16/11/2019, 18:27
Atónito como sólo él podía estarlo, Umikiba Kaido escuchaba el discurso de Zaide, absorto. Tan absorto e incapaz de moverse, que parecía más una piedra que un maldito tiburón. Los ojos abiertos, incrédulos, y la mandíbula apretando con tanta fuerza que las mejillas se le empezaron a entumecer. Sólo reaccionó en una mueca de... ¿vacío? cuando escuchó el sonido indescriptible de la Nage Ono clavándose en el cráneo de quien se suponía iba a ser su mentor.
El grito sórdido de Zaide, que descargó toda esa ira y todo ese dolor contenido por años y que estremeció incluso a las almas de aquellos que también perecieron en aquél mar de arena blanca, atizó en los oídos del escualo, que por primera vez en un minuto se había permitido coger aliento.
Estuvo a punto de darse la vuelta y salir cagando leches de ahí. Estuvo a punto.
A punto.
Pero entonces lo vio. Una mano. Una mano negra, poderosa. Una mano viva. Una mano viva apretando fuerte retorciendo el brazo de Zaide como si fuese un mísero mondadiente. Luego, esa voz gutural. Estaba vivo el hijo de puta. ¡Estaba vivo!
La desdicha de Kaido se transformó de pronto en la más pira adrenalina. Sonreía, sonreía como un hijo de puta. ¡Estaba exultante! ¡Había sido un combate de proporciones épicas, y él... ¡é! había ganado! Bám. Bám. Bám. La cabeza de Zaide estaba siendo azotada como un jodido balón de fútbol. Golpe tras golpe. Martillazo tras martillazo. Hasta que... crack.
Kaido hizo una mueca con el rostro, como recordando su experiencia con cabezas arrancadas. Datsue le había hecho sentir en una ilusión algo parecido, y no pudo sino sentir resquemor cuando Ryu se la puso en frente.
Sólo entonces, cuando lo tuvo a escasos centímetros, arrugó la nariz y entrecerró los ojos. ¿Se había acabado? ¿de verdad?
El escualo asintió, claro que había aprendido la lección. Pero con los Uchiha eso no bastaba, y Kaido era un hombre que había visto morir a varios Uchiha más de una vez y los hijos de puta seguían volviendo, y volviendo, y volviendo.
Miró a la izquierda, a la derecha. Hacia arriba. Hacia abajo. Al lejano horizonte.
¿Se había acabado?
El grito sórdido de Zaide, que descargó toda esa ira y todo ese dolor contenido por años y que estremeció incluso a las almas de aquellos que también perecieron en aquél mar de arena blanca, atizó en los oídos del escualo, que por primera vez en un minuto se había permitido coger aliento.
Estuvo a punto de darse la vuelta y salir cagando leches de ahí. Estuvo a punto.
A punto.
Pero entonces lo vio. Una mano. Una mano negra, poderosa. Una mano viva. Una mano viva apretando fuerte retorciendo el brazo de Zaide como si fuese un mísero mondadiente. Luego, esa voz gutural. Estaba vivo el hijo de puta. ¡Estaba vivo!
La desdicha de Kaido se transformó de pronto en la más pira adrenalina. Sonreía, sonreía como un hijo de puta. ¡Estaba exultante! ¡Había sido un combate de proporciones épicas, y él... ¡é! había ganado! Bám. Bám. Bám. La cabeza de Zaide estaba siendo azotada como un jodido balón de fútbol. Golpe tras golpe. Martillazo tras martillazo. Hasta que... crack.
Kaido hizo una mueca con el rostro, como recordando su experiencia con cabezas arrancadas. Datsue le había hecho sentir en una ilusión algo parecido, y no pudo sino sentir resquemor cuando Ryu se la puso en frente.
Sólo entonces, cuando lo tuvo a escasos centímetros, arrugó la nariz y entrecerró los ojos. ¿Se había acabado? ¿de verdad?
El escualo asintió, claro que había aprendido la lección. Pero con los Uchiha eso no bastaba, y Kaido era un hombre que había visto morir a varios Uchiha más de una vez y los hijos de puta seguían volviendo, y volviendo, y volviendo.
Miró a la izquierda, a la derecha. Hacia arriba. Hacia abajo. Al lejano horizonte.
¿Se había acabado?