17/10/2019, 16:47
Más crédula o no con las historias de Akame, Otohime hizo caso de su advertencia.
—Ese siempre es mi plan A. Como tú dijiste… no sé luchar. —Adversario más grande o más pequeño, Otohime no era un rival digno de nadie. Por eso casi siempre permanecía cerca de la guarida, y por eso cuando salía lejos siempre iba acompañada de otro Ryūtō.
Estaba a punto de preguntarle por el nombre del chico —o algo con lo que pudiese identificarle—, cuando el viento la empujó hacia atrás e hizo volar el segundo cigarrillo que se acababa de sacar.
Asomándose a la ventana rota, Akame pudo descubrir el causante de tanto jaleo. Un águila, mucho más grande que la que Zaide llevaba al hombro a la mañana. Medía al menos tres metros, con la cabeza y la doble cresta de un gris oscuro, así como la parte superior de su cuerpo y las alas. Las facciones, al contrario, claras. Y la parte inferior de su cuerpo casi blancas, como así también la parte interna de sus alas. Tenía un porte regio y majestuoso, y, como la otra, pertenecía al mismo género: era un águila harpía.
—¡Uiiiiiii! ¡Zaide! ¿¡Cuántas lunas desde que no nos vemos!? ¡No me llegan las plumas para contarlas! ¡Uiiiiii!
El silbido de aquel ave era distinto para cada persona. Como un caleidoscopio, dependía del oído, dependía de la perspectiva. Para Zaide, era algo místico. Era el viento contra una vela en mar abierto. Era un vendaval abrazando un risco. Era el eco que se escuchaba en lo alto de una montaña. Era la reverberación del cielo. Era el sonido de la libertad. Para otros, en cambio, simplemente un silbido profundo y agudo. Quizá hasta molesto.
—¿Para qué me has llamado?
—Para dormir entre las nubes, viejo amigo.
—¡Uiiiiii! ¿Osas invocarme, a mí, al gran Viento Blanco , solo para llevarte de paseo? —Su cuerpo se inclinó hacia adelante y su afilado pico descendió hasta el rostro de Zaide. Sus miradas se cruzaron—. ¿Tan jodido estás, eh? Lo que decía mi aguilucho es cierto entonces. Vas a enfrentarte al Dragón. —No era una pregunta, y por eso, Zaide no tenía nada a lo que responder—. Y esta vez no tienes un plan para sobrevivir.
Zaide hizo un ademán de hastío.
—Escucha. Si muero… Quiero que lleves al águila de vuelta a su nido. ¿Me comprendes? Tormenta Pálida sabrá donde está.
—Tormenta Pálida querrá algo más que eso. Querrá luchar, a tu lado.
Lo sabía.
—Por eso estás tú aquí y no ella. —Porque no quería pasar la que podía ser su última noche discutiendo. Ni dando explicaciones de por qué esa no era una buena idea.
Zaide se subió por su cuello y la montó. El águila desplegó sus enormes alas, y a punto estaba de empezarlas a batir, cuando sus ojos se encontraron con los de Akame. Y, concretamente, con algo que tenía en la oreja.
—¡Uiiii! ¡¿De dónde has sacado esa pluma, muchacho?!
—Ese siempre es mi plan A. Como tú dijiste… no sé luchar. —Adversario más grande o más pequeño, Otohime no era un rival digno de nadie. Por eso casi siempre permanecía cerca de la guarida, y por eso cuando salía lejos siempre iba acompañada de otro Ryūtō.
Estaba a punto de preguntarle por el nombre del chico —o algo con lo que pudiese identificarle—, cuando el viento la empujó hacia atrás e hizo volar el segundo cigarrillo que se acababa de sacar.
Asomándose a la ventana rota, Akame pudo descubrir el causante de tanto jaleo. Un águila, mucho más grande que la que Zaide llevaba al hombro a la mañana. Medía al menos tres metros, con la cabeza y la doble cresta de un gris oscuro, así como la parte superior de su cuerpo y las alas. Las facciones, al contrario, claras. Y la parte inferior de su cuerpo casi blancas, como así también la parte interna de sus alas. Tenía un porte regio y majestuoso, y, como la otra, pertenecía al mismo género: era un águila harpía.
—¡Uiiiiiii! ¡Zaide! ¿¡Cuántas lunas desde que no nos vemos!? ¡No me llegan las plumas para contarlas! ¡Uiiiiii!
El silbido de aquel ave era distinto para cada persona. Como un caleidoscopio, dependía del oído, dependía de la perspectiva. Para Zaide, era algo místico. Era el viento contra una vela en mar abierto. Era un vendaval abrazando un risco. Era el eco que se escuchaba en lo alto de una montaña. Era la reverberación del cielo. Era el sonido de la libertad. Para otros, en cambio, simplemente un silbido profundo y agudo. Quizá hasta molesto.
—¿Para qué me has llamado?
—Para dormir entre las nubes, viejo amigo.
—¡Uiiiiii! ¿Osas invocarme, a mí, al gran Viento Blanco , solo para llevarte de paseo? —Su cuerpo se inclinó hacia adelante y su afilado pico descendió hasta el rostro de Zaide. Sus miradas se cruzaron—. ¿Tan jodido estás, eh? Lo que decía mi aguilucho es cierto entonces. Vas a enfrentarte al Dragón. —No era una pregunta, y por eso, Zaide no tenía nada a lo que responder—. Y esta vez no tienes un plan para sobrevivir.
Zaide hizo un ademán de hastío.
—Escucha. Si muero… Quiero que lleves al águila de vuelta a su nido. ¿Me comprendes? Tormenta Pálida sabrá donde está.
—Tormenta Pálida querrá algo más que eso. Querrá luchar, a tu lado.
Lo sabía.
—Por eso estás tú aquí y no ella. —Porque no quería pasar la que podía ser su última noche discutiendo. Ni dando explicaciones de por qué esa no era una buena idea.
Zaide se subió por su cuello y la montó. El águila desplegó sus enormes alas, y a punto estaba de empezarlas a batir, cuando sus ojos se encontraron con los de Akame. Y, concretamente, con algo que tenía en la oreja.
—¡Uiiii! ¡¿De dónde has sacado esa pluma, muchacho?!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado