18/11/2019, 12:56
Mientras Ryu sostenía en alto la cabeza decapitada de Zaide, Akame quiso abalanzarse sobre aquella montaña con forma de hombre y deformarle el rostro a golpes. No lo hizo por multitud de razones, la principal siendo que después de lo que había visto, era más probable que él se partiese las manos antes de que lo hiciera la cara del Gran Dragón; que seguramente estaba esculpida en roca. No quería hacerlo por vengar a Zaide —le consideraba un truhán y un canalla como a cualquiera de los otros Ryutō—, sino por aquella orden que había dado a la Mujer Sin Rostro: Kyuutsuki. Una chispa de orgullo herido y antaño olvidado le sacudía las entrañas, pidiendo retribución. Y es que... ¿Sacarle los ojos y conservarlos? ¿Era siquiera alguno de aquellos sucios hampones dignos de disponer de un poder de esa magnitud? Por semejante atrevimiento, los grandes guerreros Uchiha del pasado habrían hecho pasar a cuchillo a toda la maldita banda para después destripar sus cadáveres y colgarlos de las ramas del árbol más cercano, para que los cuervos se diesen un festín.
¿O tal vez sólo estaba frustrado porque el Gran Dragón acababa de demostrarle que había en este mundo fuerzas superiores, no sólo ya a la magnitud del poder del Sharingan, sino a cualquier cosa que Akame hubiera podido imaginarse? ¿Que aquel duelo rompía unos esquemas que él había considerado siempre intocables? Quién sabe.
Esas preguntas no iban a ser respondidas aquel día. No, por el momento. Porque allí sucedió algo que —por primera vez en su vida— Akame no fue capaz de ver, ni de explicar, con su Sharingan. Fue apenas un parpadeo: primero la cabeza arrancada de Zaide estaba allí, y luego no. Así de sencillo, así de fácil. Con un zumbido que el Uchiha reconoció muy bien, una lanza de puro charka eléctrico atravesaba el pecho de Ryu y daba a conocer el verdadero ganador del Kaji Saiban.
Zaide.
—¿Cómo es... posible...? —masculló el Uchiha, completamente anonadado.
Antes de que pudiera darse cuenta, Uchiha y Dragón yacían tirados sobre la halita, muertos o cerca de estarlo; por el momento ambos conservaban la vida, como delataba el manto de chakra que les envolvía. El primero en reaccionar fue Kaido, acercándose al Gran Dragón y profiriendo un perjurio sobre su rival. Akame apretó los puños, mientras trataba de entender qué acababa de pasar.
«¿Un Genjutsu? Pero eso es imposible... ¿Caímos todos en él? ¿Cómo puede ser? El Saimingan sólo permite afectar a un enemigo, no a siete, y sólo con contacto ocular directo... ¿Qué demonios?» Akame se fijo entonces en el ojo apagado de Zaide. Él conocía bien el precio a pagar por algunas de las técnicas más poderosas del clan, como bien atestiguaba su ojo izquierdo, sangrante. «¿Fue eso...?»
El Uchiha se acercó a Zaide de forma idéntica a como Kaido lo había hecho con Ryu. Sin embargo, él no necesitó tomarle el pulso: sabía que seguía vivo. El por cuánto tiempo más, era la cuestión.
—¿Alguien de aquí es médico? —miró a Kyuutsuki, a quien Ryu antes había confiado la extracción del Sharingan de Zaide, y a la que Akame supuso habilidades en el campo de la medicina—. Están vivos, pero no creo que duren mucho más. Necesitan atención médica urgente.
Luego miró a Kaido con una mezcla de desafío y arrogancia. Su pataleta parecía el llanto de un infante, desconocedor de cómo funcionan realmente las cosas.
—¿Entiendes ahora lo que significa enfrentar a alguien con el poder de un dios, Kaido? —entonces le largó una mirada a Otohime—. Hay que salvarlos a los dos, me cago en la ostia.
¿O tal vez sólo estaba frustrado porque el Gran Dragón acababa de demostrarle que había en este mundo fuerzas superiores, no sólo ya a la magnitud del poder del Sharingan, sino a cualquier cosa que Akame hubiera podido imaginarse? ¿Que aquel duelo rompía unos esquemas que él había considerado siempre intocables? Quién sabe.
Esas preguntas no iban a ser respondidas aquel día. No, por el momento. Porque allí sucedió algo que —por primera vez en su vida— Akame no fue capaz de ver, ni de explicar, con su Sharingan. Fue apenas un parpadeo: primero la cabeza arrancada de Zaide estaba allí, y luego no. Así de sencillo, así de fácil. Con un zumbido que el Uchiha reconoció muy bien, una lanza de puro charka eléctrico atravesaba el pecho de Ryu y daba a conocer el verdadero ganador del Kaji Saiban.
Zaide.
—¿Cómo es... posible...? —masculló el Uchiha, completamente anonadado.
Antes de que pudiera darse cuenta, Uchiha y Dragón yacían tirados sobre la halita, muertos o cerca de estarlo; por el momento ambos conservaban la vida, como delataba el manto de chakra que les envolvía. El primero en reaccionar fue Kaido, acercándose al Gran Dragón y profiriendo un perjurio sobre su rival. Akame apretó los puños, mientras trataba de entender qué acababa de pasar.
«¿Un Genjutsu? Pero eso es imposible... ¿Caímos todos en él? ¿Cómo puede ser? El Saimingan sólo permite afectar a un enemigo, no a siete, y sólo con contacto ocular directo... ¿Qué demonios?» Akame se fijo entonces en el ojo apagado de Zaide. Él conocía bien el precio a pagar por algunas de las técnicas más poderosas del clan, como bien atestiguaba su ojo izquierdo, sangrante. «¿Fue eso...?»
El Uchiha se acercó a Zaide de forma idéntica a como Kaido lo había hecho con Ryu. Sin embargo, él no necesitó tomarle el pulso: sabía que seguía vivo. El por cuánto tiempo más, era la cuestión.
—¿Alguien de aquí es médico? —miró a Kyuutsuki, a quien Ryu antes había confiado la extracción del Sharingan de Zaide, y a la que Akame supuso habilidades en el campo de la medicina—. Están vivos, pero no creo que duren mucho más. Necesitan atención médica urgente.
Luego miró a Kaido con una mezcla de desafío y arrogancia. Su pataleta parecía el llanto de un infante, desconocedor de cómo funcionan realmente las cosas.
—¿Entiendes ahora lo que significa enfrentar a alguien con el poder de un dios, Kaido? —entonces le largó una mirada a Otohime—. Hay que salvarlos a los dos, me cago en la ostia.