11/11/2019, 20:02
Otohime sintió esperanza al ver la técnica de Kaido. Dos enormes cascadas, dos auténticos puñetazos del mar, capaces de derruir un edificio entero, se lanzaron a quebrar el muro de fuego. A estas le acompañó una tercera técnica, un pequeño Suiton de Kyūtsuki, menos vigoroso, menos colosal, pero que siempre sumaba. Agua contra fuego. Tenían la ventaja. Era factible.
Entonces recordó lo que le había dicho a Akame, un día atrás, y comprendió que nunca había estado más acertada. Porque las dos cascadas fueron devoradas por el fuego como si las llamas estuviesen famélicas y ellas fuesen la cena. Porque la técnica de Kyūtsuki ni siquiera llegó a su objetivo, desapareciendo en una nube de vapor al rozar las llamas.
Vio a Kaido volviéndose hacia ella, demasiado tarde. Demasiado…
El mundo se volvió una vorágine y ella fue succionada por él. Fue masticada, triturada y vomitada en cuanto supieron que su sabor no merecía la pena. Cayó al suelo, jadeante, y solo alcanzó a ver dos ojos rojos que le miraban desde lo alto.
—Ahora te creo —dijo él, jadeante también pero impasible. Con un ojo sangrante pero impertérrito. Como si no acabase de salvarle la puta vida.
—Joder… —logró balbucear, mientras se ponía en pie y se esforzaba en no caer de nuevo. Le temblaban las piernas. No sabía si por la técnica de Akame o porque, por un momento, había visto un shinigami invitándola a cogerle la mano—. ¡Joder, dame un abrazo, coño! —abrazó a Akame con todas sus fuerzas, y le dio un beso en la mejilla antes de soltarle—. Me cago en mi puta vida, ¡pensaba que no la contaba! Fuah... ¡Fuah!
Al otro lado, a muchos metros de distancia, la Anciana, Kyūtsuki y Kaido surgían tras un parpadeo fuera del alcance de la furia de Ryū. El trono de hielo había desaparecido por completo, y ahora tan solo quedaba un enorme surco ennegrecido en su lugar, que bien podía haber pertenecido a un río seco, que avanzaba sin descanso hasta una montaña lejana.
Una montaña ahora incendiada.
La Anciana detectó con la vista a Akame y Otohime al otro lado, y solo entonces se permitió apoyar el peso en su bastón.
—El compañero que nos trajiste tiene unas habilidades interesantes. —No le miró, pero Kaido supo que se dirigía a él.
Desde la distancia, Kaido pudo seguir observando el combate. Esta vez, a ras de suelo. A la misma altura. Sobre la sal. Zaide caía del cielo como la última hoja de otoño, sujetado por un águila que le permitía aterrizar sin morir en el proceso. La misma águila que había visto en lo alto del acantilado. La misma que se le había aparecido en medio del desierto.
—Vete —ordenó Zaide al aguilucho, de no más de un metro de estatura, cuando sus pies besaron el suelo.
Kaido no oyó tal cosa, claro. Ni tampoco el resto.
—Acerquémonos —propuso Kyūtsuki, pese a que acababan de comprobar de primera mano de los peligros que entrañaba ser espectador de primera fila.
Tanto Zaide como Ryū —sí, incluso él— lucían cansados. Demasiado agotados como para gastar una mísera gota de chakra. El vaho que emitían sus alientos era entrecortado, y sus pechos subían y bajaban de forma desacompasada.
El final estaba cerca. Para cualquiera de los dos.
Entonces recordó lo que le había dicho a Akame, un día atrás, y comprendió que nunca había estado más acertada. Porque las dos cascadas fueron devoradas por el fuego como si las llamas estuviesen famélicas y ellas fuesen la cena. Porque la técnica de Kyūtsuki ni siquiera llegó a su objetivo, desapareciendo en una nube de vapor al rozar las llamas.
Vio a Kaido volviéndose hacia ella, demasiado tarde. Demasiado…
Zzzzzuuupp.
El mundo se volvió una vorágine y ella fue succionada por él. Fue masticada, triturada y vomitada en cuanto supieron que su sabor no merecía la pena. Cayó al suelo, jadeante, y solo alcanzó a ver dos ojos rojos que le miraban desde lo alto.
—Ahora te creo —dijo él, jadeante también pero impasible. Con un ojo sangrante pero impertérrito. Como si no acabase de salvarle la puta vida.
—Joder… —logró balbucear, mientras se ponía en pie y se esforzaba en no caer de nuevo. Le temblaban las piernas. No sabía si por la técnica de Akame o porque, por un momento, había visto un shinigami invitándola a cogerle la mano—. ¡Joder, dame un abrazo, coño! —abrazó a Akame con todas sus fuerzas, y le dio un beso en la mejilla antes de soltarle—. Me cago en mi puta vida, ¡pensaba que no la contaba! Fuah... ¡Fuah!
Al otro lado, a muchos metros de distancia, la Anciana, Kyūtsuki y Kaido surgían tras un parpadeo fuera del alcance de la furia de Ryū. El trono de hielo había desaparecido por completo, y ahora tan solo quedaba un enorme surco ennegrecido en su lugar, que bien podía haber pertenecido a un río seco, que avanzaba sin descanso hasta una montaña lejana.
Una montaña ahora incendiada.
La Anciana detectó con la vista a Akame y Otohime al otro lado, y solo entonces se permitió apoyar el peso en su bastón.
—El compañero que nos trajiste tiene unas habilidades interesantes. —No le miró, pero Kaido supo que se dirigía a él.
Desde la distancia, Kaido pudo seguir observando el combate. Esta vez, a ras de suelo. A la misma altura. Sobre la sal. Zaide caía del cielo como la última hoja de otoño, sujetado por un águila que le permitía aterrizar sin morir en el proceso. La misma águila que había visto en lo alto del acantilado. La misma que se le había aparecido en medio del desierto.
—Vete —ordenó Zaide al aguilucho, de no más de un metro de estatura, cuando sus pies besaron el suelo.
Kaido no oyó tal cosa, claro. Ni tampoco el resto.
—Acerquémonos —propuso Kyūtsuki, pese a que acababan de comprobar de primera mano de los peligros que entrañaba ser espectador de primera fila.
Tanto Zaide como Ryū —sí, incluso él— lucían cansados. Demasiado agotados como para gastar una mísera gota de chakra. El vaho que emitían sus alientos era entrecortado, y sus pechos subían y bajaban de forma desacompasada.
El final estaba cerca. Para cualquiera de los dos.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado