21/10/2019, 22:51
Yuuna caminó detrás de Reiji. Rio al observar el curioso método de descenso del shinobi por el casco del barco. No obstante, ella sí bajó de un salto, adelantándose y levantando arena mientras corría por la playa.
—¡Hogar dulce hogar! —dijo, respirando el aire de su isla natal—. Creí que no llegaríamos, sinceramente.
—¡Lo ves Katsudon! Te dije que llegaríamos a tierra.
—Bueno, casi no llegamos, casi no llegamos. —Katsudon se cruzó de brazos y resopló por la nariz—. Por cierto, ese bicho —se corrigió a tiempo—: Gyūki te dio algo de su chakra. ¿Notas... algo?
Y justo en ese momento, Reiji se dio cuenta de algo. No, no notaba nada. No notaba nada en el torso, concretamente, donde había tenido una fea y terrible herida. Y es que, sin saber cómo, ésta había cicatrizado casi por completo.
Aparte de aquél hecho sobrenatural, no, no sentía nada. Pero sí tenía algo.
Sea como fuere, el trío de usuarios del chakra caminó, esta vez con Yuuna a la cabeza, a través de un bosque de pinos que cada vez se hacía más denso y más oscuro. Cuando llevaban unas horas caminando, la densidad de los árboles comenzó a bajar de nuevo, y pronto se encontraron frente a un cañón rocoso en cuyas paredes crecían todo tipo de árboles. Al fondo discurría tranquilo un bonito río. Podía salvarse cruzando un enorme puente de piedra gris adornada.
Allí fue donde tuvieron el primer encuentro con dos samurai. Llevaban armaduras blancas exóticas con un extraño casco, y cada uno de ellos portaba dos espadas en el cinto. Uno de ellos se acercó, cauto, y clavó una reverencia en cuanto se percató de la presencia de Yuuna.
—¡Yuuna-dono! —exclamó—. ¿Ya ha vuelto de su viaje a Uzushiogakure? ¿A quién trae con usted?
—Estos dos hombres son ninjas de dicha aldea. Me los encontré de camino. Ellos ya viajaban hacia aquí, y me temo que con noticias graves. Todos traemos noticias graves.
—Entonces será mejor que pasen. Koichi-dono deseará recibir las noticias cuanto antes. Esto... entonces sus nombres son...
—Akimichi Katsudon. Encantado.
—¡Hogar dulce hogar! —dijo, respirando el aire de su isla natal—. Creí que no llegaríamos, sinceramente.
—¡Lo ves Katsudon! Te dije que llegaríamos a tierra.
—Bueno, casi no llegamos, casi no llegamos. —Katsudon se cruzó de brazos y resopló por la nariz—. Por cierto, ese bicho —se corrigió a tiempo—: Gyūki te dio algo de su chakra. ¿Notas... algo?
Y justo en ese momento, Reiji se dio cuenta de algo. No, no notaba nada. No notaba nada en el torso, concretamente, donde había tenido una fea y terrible herida. Y es que, sin saber cómo, ésta había cicatrizado casi por completo.
Aparte de aquél hecho sobrenatural, no, no sentía nada. Pero sí tenía algo.
Sea como fuere, el trío de usuarios del chakra caminó, esta vez con Yuuna a la cabeza, a través de un bosque de pinos que cada vez se hacía más denso y más oscuro. Cuando llevaban unas horas caminando, la densidad de los árboles comenzó a bajar de nuevo, y pronto se encontraron frente a un cañón rocoso en cuyas paredes crecían todo tipo de árboles. Al fondo discurría tranquilo un bonito río. Podía salvarse cruzando un enorme puente de piedra gris adornada.
Allí fue donde tuvieron el primer encuentro con dos samurai. Llevaban armaduras blancas exóticas con un extraño casco, y cada uno de ellos portaba dos espadas en el cinto. Uno de ellos se acercó, cauto, y clavó una reverencia en cuanto se percató de la presencia de Yuuna.
—¡Yuuna-dono! —exclamó—. ¿Ya ha vuelto de su viaje a Uzushiogakure? ¿A quién trae con usted?
—Estos dos hombres son ninjas de dicha aldea. Me los encontré de camino. Ellos ya viajaban hacia aquí, y me temo que con noticias graves. Todos traemos noticias graves.
—Entonces será mejor que pasen. Koichi-dono deseará recibir las noticias cuanto antes. Esto... entonces sus nombres son...
—Akimichi Katsudon. Encantado.
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