2/11/2019, 17:51
Tardamos un rato en alcanzar nuestro destino. Katsudon y yo no estábamos acostumbrados ni a ese frío ni a la tormenta de nieve. Aun así, conseguimos seguir a Yuuna hasta ver una enorme montaña cuyo pico en realidad eran como tres cabezas de lobo.
Un tanto tétrico para alguien como los samuráis, la verdad. Aquello parecía mas bien, desde lejos, la guarida de algún ser de libro de terror. Yo que se, como un vampiro o quizás, haciendo referencia a su pico, una cueva de hombres lobo.
Olvidando mi aberrante imaginación, el sitio, lejos de estar protegido con una muralla como Uzushiogakure, el pueblo apareció de repente conforme nos acercábamos. Quizás pensaban que era suficiente con las frías tormentas de nieve.
Nos pararon varias veces antes de llegar a la base de un edificio de piedra que lucia el Kanji de hierro grabado en la pared. La gente nos miraba con curiosidad y quizás, con el mismo sentimiento que aquel samurái que habíamos dejado atrás hacia mucho. Uno de los samuráis de la puerta nos freno él paso.
—Sólo Yuuna-sama pasará. Órdenes de Koichi-dono.
—Somos emisarios de Sarutobi Hanabi. Venimos con noticias importantes que...
—Koichi-dono ordenó expresamente que sólo dejáramos pasar a su hija. Ella le informará de las noticias, si no le importa.
Ver, oír y callar. Era lo mejor que podia hacer alguien como yo en aquél momento. De haber intervenido, seguro habría empeorado las cosas. Yo me frené solito, pero a Katsudon tuvo que pararlo Yuuna.
—Está bien, yo iré. Le contaré todo lo que hemos vivido. Confiad en mí.
Esperaba que no contara nada de lo Gyūky. No conocía a los samuráis y confiaba en Yuuna. Pero si por algún casual lo contaba y los samuráis quisieran atraparle y molestar su descanso...
—Yamato-san. Espero que les des a estos dos amigos un buen cobijo mientras hablo con mi madre, y que se les trate bien.
—Se hará, Yuuna-dono — Visto lo visto, no esperaba que tratarnos bien fuera más allá de llevarnos a una taberna y dejarnos a nuestra suerte.
Aún así, seguí al samurái sin apartarme de Katsudon a traves de una calle llena de bullicio. Supuse, por la cantidad de tiendas que había. Había de todo: Tiendas de ropa, verdulerías, carnicerías... Cualquier cosa necesaria para la visa cotidiana podías encontrarla en aquel lugar. Eso, y un montón de herrerías.
—Mira, Reiji-kun —dijo Katsudon—. Compañeros de oficio.
—Visto que no tiene pinta de que quieran ser nuestros amigos, yo lo llamaría más bien competencia. Además, quizás a día de hoy solo soy un novato, pero cuando crezca voy a ser el mejor
El samurái continuó guiándonos por aquellas calles sin decir ni una sola palabra.
—Deben estar ustedes acostumbrados al frío, ¿eh?
Conocía aquella sensación. Alguien me había hecho algo parecido cuando salimos de la aldea.
—Vaya, parece que tú si que has hecho un amigo —bromee con Katsudon.
Un tanto tétrico para alguien como los samuráis, la verdad. Aquello parecía mas bien, desde lejos, la guarida de algún ser de libro de terror. Yo que se, como un vampiro o quizás, haciendo referencia a su pico, una cueva de hombres lobo.
Olvidando mi aberrante imaginación, el sitio, lejos de estar protegido con una muralla como Uzushiogakure, el pueblo apareció de repente conforme nos acercábamos. Quizás pensaban que era suficiente con las frías tormentas de nieve.
Nos pararon varias veces antes de llegar a la base de un edificio de piedra que lucia el Kanji de hierro grabado en la pared. La gente nos miraba con curiosidad y quizás, con el mismo sentimiento que aquel samurái que habíamos dejado atrás hacia mucho. Uno de los samuráis de la puerta nos freno él paso.
—Sólo Yuuna-sama pasará. Órdenes de Koichi-dono.
—Somos emisarios de Sarutobi Hanabi. Venimos con noticias importantes que...
—Koichi-dono ordenó expresamente que sólo dejáramos pasar a su hija. Ella le informará de las noticias, si no le importa.
Ver, oír y callar. Era lo mejor que podia hacer alguien como yo en aquél momento. De haber intervenido, seguro habría empeorado las cosas. Yo me frené solito, pero a Katsudon tuvo que pararlo Yuuna.
—Está bien, yo iré. Le contaré todo lo que hemos vivido. Confiad en mí.
Esperaba que no contara nada de lo Gyūky. No conocía a los samuráis y confiaba en Yuuna. Pero si por algún casual lo contaba y los samuráis quisieran atraparle y molestar su descanso...
—Yamato-san. Espero que les des a estos dos amigos un buen cobijo mientras hablo con mi madre, y que se les trate bien.
—Se hará, Yuuna-dono — Visto lo visto, no esperaba que tratarnos bien fuera más allá de llevarnos a una taberna y dejarnos a nuestra suerte.
Aún así, seguí al samurái sin apartarme de Katsudon a traves de una calle llena de bullicio. Supuse, por la cantidad de tiendas que había. Había de todo: Tiendas de ropa, verdulerías, carnicerías... Cualquier cosa necesaria para la visa cotidiana podías encontrarla en aquel lugar. Eso, y un montón de herrerías.
—Mira, Reiji-kun —dijo Katsudon—. Compañeros de oficio.
—Visto que no tiene pinta de que quieran ser nuestros amigos, yo lo llamaría más bien competencia. Además, quizás a día de hoy solo soy un novato, pero cuando crezca voy a ser el mejor
El samurái continuó guiándonos por aquellas calles sin decir ni una sola palabra.
—Deben estar ustedes acostumbrados al frío, ¿eh?
Conocía aquella sensación. Alguien me había hecho algo parecido cuando salimos de la aldea.
—Vaya, parece que tú si que has hecho un amigo —bromee con Katsudon.