10/11/2019, 20:34
Parecía que la visión del Jōnin había sorprendido tanto a la muchacha que la había congelado en el sitio. Se había quedado mirándole con la boca entreabierta, muda de la impresión, y Daruu le sostuvo la mirada con cierto escepticismo. Intentando aparentar que no pasaba nada, él terminó de prepararle su pedido con una última montaña de nata montada y un par de flores azucaradas de adorno.
—Oye, me estás incomodando —terminó por protestar, rascándose la nuca y desviando la mirada a un lado—. Seguro que has tenido que ver a algún que otro jōnin más. Vives en una aldea ninja, ya sabes.
—D-Disculpame, no era mi intención... —Se disculpó, con un ligero balbuceo—. Es solo que no me es habitual ver un jōnin. Quiero decir, no hay muchos, y mi maestro siempre me dijo que es realmente costoso llegar a ascender a un puesto tan elevado.
—Bueno, eso de que no hay muchos... —objetó Ayame, girando la cabeza hacia Daruu.
No en vano su propio padre, su hermano y la madre de Daruu eran (o al menos habían sido) grandes Jōnin. Aunque el grueso de la sociedad shinobi seguían siendo los genin y los chunin, no eran precisamente pocos los que lucían aquella brillante placa dorada. Después de todo, la Arashikage necesitaba ninjas en los que confiar las tareas más complejas.
—¿Eres algo asi como un prodigio? Porque pareces mas o menos de mi edad —añadió, sin ningún tipo de reparo, mientras se sentaba en una silla cercana.
Ayame, que no pudo reprimir una risilla, se apartó disimuladamente mientras estudiaba la reacción y la respuesta de su compañero.