27/10/2019, 18:29
Cuando Ayame apartó la mirada de aquella escandalosa bandada de marineros, oyó algo muy curioso. Vino de aquél hombre insípido y delgaducho. Su voz, por alguna razón quizás aún desconocida para ella, le resultó un tanto... familiar. Era una voz rasposa, gutural, profunda.
—Hoy está indudablemente encabronado, de eso no hay duda, mi buen camarero. ¡Pero cuando Amenokami está furioso, hay que celebrarlo! póngale pan y cerveza a mis fieles marineros. Se lo merecen después de tres días sin tocar tierra — Shirosame Kincho se movió hasta una mesa cercana y tomó asiento, despotricando su flacuchento trasero en el tablón de madera y despotricando sus pies en la mesa—. pasaremos aquí la tormenta, hasta que podamos volver a nuestro barco y terminar nuestros asuntos en Coladragón —el hombre echó un manojo de billetes a la mesa, para cubrir los gastos—. a mí tráeme un caldo.
Luego, Kincho echó un vistazo a su alrededor y...
... la vio. A ella.
Sus ojos esmeralda se quedaron fijos como los de una efigie sobre la joven comensal.
—Hoy está indudablemente encabronado, de eso no hay duda, mi buen camarero. ¡Pero cuando Amenokami está furioso, hay que celebrarlo! póngale pan y cerveza a mis fieles marineros. Se lo merecen después de tres días sin tocar tierra — Shirosame Kincho se movió hasta una mesa cercana y tomó asiento, despotricando su flacuchento trasero en el tablón de madera y despotricando sus pies en la mesa—. pasaremos aquí la tormenta, hasta que podamos volver a nuestro barco y terminar nuestros asuntos en Coladragón —el hombre echó un manojo de billetes a la mesa, para cubrir los gastos—. a mí tráeme un caldo.
Luego, Kincho echó un vistazo a su alrededor y...
... la vio. A ella.
Sus ojos esmeralda se quedaron fijos como los de una efigie sobre la joven comensal.