18/11/2019, 21:10
—Y-Yo... Si... E-Estoy bien... Pero los dulces... —balbuceó la chiquilla.
Pero Daruu había sufrido una súbita transformación. Ayame nunca lo había visto, ya que siempre había sido el epicentro de aquella clase de catástrofes, pero en aquel instante supo que aquello era lo más cerca que iba a estar de ver a un jinchuuriki perder el control sobre su bijuu... Sólo que sin ser jinchuuriki.
—¡PUTO BICHO ASQUEROSO, NADIE LE HACE ESTO A LA CAFETERÍA DE MAMÁ! —bramó, fuera de sí. El Byakugan marcaba las venas alrededor de sus ojos como cañerías a punto de estallar. De golpe, Daruu apartó la silla, volcándola en el suelo, y se lanzó a la carrera contra la ventana destrozada tras tropezar con un par de mesas volcadas. El cristal roto se clavó en su piel, haciéndole sangran inmediatamente, pero como una bestia enardecida, él no parecía notarlo. Simplemente se perdió en la lejanía mientras seguía vociferando—. ¡Ven aquí, hijo de la gran putaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa...!
—¿Q-Que hacemos? ¡¿Le seguimos?! ¡N-No podemos dejarle solo! —preguntó la recién llegada, y Ayame se volvió inmediatamente hacia ella.
—Eres kunoichi, ¿verdad? —le preguntó sin tapujos—. ¡Vamos, cuantos más seamos, mejor! ¡No te preocupes por los dulces! —la apremió, al tiempo que salía corriendo por la puerta.
Y cuando ambas salieron al exterior, se vieron cara a cara con dos jabalíes más, de menor tamaño, que trotaban a toda velocidad hacia ellas. Si no hacían algo serían derribadas y pisoteadas por aquellas temibles pezuñas.
El otro jabalí, mientras tanto, había seguido corriendo en línea recta, y ahora que sabía que una temible bestia le perseguía entre alaridos ininteligibles, el terror le hizo aumentar aún más la velocidad. Las pocas personas que había en la calle se apartaban como podían entre alarmadas exclamaciones. Pero sólo era cuestión de tiempo que terminara arrollando a alguien o estampándose contra otro local.
De hecho... se dirigía a una pobre ancianita que apenas podía caminar ni con ayuda de aquel andador que llevaba. La chica que la acompañaba, quizás su hija, hacía esfuerzos por moverla entre sollozos de terror, pero no estaba teniendo demasiado éxito.
Pero Daruu había sufrido una súbita transformación. Ayame nunca lo había visto, ya que siempre había sido el epicentro de aquella clase de catástrofes, pero en aquel instante supo que aquello era lo más cerca que iba a estar de ver a un jinchuuriki perder el control sobre su bijuu... Sólo que sin ser jinchuuriki.
—¡PUTO BICHO ASQUEROSO, NADIE LE HACE ESTO A LA CAFETERÍA DE MAMÁ! —bramó, fuera de sí. El Byakugan marcaba las venas alrededor de sus ojos como cañerías a punto de estallar. De golpe, Daruu apartó la silla, volcándola en el suelo, y se lanzó a la carrera contra la ventana destrozada tras tropezar con un par de mesas volcadas. El cristal roto se clavó en su piel, haciéndole sangran inmediatamente, pero como una bestia enardecida, él no parecía notarlo. Simplemente se perdió en la lejanía mientras seguía vociferando—. ¡Ven aquí, hijo de la gran putaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa...!
—¿Q-Que hacemos? ¡¿Le seguimos?! ¡N-No podemos dejarle solo! —preguntó la recién llegada, y Ayame se volvió inmediatamente hacia ella.
—Eres kunoichi, ¿verdad? —le preguntó sin tapujos—. ¡Vamos, cuantos más seamos, mejor! ¡No te preocupes por los dulces! —la apremió, al tiempo que salía corriendo por la puerta.
Y cuando ambas salieron al exterior, se vieron cara a cara con dos jabalíes más, de menor tamaño, que trotaban a toda velocidad hacia ellas. Si no hacían algo serían derribadas y pisoteadas por aquellas temibles pezuñas.
El otro jabalí, mientras tanto, había seguido corriendo en línea recta, y ahora que sabía que una temible bestia le perseguía entre alaridos ininteligibles, el terror le hizo aumentar aún más la velocidad. Las pocas personas que había en la calle se apartaban como podían entre alarmadas exclamaciones. Pero sólo era cuestión de tiempo que terminara arrollando a alguien o estampándose contra otro local.
De hecho... se dirigía a una pobre ancianita que apenas podía caminar ni con ayuda de aquel andador que llevaba. La chica que la acompañaba, quizás su hija, hacía esfuerzos por moverla entre sollozos de terror, pero no estaba teniendo demasiado éxito.