22/10/2019, 19:55
(Última modificación: 22/10/2019, 22:20 por Uchiha Datsue. Editado 4 veces en total.)
Ryū no tardó ni un latido en crear un Kage Bunshin a su lado, con una Dai Tsuchi igual de enorme que la suya. Ambos miraron, sin recelo ni miedo, al Sharingan de Zaide. Al contrario, casi parecían retadores, deseosos incluso, de que Zaide lo usase con uno de sus Genjutsus. ¿El motivo? Quizá Kaido lograse adivinarlo, pues aquella era la prometida lección, en la que Ryū le enseñaría cómo enfrentarse a aquellos ojos. Una táctica distinta a la que el propio Kaido —y tantos otros— solían usar, que era la de simplemente mantener la vista bajo el cuello, vulnerable a Utakatas. O quizá fuese Akame, experimentado Uchiha, quien viese lo que había detrás de aquella jugada aparentemente normal.
Uchiha Zaide lo supo enseguida, y eso le arrancó una sonrisa. Ryū todavía temía a sus ojos. Pero esa no era la única táctica que iba a emplear contra él. Como brotes surgiendo de la madre tierra, escamas grises y blancas empezaron a sobresalir de la piel del Dragón. Coincidían perfectamente con sus tatuajes, pero iban más allá, cubriéndole el torso entero, el cuello, el rostro…
Las hachas de Zaide relampaguearon, aceptando el duelo.
—¿De verdad crees que eso va a pararme, huh?
Otohime se mordió las uñas, nerviosa. Sabía que las bravatas de Zaide no servirían de nada contra Ryū. Él no era de los que caían en las provocaciones ni se dejaban llevar por la rabia. En un suspiro, vio a las dos montañas avanzar hacia Zaide, blandiendo sus Dai Tsuchis como si fuesen árboles. Uno fue a parar a la cabeza de Zaide, amenazando con aplastársela de un plumazo; la otra, a sus piernas, queriendo dejarle en una silla de ruedas. Zaide se tiró de cabeza y pasó por el hueco entre ellas. Aterrizó con las manos, dio una voltereta en el aire, y…
Y dejó de verle.
—¿Qué cojones…?
No es que hubiese desaparecido, es que era tan rápido que no lograba enfocarle. De hecho, su oído le indicaba que estaban intercambiando golpes. ¡Bam! ¡Bam…! ¡Bam! Se fijó en Ryū y su clon, y se dio cuenta que no paraban de girar sobre su posición y de mover su martillo de guerra hacia un lado u otro.
—¿Alguien tan amable de resumirme lo que está pasando, por favor?
Umikiba Kaido sí conseguía seguir los movimientos de Zaide, pese a que para sus ojos tan solo era una sombra dorada moviéndose de un lado a otro como un relámpago juguetón. Saltaba de un lado a otro, tranzando diagonales alrededor de sus dos oponentes, pasando entre ellos, buscando el punto débil. Los Grandes Dragones apenas eran capaces de seguirle el ritmo, y, entonces, el hueco se abrió.
Oyó a Zaide lanzar un vítor triunfal. Una de sus hachas había colisionado contra las costillas de Ryū. Pronto se dio cuenta que algo no encajaba, sin embargo. Era como ver una película de bajo presupuesto en la que se notan los falsos efectos especiales. Y es que allí… allí no había sangre. La piel oscura de Ryū no se había manchado de rojo ni por una gota. No, no su piel…
Sus escamas.
Zaide vio venírsele un puño de Ryū y apartó la cabeza justo a tiempo. Sintió el azote del viento allí por donde había pasado el colosal puñetazo, y tuvo que echarse a tierra y rodar sobre la sal antes de que la Dai Tsuchi del otro Dragón le espachurrase como una lata de refresco roja. La cabeza del martillo golpeó halita y el suelo vibró de la fuerza del impacto.
Aprovechó ese instante para volver a saltar hacia adelante y estamparle el hacha en la jodida carótida.
—¿Hu…h?
El hacha había rebotado contra su cuello como el martillo contra el yunque.
—Hablas demasiado.
El codo de Ryū se hundió en las costillas de Zaide como un puñal, levantándolo en el aire y mandándolo a volar muy lejos. El Uchiha rodó por el suelo y quiso toser, pero el aire no le llegaba a los pulmones. Se levantó, no sin dificultad, guardándose un hacha en el cinto. Había creído que aquellas escamas dificultarían sus tajos, pero nada que el Raiton: Chakura Nagare no Jutsu no pudiese atravesar. Se equivocó.
La Anciana se llevó una mano a la boca y disimuló un bostezo. Había oído hablar de Uchiha Zaide. A sus propios Ryūtō. A ninjas que habían tenido la suerte de elegir el lado correcto de la batalla. Pero lo que tenía frente a sus ojos era un ninja ágil. Un malabarista de circo, incluso. Ahora que solo empuñaba un hacha, la pasaba de una mano a otra, la hacía girar en el aire, la hacía pasar alrededor de su cuerpo, escondiéndola y volviéndola a sacar como el mejor de los prestidigitadores. Todo muy bonito, sí, pero, ¿dónde estaba la fuerza prometida? ¿Dónde estaba su poder?
Vio a los dos Ryū avanzar hacia él con la tranquilidad del que llega primero a meta y no ve rastro de sus competidores. Zaide retrocedió un paso, pero la Anciana sabía que no había sitio al que pudiese escapar. No importaba lo bueno que fueses con los truquitos, nada podía esconderse del Gran Dragón. Sus zarpas aplastaban montañas; su aliento era un mar hirviendo; y cuando echaba fuego por la boca, hasta las rocas se derretían a su paso.
Los dos Dragones le flanquearon, y mientras uno le embestía con su Dai Tsuchi, el otro esperaba, paciente como un felino tras la hierba, al momento indicado para soltar su mazazo. Zaide optó esta vez por el contorsionismo, dejando caer su cuerpo hacia atrás de manera tan exagerada que de no haber concentrado chakra en la planta de sus pies —como quien trepa un árbol— hubiese caído. La cabeza del martillo le pasó en horizontal, rozándole por encima. «Ya es tuyo, Ryū». Muy bonito el esquive, muy cinematográfico, pero que te dejaba en una posición vulnerable. Y ahora lo iba a…
—¿Q-qué?
No tenía ningún sentido lo que acababan de ver sus ojos, pero el Dai Tsuchi, tras tocar el pequeño filo del hacha de Zaide, había variado de manera totalmente antinatural su trayectoria, cruzando caminos con el otro Ryū, que ya saltaba de cabeza hacia su presa. Sin tiempo a reaccionar, el Gran Dragón recibió de su propia medicina, desapareciendo en una nube de humo.
Se trataba del clon.
—¡Agh, lástima!
Aún así, Zaide no pudo evitar sonreírse. ¡Se había lanzado al puto vacío! Todavía recordaba cómo no había sido capaz de sacarle el sello explosivo a Money. Estaba oxidado, y cuando decidió esquivar el golpe de aquella manera, lo hizo sin tener ninguna certeza de que fuese capaz a hacerlo. A aplicar, como ya se mencionó en anteriores veces, su jutsu insignia. La Técnica del Desvío Divino. Ligeramente alterada, claro. Para hacerla suya.
—Ah… ¡Hacía tiempo que no me veía tan contra las cuerdas! —exclamó, y lejos de que eso le amilanase, parecía provocar en él una euforia y una emoción que no había sentido en años—. Vamos, Ryū. Conozco tu chakra. Sé que hiciste un Kage Bunshin antes de presentarte a batalla. ¡Deja de jugar! ¡Muéstrame tu poder!
Ryū apoyó la cabeza del Dai Tsuchi en el suelo y cruzó sus manos sobre la base del mango. Cada tendón de su torso se retorcía bajo sus escamas como las gruesas raíces de un árbol sobre las rocas de una montaña. Si había sido herido en orgullo por el último desenlace de la batalla, no dio muestras de ello.
—Hmm. —Se encogió de hombros, extendió los brazos a ambos lados, y le cumplió el capricho.
Poco a poco, los ojos de aquella montaña cambiaron. Sus pupilas fueron rodeadas por un halo dorado, y el resto de sus iris pasaron del verde a distintos tonos ocres. El negro de sus párpados y el contorno de sus ojos se volvieron de un amarillo anaranjado, muy claro. De frente, el parecido era abrumador: era la mirada de un dragón.
Estos fueron los primeros detalles sutiles que alguien tan cerca de él como Zaide pudo captar.
A lo lejos, Uchiha Akame logró captar otras cosas. Menos sutiles, seguramente también más determinantes. Para empezar, pudo sentirlo. En cada poro de su piel. En el aire repentinamente pesado y caliente que respiraba. Si activaba el Sharingan, la visión le deslumbraría por un momento. Aquel chakra… Aquel jodido chakra.
En Uzushiogakure a todos los ninjas se les llenaba la boca con que Hanabi tenía el poder de un Bijū. El Jinchūriki del Fuego, le llamaban algunos. Akame lo había visto con aquellos ojos, y quizá así lo había creído también en su momento. Pero ahora, al compararlo con Ryū…
Oh, dioses, al compararlo con Ryū se dio cuenta que Hanabi quedaba a la altura de su cintura. En estatura y en chakra. Literalmente. Hanabi era un mar de fuego, Ryū un maldito océano. Hanabi era un volcán, Ryū era el jodido magma subterráneo del que bebía aquel y el resto de volcanes. Era…
Era…
—¡Eh, Akame! —le llamó Otohime—. ¿Todavía sigues pensando que no he visto ningún ninja con el poder de un dios?
Y entonces, Ryū hizo su particular invocación. Una pequeñita, modesta. Nada de un águila de dos metros. No. Lo que surgió bajo sus pies y lo alzó al cielo fue una mera bestia tan larga como un rascacielos. Quizá Akame lo había visto en uno de sus libros sobre las distintas faunas de Oonindo. Era un dragón de Komodo.
Y cuando la bestia rugió, hasta el frío hielo sobre el que posaba su congelado culo tembló.
Uchiha Zaide lo supo enseguida, y eso le arrancó una sonrisa. Ryū todavía temía a sus ojos. Pero esa no era la única táctica que iba a emplear contra él. Como brotes surgiendo de la madre tierra, escamas grises y blancas empezaron a sobresalir de la piel del Dragón. Coincidían perfectamente con sus tatuajes, pero iban más allá, cubriéndole el torso entero, el cuello, el rostro…
Las hachas de Zaide relampaguearon, aceptando el duelo.
—¿De verdad crees que eso va a pararme, huh?
Otohime se mordió las uñas, nerviosa. Sabía que las bravatas de Zaide no servirían de nada contra Ryū. Él no era de los que caían en las provocaciones ni se dejaban llevar por la rabia. En un suspiro, vio a las dos montañas avanzar hacia Zaide, blandiendo sus Dai Tsuchis como si fuesen árboles. Uno fue a parar a la cabeza de Zaide, amenazando con aplastársela de un plumazo; la otra, a sus piernas, queriendo dejarle en una silla de ruedas. Zaide se tiró de cabeza y pasó por el hueco entre ellas. Aterrizó con las manos, dio una voltereta en el aire, y…
Y dejó de verle.
—¿Qué cojones…?
No es que hubiese desaparecido, es que era tan rápido que no lograba enfocarle. De hecho, su oído le indicaba que estaban intercambiando golpes. ¡Bam! ¡Bam…! ¡Bam! Se fijó en Ryū y su clon, y se dio cuenta que no paraban de girar sobre su posición y de mover su martillo de guerra hacia un lado u otro.
