16/11/2019, 16:31
—¡Pero qué prodigio ni qué prodigia! —clamó Daruu, tan irritado como avergonzado. Se le habían encendido las mejillas como dos neones de Amegakure—. Anda, chiquilla, tómate el batido y... y déjame un rato.
—V-Vaya, disculpa de nuevo.. No pretendia incomodarte... —murmuró la muchacha.
Pero Daruu se apartó de la barra de servicio y tiró a Ayame de la manga para volver a sentarse en la mesa donde habían estado hasta hacía unos pocos minutos, hasta la interrupción de la recién llegada.
—Venga, no seas tan duro con ella —le susurró Ayame, con una sonrisa—. No es más que una genin, a lo mejor se acaba de graduar.
Y antes de que Daruu pudiera responder, todo se puso patas arriba. Literalmente. Un súbito golpetazo en el ventanal más cercano a Ren precedió al inconfundible estruendo de cristales rotos y a un chillido que parecía haber salido del núcleo del infierno. Una bestia enorme, de color pardo y pelos tan duros como espinas de acero pataleó en el suelo, sus pezuñas manchando de barro y resquebrajando algunos de los azulejos más débiles bajo su fuerza. De un momento a otro el enorme jabalí volvió a salir justo por donde había entrado, chillando como loco y dejando a los shinobi tan solos como antes. De un momento a otro, era como si hubiese pasado el mismísimo Amenokami por la Pastelería de Kiroe.
—¡P...! ¡¿PERO DE DÓNDE HA SALIDO ESE ANIMAL?! —exclamó Ayame, levantándose de golpe—. ¿Estás bien? —le preguntó a Ren, pero antes siquiera de recibir una respuesta se volvió hacia Daruu—. ¡Tenemos que detenerlo, podría herir a alguien!
—V-Vaya, disculpa de nuevo.. No pretendia incomodarte... —murmuró la muchacha.
Pero Daruu se apartó de la barra de servicio y tiró a Ayame de la manga para volver a sentarse en la mesa donde habían estado hasta hacía unos pocos minutos, hasta la interrupción de la recién llegada.
—Venga, no seas tan duro con ella —le susurró Ayame, con una sonrisa—. No es más que una genin, a lo mejor se acaba de graduar.
Y antes de que Daruu pudiera responder, todo se puso patas arriba. Literalmente. Un súbito golpetazo en el ventanal más cercano a Ren precedió al inconfundible estruendo de cristales rotos y a un chillido que parecía haber salido del núcleo del infierno. Una bestia enorme, de color pardo y pelos tan duros como espinas de acero pataleó en el suelo, sus pezuñas manchando de barro y resquebrajando algunos de los azulejos más débiles bajo su fuerza. De un momento a otro el enorme jabalí volvió a salir justo por donde había entrado, chillando como loco y dejando a los shinobi tan solos como antes. De un momento a otro, era como si hubiese pasado el mismísimo Amenokami por la Pastelería de Kiroe.
—¡P...! ¡¿PERO DE DÓNDE HA SALIDO ESE ANIMAL?! —exclamó Ayame, levantándose de golpe—. ¿Estás bien? —le preguntó a Ren, pero antes siquiera de recibir una respuesta se volvió hacia Daruu—. ¡Tenemos que detenerlo, podría herir a alguien!