25/10/2019, 02:26
Cuando el showprime dio comienzo, el escual quedó absorto en el ring, sin retirar su mirada de ambos combatientes. A uno le chisporroteaban las hachas, al otro, le crecían escamas blanquecinas que, a simple vista, lucían más como un adorno que como una armadura. Oh, qué equivocado estaba, él y todos; al comprobar tras un intercambio inicial en el que Otohime no era capaz de seguir sus movimientos que aquél extraño recubrimiento no era para nada común ni mucho menos ortodoxo. Así lo demostró en un par de ocasiones, donde el hacha de Zaide logró alcanzar al gran Dragón de ébano, y no le hizo ni... cosquillas.
Nada. Ni siquiera una nimia rozadura. La piel de Ryu era tan dura como la mismísima roca plutónica, lo que le sacó un imperceptible ohh a un Kaido que sonreía pletórico durante el transcurso del combate. Sentía en sus adentros la adrenalina como si fuera él el que estuviese combatiendo contra ellos. Una bestia ágil y rápida, de movimientos malabarísticos. Otro más portentoso, inamovible como las montañas de la Tierra. Zaide, no obstante, también tenía sus trucos. Como ese mágico desvío que hizo volar antinaturalmente la Dai Tsuchi hacia el clon, hecho que le salvó de una muerte más que segura.
Y hablando de trucos...
—Ah… ¡Hacía tiempo que no me veía tan contra las cuerdas! Vamos, Ryū. Conozco tu chakra. Sé que hiciste un Kage Bunshin antes de presentarte a batalla. ¡Deja de jugar! ¡Muéstrame tu poder!
¡Púf! ¿que deje de jugar, dice? ¿es que esto es apenas el calentamiento? —dijo, absorto, e ignorante de lo que sus ojos cristalinos estaban a punto de presenciar.
Porque sí, muchas cosas cambiaron de un momento a otro, tras el reto de Zaide. Lo primero, más evidente, fue el físico del Dragón de ébano. Allí alrededor de sus ojos, colores intensos de aspecto místico se regodearon en su piel. Luego, el ambiente se hizo más pesado. Menos respirable. Una intensa presión hacía sentir el pequeño cuerpo de Umikiba Kaido como ínfimo frente a ese cabrón. ¿Y creía sentirse pequeño frente a Ryu?
Ni qué decir de aquella enorme invocación que apareció súbitamente en el tablero. Un enorme lagarto —era la única palabra que conocía Kaido para definir a aquella criatura—. descendiente, seguramente, de los ancestrales Dragones de los cuentos de los tiempos de epopeyas.
—Jo...der.
Nada. Ni siquiera una nimia rozadura. La piel de Ryu era tan dura como la mismísima roca plutónica, lo que le sacó un imperceptible ohh a un Kaido que sonreía pletórico durante el transcurso del combate. Sentía en sus adentros la adrenalina como si fuera él el que estuviese combatiendo contra ellos. Una bestia ágil y rápida, de movimientos malabarísticos. Otro más portentoso, inamovible como las montañas de la Tierra. Zaide, no obstante, también tenía sus trucos. Como ese mágico desvío que hizo volar antinaturalmente la Dai Tsuchi hacia el clon, hecho que le salvó de una muerte más que segura.
Y hablando de trucos...
—Ah… ¡Hacía tiempo que no me veía tan contra las cuerdas! Vamos, Ryū. Conozco tu chakra. Sé que hiciste un Kage Bunshin antes de presentarte a batalla. ¡Deja de jugar! ¡Muéstrame tu poder!
¡Púf! ¿que deje de jugar, dice? ¿es que esto es apenas el calentamiento? —dijo, absorto, e ignorante de lo que sus ojos cristalinos estaban a punto de presenciar.
Porque sí, muchas cosas cambiaron de un momento a otro, tras el reto de Zaide. Lo primero, más evidente, fue el físico del Dragón de ébano. Allí alrededor de sus ojos, colores intensos de aspecto místico se regodearon en su piel. Luego, el ambiente se hizo más pesado. Menos respirable. Una intensa presión hacía sentir el pequeño cuerpo de Umikiba Kaido como ínfimo frente a ese cabrón. ¿Y creía sentirse pequeño frente a Ryu?
Ni qué decir de aquella enorme invocación que apareció súbitamente en el tablero. Un enorme lagarto —era la única palabra que conocía Kaido para definir a aquella criatura—. descendiente, seguramente, de los ancestrales Dragones de los cuentos de los tiempos de epopeyas.
—Jo...der.