—¿Alguien tan amable de resumirme lo que está pasando, por favor?
Umikiba Kaido sí conseguía seguir los movimientos de Zaide, pese a que para sus ojos tan solo era una sombra dorada moviéndose de un lado a otro como un relámpago juguetón. Saltaba de un lado a otro, tranzando diagonales alrededor de sus dos oponentes, pasando entre ellos, buscando el punto débil. Los Grandes Dragones apenas eran capaces de seguirle el ritmo, y, entonces, el hueco se abrió.
Oyó a Zaide lanzar un vítor triunfal. Una de sus hachas había colisionado contra las costillas de Ryū. Pronto se dio cuenta que algo no encajaba, sin embargo. Era como ver una película de bajo presupuesto en la que se notan los falsos efectos especiales. Y es que allí… allí no había sangre. La piel oscura de Ryū no se había manchado de rojo ni por una gota. No, no su piel…
Sus escamas.
Zaide vio venírsele un puño de Ryū y apartó la cabeza justo a tiempo. Sintió el azote del viento allí por donde había pasado el colosal puñetazo, y tuvo que echarse a tierra y rodar sobre la sal antes de que la Dai Tsuchi del otro Dragón le espachurrase como una lata de refresco roja. La cabeza del martillo golpeó halita y el suelo vibró de la fuerza del impacto.
Aprovechó ese instante para volver a saltar hacia adelante y estamparle el hacha en la jodida carótida.
—¿Hu…h?
El hacha había rebotado contra su cuello como el martillo contra el yunque.
—Hablas demasiado.
El codo de Ryū se hundió en las costillas de Zaide como un puñal, levantándolo en el aire y mandándolo a volar muy lejos. El Uchiha rodó por el suelo y quiso toser, pero el aire no le llegaba a los pulmones. Se levantó, no sin dificultad, guardándose un hacha en el cinto. Había creído que aquellas escamas dificultarían sus tajos, pero nada que el Raiton: Chakura Nagare no Jutsu no pudiese atravesar. Se equivocó.
La Anciana se llevó una mano a la boca y disimuló un bostezo. Había oído hablar de Uchiha Zaide. A sus propios Ryūtō. A ninjas que habían tenido la suerte de elegir el lado correcto de la batalla. Pero lo que tenía frente a sus ojos era un ninja ágil. Un malabarista de circo, incluso. Ahora que solo empuñaba un hacha, la pasaba de una mano a otra, la hacía girar en el aire, la hacía pasar alrededor de su cuerpo, escondiéndola y volviéndola a sacar como el mejor de los prestidigitadores. Todo muy bonito, sí, pero, ¿dónde estaba la fuerza prometida? ¿Dónde estaba su poder?
Vio a los dos Ryū avanzar hacia él con la tranquilidad del que llega primero a meta y no ve rastro de sus competidores. Zaide retrocedió un paso, pero la Anciana sabía que no había sitio al que pudiese escapar. No importaba lo bueno que fueses con los truquitos, nada podía esconderse del Gran Dragón. Sus zarpas aplastaban montañas; su aliento era un mar hirviendo; y cuando echaba fuego por la boca, hasta las rocas se derretían a su paso.
Los dos Dragones le flanquearon, y mientras uno le embestía con su Dai Tsuchi, el otro esperaba, paciente como un felino tras la hierba, al momento indicado para soltar su mazazo. Zaide optó esta vez por el contorsionismo, dejando caer su cuerpo hacia atrás de manera tan exagerada que de no haber concentrado chakra en la planta de sus pies —como quien trepa un árbol— hubiese caído. La cabeza del martillo le pasó en horizontal, rozándole por encima. «Ya es tuyo, Ryū». Muy bonito el esquive, muy cinematográfico, pero que te dejaba en una posición vulnerable. Y ahora lo iba a…
—¿Q-qué?
