento, aquél que seguramente Akame no sentía por haber matado a Shaneji. Chasqueó la lengua, y trató de olvidarse de ello. Pero aunque quiso detenerse en algún punto de aquél viaje introspectivo que franqueaba momentos recientes de su vida, algo le obligó a parar allá en tiempos más antaños. De cuando aún vestía en su frente, con orgullo, la bandana de Amegakure.
Algo le había impedido, desde su "exilio", rememorar esos tiempos. Ese algo, era un intrincado sello, poderoso y ancestral; que mermaba su voluntad. Pero las experiencias vividas los últimos meses le habían vuelto un hombre más valiente, gracias a las adversidades. Gracias a las victorias. Y por sobre todo, gracias a las derrotas. Las derrotas te hacen ver el mundo de una manera diferente, afrontar las realidades de formas distintas. Te hacen crecer. Te hacen madurar. Y de a poco, tus principios de fortalecen gracias a todo ésto. Esa era —sin que él lo supiera—. la debilidad del sello que reposaba en su brazo. Una muy nimia, que necesitaba tiempo para germinar y romper de a poco las cadenas que condicionan a la persona que lo posee. Y por eso, de a poco, se había creado una hendidura. Un pequeño orificio, donde Kaido se pudo permitir pensar en los tiempos de antes.
No podía negar que en algún punto se sintió un hombre liberado y feliz en Amegakure. No sólo luego de haber exterminado a su reducto, con el pesar que le supuso perder a Yarou, sino por todo lo que vino después. La confianza de su aldea. El examen de chuunin. La ejecución de Keisuke. O ese encuentro con Daruu y Ayame, después de lo acontecido con el general rata —así le llamaba el pelopincho—. que casualmente ahora viajaba a su lado, como un colega más. Eran tiempos bueno, de eso no había duda. En algún punto creyó haber encontrado su lugar al lado de gente buena. De colegas y líderes que le apreciaban. Daruu y Ayame los primeros. Pero a fin de cuentas, todo era una farsa. Una farsa cuyo velo iba a caer en cualquier momento. Que Yui realmente no confiaba en él, sino que le engañaba con pequeñas concesiones, aquí y allá, para mantener a la Bestia de Amegakure bien atadita. Como a un chucho de guerra. Pero: ¿era realmente así? ¿de verdad... su aldea le iba a traicionar?
Hasta ese entonces creía con el fervor de un religioso sintoísta que así iba a ser. Quizás gracias al sello, quizás también a su propio miedo interno, habiéndolo padecido ya con aquellos que se hacían llamar su familia. Ahora mismo, no era capaz de saberlo con certeza.
Ahora mismo... el bautizo se daba cuenta de que no estaba apretando como debía ser.
Suerte para el poderoso fuuinjutsu que Ryu le sacó de su ensimismamiento. Todos se detuvieron frente a una cabaña raída, oculta entre la maleza. El aspecto de su interior también dejaba mucho que desear, aunque pronto desvelaron el subterfugio que había bajo el colchón.
Un pasaje subterráneo que ocultaba un refugio mucho más digno, con camas, un depósito de armas, y otras cuantas cosas más, fue desvelado por Ryu, que lideraba el descenso. Cansado de semejante viaje, Kaido no pudo hacer otra cosa que aprovechar el momento y... descansar.
Aquella siesta le había venido bien. Llevaba viajando sin parar durante la última semana, del Desierto hasta el Agua, del Agua hasta la caverna, y ahora de la caverna, hasta las tierras más frías de mizu no kuni. El escualo se estiró en su cama, se acomodó la melena y echó un vistazo, para tratar de ver quién estaba por ahí. Aunque comprobó que no había rastro ni de Akame, ni de Otohime.
«Akame, pillo. ¡Pillo!» —sonrió con su propia gracia—. «bueno, no te culpo, colega. Era ella o la Anciana. Y de Kyutsuki no sabemos si es mujer o hombre, con lo cuál, sería como tirar una moneda al aire. No estamos para esos riesgos, ¿verdad?»
Luego pensó en la misma Masumi. A pesar de ser una niña, había estado llena de anécdotas y momentos divertidos con los que hizo el viaje hasta Inaka más ameno. Compartieron risas en más de una ocasión y también se probaron en combate más de una vez, para estar ambos a punto para lo que se les venía en la Capital del Desierto. Por un momento sintió pena y remordimiento, aquél que seguramente Akame no sentía por haber matado a Shaneji. Chasqueó la lengua, y trató de olvidarse de ello. Pero aunque quiso detenerse en algún punto de aquél viaje introspectivo que franqueaba momentos recientes de su vida, algo le obligó a parar allá en tiempos más antaños. De cuando aún vestía en su frente, con orgullo, la bandana de Amegakure.
Algo le había impedido, desde su "exilio", rememorar esos tiempos. Ese algo, era un intrincado sello, poderoso y ancestral; que mermaba su voluntad. Pero las experiencias vividas los últimos meses le habían vuelto un hombre más valiente, gracias a las adversidades. Gracias a las victorias. Y por sobre todo, gracias a las derrotas. Las derrotas te hacen ver el mundo de una manera diferente, afrontar las realidades de formas distintas. Te hacen crecer. Te hacen madurar. Y de a poco, tus principios de fortalecen gracias a todo ésto. Esa era —sin que él lo supiera—. la debilidad del sello que reposaba en su brazo. Una muy nimia, que necesitaba tiempo para germinar y romper de a poco las cadenas que condicionan a la persona que lo posee. Y por eso, de a poco, se había creado una hendidura. Un pequeño orificio, donde Kaido se pudo permitir pensar en los tiempos de antes.
No podía negar que en algún punto se sintió un hombre liberado y feliz en Amegakure. No sólo luego de haber exterminado a su reducto, con el pesar que le supuso perder a Yarou, sino por todo lo que vino después. La confianza de su aldea. El examen de chuunin. La ejecución de Keisuke. O ese encuentro con Daruu y Ayame, después de lo acontecido con el general rata —así le llamaba el pelopincho—. que casualmente ahora viajaba a su lado, como un colega más. Eran tiempos bueno, de eso no había duda. En algún punto creyó haber encontrado su lugar al lado de gente buena. De colegas y líderes que le apreciaban. Daruu y Ayame los primeros. Pero a fin de cuentas, todo era una farsa. Una farsa cuyo velo iba a caer en cualquier momento. Que Yui realmente no confiaba en él, sino que le engañaba con pequeñas concesiones, aquí y allá, para mantener a la Bestia de Amegakure bien atadita. Como a un chucho de guerra. Pero: ¿era realmente así? ¿de verdad... su aldea le iba a traicionar?
Hasta ese entonces creía con el fervor de un religioso sintoísta que así iba a ser. Quizás gracias al sello, quizás también a su propio miedo interno, habiéndolo padecido ya con aquellos que se hacían llamar su familia. Ahora mismo, no era capaz de saberlo con certeza.
Ahora mismo... el bautizo se daba cuenta de que no estaba apretando como debía ser.
Suerte para el poderoso fuuinjutsu que Ryu le sacó de su ensimismamiento. Todos se detuvieron frente a una cabaña raída, oculta entre la maleza. El aspecto de su interior también dejaba mucho que desear, aunque pronto desvelaron el subterfugio que había bajo el colchón.
Un pasaje subterráneo que ocultaba un refugio mucho más digno, con camas, un depósito de armas, y otras cuantas cosas más, fue desvelado por Ryu, que lideraba el descenso. Cansado de semejante viaje, Kaido no pudo hacer otra cosa que aprovechar el momento y... descansar.
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Aquella siesta le había venido bien. Llevaba viajando sin parar durante la última semana, del Desierto hasta el Agua, del Agua hasta la caverna, y ahora de la caverna, hasta las tierras más frías de mizu no kuni. El escualo se estiró en su cama, se acomodó la melena y echó un vistazo, para tratar de ver quién estaba por ahí. Aunque comprobó que no había rastro ni de Akame, ni de Otohime.
«Akame, pillo. ¡Pillo!» —sonrió con su propia gracia—. «bueno, no te culpo, colega. Era ella o la Anciana. Y de Kyutsuki no sabemos si es mujer o hombre, con lo cuál, sería como tirar una moneda al aire. No estamos para esos riesgos, ¿verdad?»