17/10/2019, 02:37
Sí, eso, más fuerte. ¡Más fuerte! ¡ y ahora podía traer en su auxilio a un maldito ti-bu-rón! Kaido ya había fantaseado con ello, una vez estuvo en tierra firme. De lo mucho que le servirían sus nuevos animales de invocación durante alguna batalla. La primera que se le vino a la mente había sido la de Zaide por dar un ejemplo, donde había tenido galones y galones de agua a su disposición el noventa por ciento del tiempo que duró el combate. Aunque había sido una estrategia indudablemente apropiada, esa la de inundar todos los pisos subterráneos de la Prisión del Yermo, pues al ir sus pisos hacia abajo, no había forma de que su mar creado con su técnica suiton estrella se escurriera bajo la tierra. Pero por un momento sintió que tal vez no la había aprovechado bien. O que le había dado todo su uso durante su enfrentamiento con los esclavos de la puta de Nathifa. Sí, esa zorra. Le había obligado a gastar bastante chakra, también.
Ahora, imaginándonos las mismas circunstancias, en la mente de Kaido pasaba la posibilidad de que todo hubiera ido cuesta arriba si hubiese tenido a un tiburón nadando en aquél mar. Quizás le habría podido ayudar a salir de la pletórica ilusión de Zaide, o de arrancarle un pedazo de pierna antes de que se fuera a por patas de allí, dejándolo con ese pergamino trucado, creyéndose victorioso de un combate patéticamente perdido.
Los ojos del escualo se torcieron hacia Zaide, que curiosamente se había detenido. O mejor dicho, fueron sus armas la que dejaron de emitir el sonido característico que genera el hierro al raspar la piedra de amolar.
—¿Y tú? ¿oíste de ellos antes?
Ahora, imaginándonos las mismas circunstancias, en la mente de Kaido pasaba la posibilidad de que todo hubiera ido cuesta arriba si hubiese tenido a un tiburón nadando en aquél mar. Quizás le habría podido ayudar a salir de la pletórica ilusión de Zaide, o de arrancarle un pedazo de pierna antes de que se fuera a por patas de allí, dejándolo con ese pergamino trucado, creyéndose victorioso de un combate patéticamente perdido.
Los ojos del escualo se torcieron hacia Zaide, que curiosamente se había detenido. O mejor dicho, fueron sus armas la que dejaron de emitir el sonido característico que genera el hierro al raspar la piedra de amolar.
—¿Y tú? ¿oíste de ellos antes?