¡¡PAAAAMMMMMMMMMM!! ¡Pluff!
No tenía ningún sentido lo que acababan de ver sus ojos, pero el Dai Tsuchi, tras tocar el pequeño filo del hacha de Zaide, había variado de manera totalmente antinatural su trayectoria, cruzando caminos con el otro Ryū, que ya saltaba de cabeza hacia su presa. Sin tiempo a reaccionar, el Gran Dragón recibió de su propia medicina, desapareciendo en una nube de humo.
Se trataba del clon.
—¡Agh, lástima!
Aún así, Zaide no pudo evitar sonreírse. ¡Se había lanzado al puto vacío! Todavía recordaba cómo no había sido capaz de sacarle el sello explosivo a Money. Estaba oxidado, y cuando decidió esquivar el golpe de aquella manera, lo hizo sin tener ninguna certeza de que fuese capaz a hacerlo. A aplicar, como ya se mencionó en anteriores veces, su jutsu insignia. La Técnica del Desvío Divino. Ligeramente alterada, claro. Para hacerla suya.
—Ah… ¡Hacía tiempo que no me veía tan contra las cuerdas! —exclamó, y lejos de que eso le amilanase, parecía provocar en él una euforia y una emoción que no había sentido en años—. Vamos, Ryū. Conozco tu chakra. Sé que hiciste un Kage Bunshin antes de presentarte a batalla. ¡Deja de jugar! ¡Muéstrame tu poder!
Ryū apoyó la cabeza del Dai Tsuchi en el suelo y cruzó sus manos sobre la base del mango. Cada tendón de su torso se retorcía bajo sus escamas como las gruesas raíces de un árbol sobre las rocas de una montaña. Si había sido herido en orgullo por el último desenlace de la batalla, no dio muestras de ello.
—Hmm. —Se encogió de hombros, extendió los brazos a ambos lados, y le cumplió el capricho.
Poco a poco, los ojos de aquella montaña cambiaron. Sus pupilas fueron rodeadas por un halo dorado, y el resto de sus iris pasaron del verde a distintos tonos ocres. El negro de sus párpados y el contorno de sus ojos se volvieron de un amarillo anaranjado, muy claro. De frente, el parecido era abrumador: era la mirada de un dragón.
Estos fueron los primeros detalles sutiles que alguien tan cerca de él como Zaide pudo captar.
A lo lejos, Uchiha Akame logró captar otras cosas. Menos sutiles, seguramente también más determinantes. Para empezar, pudo sentirlo. En cada poro de su piel. En el aire repentinamente pesado y caliente que respiraba. Si activaba el Sharingan, la visión le deslumbraría por un momento. Aquel chakra… Aquel jodido chakra.
En Uzushiogakure a todos los ninjas se les llenaba la boca con que Hanabi tenía el poder de un Bijū. El Jinchūriki del Fuego, le llamaban algunos. Akame lo había visto con aquellos ojos, y quizá así lo había creído también en su momento. Pero ahora, al compararlo con Ryū…
Oh, dioses, al compararlo con Ryū se dio cuenta que Hanabi quedaba a la altura de su cintura. En estatura y en chakra. Literalmente. Hanabi era un mar de fuego, Ryū un maldito océano. Hanabi era un volcán, Ryū era el jodido magma subterráneo del que bebía aquel y el resto de volcanes. Era…
Era…
—¡Eh, Akame! —le llamó Otohime—. ¿Todavía sigues pensando que no he visto ningún ninja con el poder de un dios?
Y entonces, Ryū hizo su particular invocación. Una pequeñita, modesta. Nada de un águila de dos metros. No. Lo que surgió bajo sus pies y lo alzó al cielo fue una mera bestia tan larga como un rascacielos. Quizá Akame lo había visto en uno de sus libros sobre las distintas faunas de Oonindo. Era un dragón de Komodo.
Y cuando la bestia rugió, hasta el frío hielo sobre el que posaba su congelado culo tembló.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado